Sí. Lección de armonía, clase de armonía, tratado de armonía… es el significado del título original, Harmonielehre, de la obra del compositor estadounidense John Adams.
Pero, ¿una obra sinfónica, para gran orquesta, de grandes proporciones y concepto orquestal, con unas enormes complejidades rítmicas?
¿Y, además, nos dicen que es una obra fundamentalmente accesible y muy atractiva de escucharse?
“–Toda proporción guardada, dirán algunos”
¿Compuesta por uno de los principales compositores del estilo musical conocido como “minimalismo”, creado por Terry Riley (en su obra iniciática En Do (In C)) y en el que han destacado, a diferentes niveles y con diferentes características musicales, Philip Glass (el más popular entre el público masivo y, tal vez, el más prolífico) y Steve Reich (menos conocido, más aferrado a los lineamientos rigurosos del minimalismo)?
John Adams, sin embargo, y a riesgo de levantar la polémica del gusto y de la subjetividad de la música (nadie tiene la verdad en música, el arte más subjetivo de todos), es tal vez, el más talentoso y trascendental compositor del lenguaje o forma musical minimalista, comenzando con que es el integrante menos riguroso y formal del minimalismo como tal, pues si bien lo ha utilizado siempre en forma y contenido diferente, ello tal vez le ha dado la posibilidad de escapar de los rigores estrictos de la forma y así, poder hacer obras de una mayor libertad e imaginación creativa.
Todo ello es verdad y está detrás de la realidad musical de esta obra sorprendente que engalana la programación de la OFUNAM de este fin de semana, gracias a la extraordinaria sugerencia de su directora huésped principal Elim Chan.
Harmonielehre o Tratado de armonía es tan difícil de explicarse como fácil de escucharse y disfrutarse. Fue compuesta por John Adams en 1985 y su título es, simplemente, un homenaje en el título al “Tratado de armonía” escrito por Arnold Schoenberg, y que es uno de los estudios de armonía más útiles y apreciado por los estudiantes de música (musicología y composición).
Sin embargo, el propio Adams confiesa que la inspiración musical de la obra se la propició un extraño sueño relacionado con una gigantesca “pipa” de aceite que se eleva desde una bahía, cual cohete al espacio. Preferimos quedarnos con la música y asombrarnos o conmovernos con lo que ella nos ofrece.
A pesar de todo, Clase de Armonía es un rotundo homenaje al minimalismo, en voz de uno de sus principales creadores; y si bien están presentes las característica células rítmicas en su repeti(tivo)do ostinato, el ropaje musical e instrumental con que Adams lo acompaña es asombroso, en una obra muy original, siempre cambiante, con grandes temas, incluso de alta melodía, con momentos de gran homenaje, evocando sin copiarlos, a Richard Wagner, que está presente en más de un sentido, a Gustav Mahler y a Jean Sibelius.
El Primer Movimiento es el más extenso y en cierto modo, el más complejo, con un enorme derroche de energía que llega a ser motorica en su primera y tercera parte, con la típica repetición minimalista de un acorde único (mi menor, en este caso), dando lugar a una parte central tranquila, poseedora de esa mezcla de anhelo y de nostalgia por la que tanta afinidad sentían los creadores postrománticos, con todo y una sombría introducción que se siente muy wagneriana, pues nos recuerda la atmósfera sonora de la escena de Siegfried en la cueva del dragón Fafner, en la ópera homónima.
El segundo movimiento, La herida de Amfortas, parte de un título indiscutiblemente wagneriano (Amfortas es el personaje de la ópera Parsifal que encabeza la hermandad cuidadora del Grial, quien fue herido con la misma lanza con la que el soldado Longinos abrió la llaga del costado de Cristo en la cruz y que Amfortas no ha logrado que deje de sangrar). El espíritu sonoro del movimiento es evocador del paisaje sonoro de Sibelius, por supuesto, el Sibelius más desolado, el de Tapiola o de la Cuarta Sinfonía. Y, por cierto, es innegable también que los brutales acordes que marcan el gran climax del crescendo culminante de la orquesta, proceden, con cierta transformación pero sin duda, de la Décima Sinfonía de Mahler.
La mención en el título del Tercer Movimiento del místico filósofo alemán del Medievo, Meister Eckhardt, y del apodo de la hija de John Adams, “Quackie”, no parecieran tener ninguna relación con la idea musical. Éste movimiento sí que es un poderoso y monumental tratado, pero de orquestación, si no al modo del conocido Bolero de Ravel, sí mediante un magistral procedimiento de aumento de los numerosos instrumentos que conforman la orquesta, hermana de la orquesta mahleriana y la straussiana, así como de la dinámica sonora de la misma, expertamente manejada por Adams en esta obra.
Fuente: Música UNAM
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