Joan Albert Amargós: Eurídice y los títeres de Caronte

Por José Antonio Palafox Cuenta uno de los más bellos relatos de la mitología griega el trágico amor entre Orfeo -sublime músico y poeta, hijo (de […]

Por Jose Antonio Palafox Última Modificación octubre 31, 2015

Por José Antonio Palafox

Cuenta uno de los más bellos relatos de la mitología griega el trágico amor entre Orfeo -sublime músico y poeta, hijo (de acuerdo con algunas fuentes) de Apolo, dios de la música, y de la musa Calíope, “la de la bella voz”- y la hermosa ninfa Eurídice, quien un mal día fue mordida por una serpiente y murió.

Desesperado ante la muerte de su amada, Orfeo tomó su lira –regalo de su divino padre- y se aventuró a descender a los infiernos para intentar recuperarla. Era tal la belleza de su triste canto que logró conmover al barquero Caronte para que lo trasladara al otro lado de la laguna Estigia, la cual constituía el límite divisorio entre el mundo de los vivos y el de los muertos; luego al Cerbero (el temible can de tres cabezas que fungía como guardián de las puertas del Infierno) para que le franqueara la entrada a la morada de las almas; y finalmente a los mismísimos reyes del inframundo, Hades y Perséfone, quienes le permitieron volver al mundo de los vivos acompañado de Eurídice a condición de que caminase delante de ella y sin voltear a verla sino hasta que ambos estuvieran totalmente afuera del inframundo, bañados nuevamente por la luz del sol.

Orfeo aceptó el trato -que ponía a prueba su confianza- e inició el regreso al mundo de los vivos, seguido de cerca por Eurídice y logrando dominar sus ansias de verla durante todo el recorrido. Sin embargo, traicionado en el último instante por la duda, miró hacia atrás para asegurarse de que ella aún lo seguía. Eurídice aún tenía un pie en el inframundo y los rayos del sol todavía no la bañaban completamente, por lo que -sin poder decir ni una palabra a su amado- se desvaneció en el aire, volviendo al reino de las sombras para siempre.

Obviamente, esta trágica historia de amor en la que uno de los protagonistas es músico resultó ser una rica fuente de inspiración para un gran número de compositores a lo largo de la historia. Ahí tenemos, sólo por mencionar unos cuantos ejemplos, a Jacopo Peri y su “Eurídice” (1600), la cual es considerada por muchos estudiosos como la primera ópera lírica stricto sensu; o a Claudio Monteverdi y su bellísimo “L’Orfeo” (1607); a Christoph Willibald Gluck y esa obra maestra que es su “Orfeo y Eurídice” (1762); a Franz Joseph Haydn y su “L’anima del filosofo, ossia, Orfeo ed Euridice” (1791); a Franz Liszt y su poema sinfónico “Orfeo” (1854); a Jacques Offenbach y su opereta “Orfeo en los infiernos” (1858), y -dentro ya del panorama de la música contemporánea- a Igor Stravinski y su ballet “Orpheus” (1947) y a Vinícius de Moraes y su drama musical “Orfeu da Conceiçāo” (1956), el cual sirvió de inspiración para la película “Orfeo Negro” (1959) del cineasta francés Marcel Camus.

Pero, ¿qué sucede cuando esta bella historia es reelaborada por un compositor tan sui géneris como el español Joan Albert Amargós, quien lo mismo ha colaborado con grandes de la música clásica, como Montserrat Caballé y Plácido Domingo, que con personalidades del jazz, la música pop, el flamenco y el rock, tales como Camarón de la Isla, Paco de Lucía, Luz Casal, Mecano y Joan Manuel Serrat?

Nacido en Barcelona en 1950, Joan Albert Amargós es sin duda uno de los compositores más prolíficos y polifacéticos de la escena musical contemporánea. Egresado del Conservatorio Superior de Música del Liceu de Barcelona, pianista y clarinetista, ha escrito principalmente música de cámara y sinfónica, además de bandas sonoras para películas, programas de televisión, obras de teatro y espectáculos de danza. Entre sus obras “serias” más destacadas se encuentran el ciclo 6 Cançons d’homenatge a Picasso (1971), una sonata para dos guitarras (1981), el ballet “Los tarantos” (1985), el Concert del Sud para violín, violonchelo y orquesta de cámara (1986), la “Cantata de la Terra” (1992), el “Réquiem flamenco” (1993) y un concierto para clarinete y orquesta (1995), además de dos óperas: “Eurídice y los títeres de Caronte” (2001) y “El salón de Anubis” (2007).

