Marsalis, maestro múltiple

Por JUAN ARTURO BRENNAN EN LA JORNADA Hace unos días, en el Teatro Ocampo de Curnavaca, se llevó a cabo un sorprendente y emotivo acto […]

Por Música en México Última Modificación marzo 20, 2015

Por JUAN ARTURO BRENNAN EN LA JORNADA

Hace unos días, en el Teatro Ocampo de Curnavaca, se llevó a cabo un sorprendente y emotivo acto de comunicación musical. Con el auspicio de la Secretaría de Cultura del Estado de Morelos y DeQuinta Producciones, el impar trompetista (y compositor, y promotor, y maestro, y…) Wynton Marsalis y tres de sus colegas del proyecto Jazz at Lincoln Center ofrecieron una clase magisterial que resultó una muestra ejemplar de cómo transmitir de la mejor manera lo que hay que saber (y lo que no se puede saber) sobre la concepción y la ejecución musical.

De inicio, un muy joven quinteto de músicos del Centro Morelense de las Artes tocó una pieza completa, ante las miradas y oídos atentos y respetuosos de Marsalis y compañía. Tocaron con buen nivel técnico, tocaron con claridad y pulcritud, tocaron con cuidado, sí, pero sin pánico escénico, y pusieron buena concentración en sus respectivos e indispensables solos.

Al final de la pieza, Marsalis los recibió con un Ok, gracias, y a trabajar. De lo  mucho, muy interesante y muy enriquecedor que Marsalis y sus colegas dijeron a los  jóvenes jazzistas, detallo aquí lo que me parece esencial.

Marsalis inició su análisis con algunos principios básicos. La actitud del jazz  debe estar llena de amor, debe ser un abrazo comunitario, un momento de verdadera  comunicación. Entre lo fundamental para hacer jazz (y toda música): escuchar con  atención y dialogar con respeto. En el centro del buen jazz, el elusivo concepto  delswing, que es mucho más que una simple acotación rítmica o de estilo. Tocar hacia  afuera, con apertura, hacia quien escucha. Una combinación balanceada de respiración,  comunicación y mirada como modus operandi fundamental.

Durante la sesión, Marsalis y sus músicos tocaron con, para, al lado de los jóvenes,  en un sabroso intercambio constante de roles e instrumentos a través del cual fue  posible ver y escuchar cómo iban germinando las ideas sembradas por el trompetista  y sus colegas, igualmente participativos en el diálogo. Intercalados con las tocadas,  más conceptos de Marsalis. La expresión humana, difícil de aprender para los jóvenes;  hay que trabajarla mucho. Esta música en particular, el jazz, nos enseña sobre todo  a respetarnos mutuamente. Al contrabajista: un amplificador te impide desarrollar tu  sonido; si no te estoy diciendo nada, al decirlo más fuerte sigo sin decirte nada. Sucede  igual en la política.

Consejos puntuales: no confundir el volumen con la intensidad, tocar siempre  cada nota como si fuera la única y la última. Y de nuevo, la convocatoria de Marsalis:  “Ok, let’s play together”. ¡Qué reto enorme, y qué privilegio envidiable para los cinco  jóvenes jazzistas! El intercambio musical que siguió fue una diáfana lección de ese  respeto del que habla Marsalis, de ese enfoque de la música como un abrazo y como  un acto de comunicación, del quehacer musical como un proceso de escuchar antes que  nada.

Esta intensa y provechosa clase magisterial no se quedó solo en los consejos generales; en cierto momento, el pianista de Marsalis se puso técnico al describir los rigores y exigencias de las progresiones armónicas del jazz. Después, el propio Marsalis enfatizó y desarrolló (con la colaboración de su baterista) algunos de los conceptos rítmicos que había mencionado al inicio de la sesión: la raíz africana de los pulsos, la importancia del shuffle en el discurso jazzístico, la variedad rítmica como materia primordial del jazz.

De nuevo Marsalis: El conocimiento te permite la libertad. Es una bendición tocar esta música. Uno hace música como una ofrenda, no como un favor. Y hacia el final de esta inolvidable sesión, el trompetista de Kenner, Louisiana, compartió una emotiva anécdota de sus inicios musicales bajo la tutela de su padre, el pianista Ellis Marsalis, de la que decantó el principio inviolable del trabajo musical intenso, dedicado y comprometido, porque no hay atajos ni fast track en este oficio. Sus observaciones finales sobre asuntos musicales, sociales, raciales y humanos coronaron de manera elocuente y conmovedora una clase magisterial grata, útil, a la vez intensa y relajada, fascinante de principio a fin. Después, en medio de la avalancha de músicos y medios, alcancé a preguntarle por el avance de su proyecto de usar el jazz como cimiento de la educación musical en Estados Unidos. Me dijo lo siguiente:

“No les enseño sólo jazz en vez de música clásica; amo la música clásica, y les enseño ambas. Soy un músico de jazz y enfatizo el jazz, y enseño dondequiera que ellos estén. Enseño a chicos de primaria, secundaria, universidad, no importa: es un solo mensaje. Es una lucha cuesta arriba, y no soy sólo yo; mi padre hacía lo mismo, y se requerirían muchas vidas, no hay tiempo suficiente. Todos mis músicos enseñan, y hay muchos grandes maestros, y trabajamos todos juntos. Hemos avanzado mucho desde donde estábamos, y como dice el viejospiritual negro: ‘No venimos de muy lejos, pero tenemos un largo camino por recorrer‘. Y eso es lo que hacemos.”

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