El autor del célebre Adagio para cuerdas, Samuel Osborne Barber, nació en Pensilvania, EEUU, el 9 de marzo de 1910. Sus padres pretendían que fuera médico pero Samuel, antes de los diez años, los convenció de que su vocación era otra; pese a todo, llevaban tiempo escuchando las canciones que el futuro autor componía a cualquier hora con una naturalidad asombrosa. Por si ello no resultara suficiente, a los nueve años dirigió a su madre una carta de niño informándole de su irrevocable decisión:
“Querida madre: te escribo para contarte un secreto que me preocupa. No llores cuando lo leas porque no es culpa tuya ni mía […] Para empezar, no he nacido para ser un atleta. He nacido para ser un compositor y lo seré, estoy seguro. Te ruego que no me pidas que lo olvide y que vaya a jugar al fútbol. Por favor. Algunas veces esto me preocupa tanto que me vuelve loco (aunque no mucho). Te quiere…”
Así pues, a los catorce años ingresó al Instituto de Música Curtis de Filadelfia, de donde se graduó en 1935, poco antes de cumplir los veinticinco años. Luego de iniciar una prometedora carrera como cantante y compositor, en 1939 regresó a su alma mater para ejercer durante algún tiempo como profesor de orquestación. Entre sus alumnos se contaba a un joven italiano, Gian Carlo Menotti, con quien pronto descubrió que tenía muchas afinidades, como la literatura y la música de Brahms. Otro tipo de afinidades convertirán más tarde a profesor y alumno en pareja sentimental.
Una obra lírica del siglo veinte
Años de enormes éxitos y reconocimientos conoció Barber en las décadas de 1950 y 1960, pero más tarde hubo de enfrentar las polémicas que generaba la difícil calificación de su obra, sobre la que se cernía la duda constante acerca de su calidad que, para muchos, mostraba ser, al menos, “poco moderna”. Se le reclamó a Barber no adaptarse a las corrientes más modernas como el dodecafonismo, al que sin desdeñar del todo, el autor desatendió para mantenerse fiel a una voz interior que era más fuerte que el acomodo a cualquier “modernismo”.
Cierto es que el lenguaje musical de Barber está fuertemente anclado en el siglo XIX, y aunque rítmica y armónicamente diseñó estructuras bastante complejas, la naturalidad y sencillez de su obra se asienta fundamentalmente en la preeminencia de la melodía que, para sus seguidores, hablaba por sí sola.
Adagio para cuerdas
La obra forma parte del Cuarteto opus 11, terminado durante una estancia en Austria en compañía de Menotti, y estrenado en Roma en 1936. El cuarteto tiene tres movimientos; el segundo de ellos es el que, en arreglo orquestal, se convertirá posteriormente en el célebre Adagio para cuerdas, la pieza más interpretada de Barber y tal vez la rúbrica del compositor estadounidense: un lamento en clave menor capaz de suscitar en el oyente la más profunda melancolía.
Fuente: La belleza de escuchar.
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