Para desarrollar el concepto de “Eurídice y los títeres de Caronte”, Amargós trabajó un libreto escrito por el también barcelonés Toni Rumbau (1949), fundador de la compañía de marionetas La Fanfarra (1976) y quien tiene una larga experiencia en la creación de montajes teatrales con títeres, marionetas y sombras, entre los que destacan “A Dos Manos”, “El Doble y la Sombra” y la curiosa pieza que hoy nos ocupa.

“Eurídice y los títeres de Caronte” es una extravagante ópera de cámara cuya rareza comienza con la alineación que la conforma: una mezzosoprano, un barítono y un titiritero son los solistas. ¿La orquesta? Solamente un piano, un violín, un violonchelo, un contrabajo y un bandoneón. ¿El escenario? Un espacio prácticamente vacío con un teatrito callejero de títeres en un rincón.

La propuesta de Amargós es arriesgada: se trata de un experimento escénico que busca armonizar dos géneros aparentemente disímiles como son la ópera y el teatro de marionetas y cuyo único precedente directo podría ser “El Retablo de Maese Pedro” (1923) de Manuel de Falla, ópera en un acto basada en los capítulos 25 y 26 de la segunda parte del Quijote en la que también se utilizan títeres.

Sin embargo, con “Eurídice y los títeres de Caronte”, Amargós va más allá: no es solamente la atípica alineación de solistas y músicos, que incluye el uso de la “lengüeta” -curioso adminículo con el que el titiritero hace “hablar” y “cantar” a sus marionetas- como una voz más en la partitura, lo que hace de ésta una obra sumamente original e interesante. Son también la adaptación de la tragedia de Orfeo y Eurídice a un plano contemporáneo y la inteligente comparación entre música “culta” y música “callejera” propuesta a lo largo de la obra, además de la incómoda reflexión que provoca en el público un espectáculo cuyo tema es simple y sencillamente la muerte que todos llevamos dentro.

Compuesta de un solo acto dividido en un prólogo, siete escenas y un epílogo, “Eurídice y los títeres de Caronte” narra los últimos sucesos en la vida de Sofía, una famosa cantante de ópera que se enfrenta a una enfermedad terminal. Oscar, su pareja y a la vez musicólogo y director de orquesta, se niega -en un acto de terrible egoísmo- a entender el miedo y el sufrimiento de la mujer, pretendiendo ignorar esta dramática realidad y obligándola a concentrarse en el estreno de la ópera que debe lanzarlos a la fama internacional, precisamente la “Eurídice” de Jacopo Peri.

Es entonces cuando aparece un misterioso teatrito de títeres callejero liderado por Polichinela, el clásico personaje del teatro guiñol. Y son la gran alegría y la pasión por la vida transmitidos por las marionetas lo que fascina por completo a Sofía, llena de ansias de vivir y sabedora de que su tiempo se está extinguiendo indefectiblemente. Por su parte, Óscar no ve en los títeres sino un estúpido distractor que impide a Sofía concentrarse en los ensayos de la “Eurídice”, por lo que trata de impedir sus visitas al teatrito callejero.

Pero Sofía se deja envolver cada vez más por el seductor mundo de fantasía que Polichinela y sus compañeros le ofrecen, distanciándose de Óscar y sus sueños de fama hasta el punto en que éste, exasperado, llega a convencerse de que Sofía mantiene un affaire con el titiritero. Sin embargo, para sorpresa de todos, los títeres parecen tener vida propia… ¿son acaso una proyección creada por Sofía en su desesperado anhelo por vivir? ¿Es Óscar un nuevo Orfeo destinado a rescatar a su moderna Eurídice de los infiernos por medio de la música, en este caso la ópera de Peri? ¿Es el teatrito la puerta por la que debe pasar Sofía/Eurídice para descender al reino de las sombras?

Jose Antonio Palafox
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