Por José Antonio Palafox
El pasado 24 de febrero, el Met de Nueva York nos sorprendió gratamente con una de las mejores puestas en escena de su temporada 2017-2018. En esta ocasión se trató de La bohème, una de las obras maestras de Giacomo Puccini y favorita indiscutible de los espectadores ávidos de desgarradores romances capaces de estrujarle el alma hasta a las piedras, por lo que era de esperarse la nutrida afluencia de público que se dio cita en el Auditorio Nacional para ser testigo del trágico amor entre el poeta Rodolfo y la costurera Mimì.
Y verdaderamente se trató de un generoso banquete audiovisual que no defraudó a nadie. Los impresionantes escenarios de época (París, principios del siglo XIX) diseñados por Franco Zeffirelli con su inconfundible sentido cinematográfico han sido el marco perfecto para cada reposición de este poderoso drama en el Met desde hace casi cuarenta años, y cada vez se ven mejor. Pero además, en esta ocasión se contó con un sólido reparto que no hizo agua por ningún lado.
Después de la impecable Floria Tosca que cantó hace poco menos de un mes también en el Met, la soprano búlgara Sonya Yoncheva ofreció una Mimì contundente, que fue justamente reconocida con grandes ovaciones al final de la representación. Su presencia modesta y retraída dio un inigualable toque de fragilidad a la costurera, enfatizando el trágico destino que se cierne sobre ella desde el inicio de la ópera con tremendas toses que nos hicieron temer por su desempeño vocal. Sin embargo, la joven soprano hizo lo que quiso con su voz, y lo mismo la impregnó de una dulce timidez en la famosa Si, mi chiamano Mimì, que de una gentileza velada por enorme tristeza en Donde lieta, cuando se despide para siempre del hombre al que sigue amando, o de una dolorosa alegría crepuscular en Fingevo di dormire, cuando —al borde de la muerte— evoca el momento en que conoció a Rodolfo. La voz de Yoncheva es firme, enérgica, vibrante, y se encamina a pasos agigantados a una interesante madurez. Esperamos con ansia su participación estelar en la Luisa Miller de Verdi el próximo 14 de abril.
Giacomo Puccini: Si, mi chiamano Mimì (La bohème) / Sonya Yoncheva (Mimì), Joseph Calleja (Rodolfo) y la orquesta del Met, dirige Yannick Nézet-Séguin
La otra gran figura de esta Bohème fue, sin duda, el tenor estadounidense Michael Fabiano como el poeta Rodolfo. Su habilidad actoral resultó notable, lo mismo al presentarse risueño, juguetón y gracioso en compañía de sus amigos, que coqueto, afable y galante con Mimì. En cuanto a su desempeño vocal, fue excepcional, lleno de una impresionante carga emocional como pocas veces tenemos la oportunidad de escuchar. Fabiano pasó con elegante desenvoltura de los inseguros avances amorosos de Che gelida manina a la esperanzada decisión de Chi so? Sono un poeta, y de la más sincera pasión en O soave fanciulla a la impotente desesperación en Ebenne no, non lo so. Por si fuera poco, el desgarrador llamado con que, al final de la ópera, se lanza sobre el cuerpo sin vida de su adorada Mimì, permanecerá un buen tiempo en nuestra memoria.
Por su parte, la elección de los amigos que comparten buhardilla, dichas y desdichas con Rodolfo no pudo ser más afortunada. Los barítonos Lucas Meachem y Alexey Lavrov, y el bajo Matthew Rose, brillaron en sus respectivos papeles como el pintor Marcello, el músico Schaunard y el filósofo Colline. El desempeño vocal de todos y cada uno fue óptimo y estuvo lleno de entusiasmo, y su consistente química escénica grupal hizo de estos bohemios una pandilla realmente entrañable capaz de obsequiarnos momentos no solo deliciosamente divertidos (por ejemplo, cuando se las ingenian para no pagar el alquiler), sino también profundamente emotivos (como cuando Colline se despide de su viejo abrigo en la tierna Vecchia zimarra, senti).
Giacomo Puccini: Che gelida manina (La bohème) / Joseph Calleja (Rodolfo), Sonya Yoncheva (Mimì) y la orquesta del Met, dirige Yannick Nézet-Séguin
Mención aparte merece la soprano estadounidense Susanna Phillips, quien ya ha hecho de la coqueta y caprichosa Musetta una creación personal. Su luminosa voz posee una flexibilidad que lo mismo le permite llevar fácilmente a buen término el desenfrenado staccato en tiempo de vals que es Quando m’em vo, que la lúgubre narración de su encuentro en la calle con una Mimì moribunda en Intesi dire che Mimì. Su fresca presencia robó escena en más de una ocasión, sobre todo cuando aparecía riñendo con Marcello, su enamorado incondicional. La animada interacción entre estos dos personajes —que se aman locamente pero no pueden evitar pasársela peleando todo el tiempo porque él es irremediablemente celoso y ella irremediablemente coqueta— no solo puso el toque cómico en este intenso drama, sino que sirvió para amplificar la delicada ternura del amor entre Mimì y Rodolfo.
Finalmente, el veterano bajo Paul Plishka no pudo resistir la tentación y puso fin a seis años de retiro para volver a los escenarios y deleitar al respetable en el doble papel del casero Benoît y el ricachón Alcindoro, ambos espléndidamente cantados y mejor actuados.
Por otro lado, el coro del Met hizo entrega de un momento memorable al final del segundo acto cuando, magníficamente distribuido en los dos niveles que reconstruyen el Barrio Latino de París, con el legendario Café Momus en el centro, dio vida a una animada escena de la vida bohemia de la época, con todo y vendedores ambulantes de frutas, baratijas y juguetes, niños correteando por todos lados, payasos en zancos y desfile militar incluidos.
El maestro Marco Armiliato dirigió a la orquesta del Met con destacable fluidez. Su lectura de la partitura de Puccini fue impecable y agradablemente propositiva, haciendo hincapié en sutiles detalles —sobre todo del arpa y los metales— que generalmente son pasados por alto, y tomándose su tiempo para crear una atmósfera envolvente en la que estuvieran siempre presentes destellos del arrebatador elemento romántico, el liberador elemento cómico, la oculta tensión provocada por los celos y, sobre todo, la obscura premonición del trágico destino que espera a la protagonista al final de la ópera.
Cuando se encendieron las luces del Auditorio Nacional, los ojos rojos y algún pañuelo desechable discretamente oculto entre las manos de más de un(a) espectador(a) fueron la irrefutable muestra de que La bohème sigue siendo una de las óperas más poderosamente conmovedoras jamás escritas.
Giacomo Puccini: Final del Acto II (La bohème) / El coro y la orquesta del Met, dirige Stefano Ranzani
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