Por Francesco Millella
Pocos compositores han reunido, en el curso de la historia, a intérpretes tan diferentes e incluso opuestos como Johann Sebastian Bach. Desde Wanda Landowska a principios del siglo pasado hasta los más recientes filólogos, cada uno de ellos parece ocupar un puesto único y exclusivo respecto a la obra del gran genio alemán. Efectivamente, nadie fue más extravagante de Glenn Gould, o racional de András Schiff; nadie logró expresar con más luminosidad y transparencia la perfección de su obra como Trevor Pinnock, o su amabilidad como lo hizo John Eliot Gardiner. Cada intérprete, a su manera, fuera director o pianista, fue testigo y embajador de su belleza entregándonos siempre una diferente faceta de su maravillosa y compleja música.
Solo uno de ellos parece colocarse en otra dimensión, una dimensión que, lejos de ser peor o mejor de la de sus colegas bachianos, nos ofrece una visión totalmente diferente de su música o, más bien, del mensaje que nos quiere compartir: este intérprete es Karl Richter, pianista, clavecinista, organista y director de orquesta alemán, nacido en Plauen (Sajonia) en 1926 y muerto en Münich en 1981.
Para muchos el Bach de Richter es aburrido, monótono incluso pesado. La verdad, su Bach no es nada fácil, ya que nos entrega una música muy diferente a la que cotidianamanete identificamos con el compositor alemán: años y años de investigaciones filológicas nos acostumbraron a un Bach ágil y veloz, brillante y danzante en su repertorio instrumental; esencial, casi minimalista en su música vocal. Todo lo contrario del Bach de Karl Richter donde dominan ritmos lentos, coros poderosos y grandes orquestas que fácilmente podrían ejecutar una sinfonía de Beethoven.
No obstante, a pesar del rechazo que muchos amantes de Bach sienten por él, la historia lo ha colocado entre los más grandes intérpretes de la música de Johann Sebastian Bach, por encima de los que hoy dominan las salas de conciertos y las tiendas de discos. ¿Por qué?
Simplemente, porque el Bach de Karl Richter es universal. La belleza y la originalidad de sus ejecuciones nacen de una interpretación libre de cualquier vínculo filológico y totalmente entregada a un único objetivo: reconstruir y compartir el mensaje semántico y universal de la música de Bach. El interés de Richter no reside, pues, en el tipo de instrumento que hay que elegir para ejecturar ciertas partituras o en la afinación que la orquesta tiene que tener, sino en el mensaje que de la misma partitura tiene que salir y vivir a través de la ejecución. Un ejemplo lo dice todo: escuchemos el inicio de la Pasión según San Mateo
Las notas iniciales, tremendas y tristes, nacen una después de otra con una lentitud macabra y profunda. La música surge como un lamento de dolor construyendo alredor de nosotros un clima de parálisis mística. La entrada del coro completa el panorama colocándonos definitivamente en una dimensión fuera del tiempo y del espacio. El impacto al escuchar esta música es tan grande y místico que nos olvidamos de cualquier academismo filológico para dejarnos envolver por una interpretación total y definitiva. Pero el segundo ejemplo es aún más impactante:
Karl Richter abre la cantata Herr Gott, dich loben alle wir BWV 130 con una energía impresionante, explotando la música de Bach en un triunfo de luz y calor sin preocuparse demasiado de la claridad y transparencia del conjunto orquestral. Lo que le interesa es enseñarnos el verdadero Bach, el Bach de ideas profundas y mensajes universales que se esconde detrás de sus notas.
Comentarios