Anton Bruckner (1824-1896)

Quinteto para cuerdas en fa mayor   Una de las figuras más singulares de la era romántica. Hijo de un pobre maestro provincial, avanzó a […]

Por Música en México Última Modificación julio 31, 2016

Quinteto para cuerdas en fa mayor

 

Una de las figuras más singulares de la era romántica. Hijo de un pobre maestro provincial, avanzó a fuerza de un trabajo riguroso y constante a las primeras filas del mundo musical austriaco. Después de trabajar como maestro y organista en varios lugares de provincia, obtuvo en 1856 el puesto de organista de la catedral de Linz, y fue en esta ciudad donde pudo familiarizarse a fondo con la música de Beethoven y oír por primera vez obras de Wagner. El encuentro con este último fue decisivo para su desarrollo artístico, pero no tanto por una influencia estilística (exagerada por muchos comentaristas) sino como un ejemplo de nuevas posibilidades que le ayudó a encontrar su propio camino. Habiendo pasado ya los cuarenta años, Bruckner compone sus primeras obras memorables: las misas en Re menor, Mi menor y Fa menor, y su Primera Sinfonía, en Do menor. Al mismo tiempo obtiene un profesorado en el conservatorio de Viena y se establece en esa ciudad hasta su muerte.

 

Te Deum

 

En el mundo cultural vienés, centro de una intelectualidad brillante y efervescente, Bruckner presenta una figura bastante absurda, como un hombre medieval puesto de golpe en pleno siglo XIX. Su trato tímido y torpe, su indiferencia respecto de las corrientes intelectuales contemporáneas, su fe sencilla e inconmovible – todo tiende a convertirlo en un personaje sensacionalmente ingenuo que proporciona innumerables anécdotas para la diversión de los vieneses. Para colmo, en cierto momento se convierte sin querer en una figura clave de la encarnizada contienda que libran los partidarios de Wagner y los de Brahms. De ahí en adelante, estos últimos (entre ellos el temido Hanslick) lo atacan sin cesar y le hacen aún más pesado su difícil camino. Pues este gran naif  a quien pocos toman en serio ha vislumbrado nuevas tierras y escribe sinfonías que comienzan a cautivar poderosamente la atención. De trazos vastos e imponentes, de sonoridades duras y agrestes, estas creaciones ofrecen a sus oyentes una experiencia nueva e inolvidable.

 

Sinfonía no. 4

 

Al principio, la originalidad bruckneriana se explica en forma negativa: sus ciclópeos diseños no son más que intentos fallidos respecto de la “forma de sonata”, el aliento épico de sus líneas melódicas es únicamente el traslado al ámbito sinfónico de los métodos de Wagner, su manera de orquestar es un vicio típico de organista, etcétera. El mismo Bruckner acentúa esta atmósfera de desconfianza profesional rehaciendo constantemente sus sinfonías, y desgraciadamente, permitiendo a otros que hagan cambios en ellas. Nacen así versiones que, aunque se conforman mejor al gusto de la época, falsifican la obra bruckneriana hasta el punto de hacer necesaria la creación de una Sociedad Bruckner para restablecer hasta donde sea posible las versiones originales. Con todo, Bruckner sabía muy bien que sus fallas y vacilaciones no eran respecto de las formas tradicionales, sino respecto de un nuevo tipo de sinfonismo al que su genio lo impulsaba, y a su manera él mismo explicó la situación perfectamente:

 

“Quieren que componga de otra manera; podría hacerlo pero no debo”.  Y no cabe duda que el tiempo le dio la razón. Cuando murió, ya era considerado en Austria y Alemania como uno de los grandes maestros. Los países nórdicos y anglosajones fueron los siguientes en descubrirlo, aunque bastante tarde, y desde mediados del siglo veinte el entusiasmo por Bruckner ha nacido hasta en países latinos, aunque en forma más lenta y esporádica.

 

Las nueve sinfonías de Bruckner se ajustan todas al mismo tipo: cuatro movimientos, con un adagio y un scherzo como movimientos interiores, y la mayor parte de ellas comienza con un fondo nebuloso sobre el cual se va dibujando el tema inicial.

 

Fuente: Joaquín Gutiérrez Heras, Notas sobre notas, compilación y prólogo de Consuelo Carredano, Sello Bermejo, Conaculta, México, 1998.

 

Sinfonía no. 9

 

Escuche la Sinfonía núm.7, de Bruckner, el sábado 30 (20:00h) o el domingo 31 de julio (12:00h), con la Orquesta de Minería, dirigida por Lior Shambadal, director huésped, en la Sala Nezahualcóyotl, Centro Cultural Universitario, o por TVUnam. En el mismo programa: el Concierto para corno de Richard Strauss, Andrew Bain, solista.

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