Por José Antonio Palafox
No hay nada que se puede decir sobre la conocidísima tragedia de Romeo y Julieta que no se haya dicho antes. Con la trascendental historia de estos desafortunados amantes, escrita en 1597, Shakespeare dio una nueva perspectiva a la noción de amor intemporal e hizo una amarga crítica contra el odio y la violencia irracionales que tienen como consecuencia más odio y violencia. Tres siglos después, en plena efervescencia del Romanticismo, miles de espíritus sensibles seguían sintiéndose identificados de alguna manera con esta, la quintaesencia del amor desdichado. Entre ellos un jovencísimo Charles Gounod (1818-1893) de tan solo 19 años, que quedó fascinado con la obra del inmortal bardo de Avon después de asistir a un ensayo de la sinfonía Romeo y Julieta de Héctor Berlioz. En 1841 Gounod empezó a bosquejar una partitura para el libreto Julieta y Romeo de Felice Romani, que ya había sido convertido en ópera en tres ocasiones: por Nicola Vaccai (1825), Eugenio Torriani (1828) y Vincenzo Bellini (1830, esta última bajo el nombre de I Capuleti e i Montecchi). El intento se quedó en eso, y no fue sino hasta treinta años después que la pasión del compositor por esta obra teatral se cristalizó en la forma de una ópera hecha y derecha: el Romeo y Julieta de Charles Gounod se estrenó con gran éxito en el Teatro Lírico de París el 27 de abril de 1867.
Existían ya quince óperas sobre este tema (incluso una del mexicano Melesio Morales, compuesta en 1863) cuando en 1864 Gounod empezó a trabajar en su Romeo y Julieta. El libreto se debe a los prolíficos Jules Barbier y Michel Carré, con quienes Gounod ya había tenido la oportunidad de colaborar en casi todas sus óperas anteriores, incluyendo la popularísima Fausto, y da un peso sustancial al amor entre los desdichados jóvenes, más que al irreconciliable odio entre familias que lo torna imposible. Por su parte, la partitura de Gounod es muy emotiva, y puede contarse entre sus trabajos más maduros. Se trata de una música intensa, llena de un inusual dramatismo y con momentos de delicada y conmovedora belleza. El compositor introdujo una serie de audacias técnicas que dan a la estructura de esta ópera un relieve muy especial. De este modo, en la obertura-prólogo un solemne coro nos pone al tanto, respetando casi literalmente el texto de Shakespeare, de la tensa situación imperante entre los Capuleto y los Montesco, así como de lo que va a acontecer a los desdichados amantes. Luego, mientras transcurre la historia, Gounod se da el tiempo para pasar revista a los lugares comunes del estilo operístico decimonónico (el baile en casa de los Capuleto con que inicia el Acto I, por ejemplo), entrelazándolos inteligentemente al margen de lo que en verdad le importa: la serie de dúos que muestran la evolución del sentimiento entre Romeo y Julieta, el cual comienza como una atracción meramente sensual y llega a convertirse en un amor maduro que es truncado por la muerte. Conforme la inminente tragedia se aproxima, Gounod hace uso de un curioso efecto de flashback (similar al que casi 40 años después utilizará Puccini en Tosca) en el que, por medio de breves destellos melódicos, los amantes evocan su felicidad pasada. Al final, el estado extático al que han trascendido Romeo y Julieta nos hace darnos cuenta de que en esta ópera es el propio Amor (con mayúsculas) el que ha resultado glorificado a través de la muerte.
El próximo sábado 21 de enero se transmitirá en el Auditorio Nacional, en vivo desde el MET de Nueva York, Romeo y Julieta, ópera en cinco actos de Charles Gounod. En los papeles principales estarán la soprano alemana Diana Damrau y el tenor italiano Vittorio Grigolo, quienes ya habían colaborado juntos para el MET en el 2015 en una poderosa Manon de Massenet. La escenografía correrá a cargo del reconocido director teatral estadounidense Bartlett Sher y la orquesta del MET estará bajo la batuta del director italiano Gianandrea Noseda.
Charles Gounod: Ah lève toi, soleil! (Romeo y Julieta, Acto II) / Roberto Alagna (Romeo) y la Orquesta de la Royal Opera House, dirige sir Charles Mackerras
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