ITALIA, EL DULCE LABERINTO DEL BARROCO

Por Francesco Milella Cuando nos acercamos a la historia, a nuestro pasado, sentimos una inevitable exigencia de buscar referencias sólidas y estables. Necesitamos fechas, números […]

Por Francesco Milella Última Modificación abril 7, 2016

Por Francesco Milella

Cuando nos acercamos a la historia, a nuestro pasado, sentimos una inevitable exigencia de buscar referencias sólidas y estables. Necesitamos fechas, números que nos expliquen con morbosa precisión cuándo algo comienza y se cierra, como si la historia cambiara de un día para otro y no fuera el resultado de lentos y profundos procesos. El Imperio Romano, la Edad Media, el Renacimiento… todos los grandes momentos de nuestra historia fueron encerrados en años, a veces meses e incluso días (Roma nació el 21 de abril de 753 a.C.), que ningún historiador puede ya discutir.

Al enfrentar el Barroco y su música esta necesidad de buscar fechas es aún más morbosa y por lo tanto peligrosa. ¿Cuándo termina el Renacimiento? ¿Cuándo comienza el Barroco? ¿En qué año? ¿Y en dónde? La respuesta la tenemos, pero la verdad no nos sirve de nada. No nos sirve de nada pensar que en 1600, en Florencia, precisamente en la corte de los Medici, Jacopo Peri presentó por primera vez su ópera Euridice, si  el barroco comienza a sembrar sus semillas varios años antes, a partir – por lo menos – de 1570 con Vincenzo Galilei (padre de Galileo), los hermanos Gabrieli y Monteverdi. De la misma manera que no nos sirve pensar que el Barroco “termina” en 1750 con la muerte de Bach, si Tartini, maestro del violín barroco, muere en 1770, año en que nace Beethoven.

Para muchos esto es un problema. A mí, sinceramente, me gusta verlo como un ejemplo de la fascinante complejidad del Barroco: a partir de los últimos años del siglo XVI hasta las últimas décadas del XVIII la belleza, la ciencia y – en general – el ingenio humano se concretizaron en formas diferentes, en tiempos lejanos y en espacios a menudo distantes entre ellos creando un maravilloso laberinto histórico y artístico. Como en todos los laberintos sentimos la inicial angustia de la desorientación. No nos ubicamos ni entendemos a donde vamos. Pero luego, cuando empezamos a conectar puntos, logramos admirar toda su belleza y su inesperado orden. La verdad, en Música en México, ya conectamos varios espacios con tiempos diferentes: Bach con Rameau, Vivaldi con Couperin. Pero nos quedan todavía por descubrir otros maravillosos secretos de este laberinto: la música barroca italiana, más allá de Vivaldi.

Roma, Venecia, Nápoles, Florencia, Milán, Bolonia. En estas ciudades, políticamente divididas entre ellas, se siembran las semillas del Barroco: instrumentos como el violín o el clavecín, elementos como el bajo continuo y formas como la del concierto nacen en la península italiana para, de ahí, difundirse en toda Europa y mezclarse con nuevas formas y nuevos lenguajes. Veremos en este viaje cómo la cultura italiana, en los últimos años del Renacimiento, fue lentamente absorbiendo diferentes elementos literarios, artísticos y obviamente musicales, incluso extranjeros (como la polifonía flamenca o el teatro griego), para dar vida a lo que fue el Barroco italiano.

Nos moveremos de ciudad en ciudad, del norte al sur pasando por Roma, para ver cómo cada ciudad, cada reino y cada ducado en los que Italia estaba dividida fue creando su propio lenguaje, sus instrumentos, sus formas y sus espacios musicales. Llegaremos incluso a superar las fronteras y llegar hasta España, Inglaterra y Rusia para ver cómo la cultura y la música italiana se fueron relacionando con el resto del continente dando vida a veces a hermosos diálogos, a veces a verdaderos choques culturales.  

Caminaremos en orden lo más posible cronológico: no lo haremos para apoyar una tesis evolucionística, creyendo – como muchos tristemente siguen haciendo – que lo que viene después es siempre mejor de lo precedente. Al contrario, lo haremos para analizar, entender y apreciar la fascinante heterogeneidad de la música barroca en Italia. Solo así podremos conectar los espacios, los tiempos y los protagonistas de este maravilloso momento. Solo así nos podremos ubicar en el dulce laberinto del Barroco.

 

Uccellini: La Bergamasca

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