Bach en México: las sorpresas de una historia olvidada

Por Francesco Milella El concierto que Sir András Schiff presentó exitosamente hace unas semanas ante el público de la Ciudad de México fue uno de […]

Por Francesco Milella Última Modificación septiembre 3, 2017

Por Francesco Milella

El concierto que Sir András Schiff presentó exitosamente hace unas semanas ante el público de la Ciudad de México fue uno de los eventos musicales más relevantes para la capital mexicana. Pero no solo: detrás de ese recital, enteramente dedicado al Primer Libro del Clave bien temperado de Johann Sebastian Bach, se esconde el más reciente capítulo de una fascinante y desconocida historia que merece ser contada: la historia de la música de Bach en México.

¿Cuándo y cómo llegó su música a tierras mexicanas? ¿Quiénes fueron los principales promotores de su difusión? ¿Cuáles fueron las razones que abrieron las puertas de las escuelas de música, de los teatros y de las imprentas a sus partituras instrumentales y vocales? Las preguntas y las curiosidades que esta historia despierta en nosotros nos invitan a explorar todo el pasado musical de nuestro país, desde las glorias coloniales hasta el más marcado nacionalismo del siglo XX, saliendo de los esquemas más convencionales y siguiendo caminos nunca antes recorridos.   

La música de Bach – como veremos en unos momentos – llega formalmente a México en la segunda mitad del siglo XIX, bajo el imperio de Maximiliano de Habsburgo. Pero, aunque su nombre no aparezca en ningún documento y su música – probablemente – no haya sido ejecutada en ninguna circunstancia laica o religiosa, los elementos que marcarán su difusión y su recepción comienzan a delinearse mucho antes, en la época colonial. Paradójicamente, en la cultura católica, aplicada con tanto escrúpulo por las autoridades españolas, empieza a formarse el gusto musical que, casi dos siglos después, recibirá finalmente las primeras partituras de Bach: la sociedad mexicana, profundamente católica, mirará casi exclusivamente a su música instrumental, ignorando – consciente o inconscientemente – todo su repertorio vocal y religioso, demasiado vinculado a la cultura luterana.

Después de la Independencia, en su afán de modernidad y europeismo, México se acerca rápidamente al mundo de la ópera: por más de cincuenta años Rossini, Donizetti y Verdi serán los únicos protagonistas de la música en México, para luego dejar el testigo a Wagner y a los franceses hasta las vísperas del siglo XX. La ópera era la moda, representaba la modernidad y la vanguardia cultural y política. No había espacio para otras formas musicales. Ni las primeras formas de historicismo podían alejar a la sociedad intelectual mexicana de ese presente operístico tan dominante.

Con la segunda mitad del siglo XIX, las cosas comenzaron lentamente a cambiar. La llegada de Maximiliano de Habsburgo en 1864 acercó Mexico al mundo cultural del norte de Europa, a las nuevas tendencias positivistas y al idealismo alemán. La cultura mexicana comienza a polarizarse entre los núcleos del nacionalismo y de la modernidad, de la tradición nacional y del arte occidental, del pasado precolombino y de la industrialización.

En este dinámico clima cultural Johann Sebastian Bach llega silenciosamente a México en la segunda mitad del XIX probablemente por boca de Joseph Rudolph Sawerthal, director de la banda austro-mexicana, o de uno de los tantos intelectuales y músicos amateur que habían acompañado al Emperador austriaco. Pero solo en 1869, según afirma Jesús C. Romero en su ensayo El Camino de Bach (Colegio de México, 1952),  el nombre de Bach aparece por primera vez en un documento público: un artículo de la revista “Armonía” firmado por el doctor Alfred Bablot. En realidad el texto de Bablot no ofrece más que su apellido, citado entre otros, como uno de los más importantes compositores europeos, sin dar más datos acerca de su vida y de su obra. El nombre de Bach, testigo de un pasado demasiado lejano (cultural y geográficamente), pasó probablemente desapercibido ante los lectores de la prestigiosa revista. Lo mismo sucedería, pocos años después, con el concierto del violinista cubano José Whithe en 1875, primer intérprete en tierras mexicanas de una obra de Bach: la célebre Chacona.

«¿Qué impresión causó Bach y su obra en los violinistas mexicanos que entonces la escucharon?» La respuesta de J. C. Romero no podía ser más tajante: «ninguna, pues nadie la tomó de ejemplo». Pero de estos dos hechos frágiles que difícilmente hoy cautivarían la atención del más escrupuloso historiador, en pocos años, iba a comenzar una historia diferente, una historia que pondría a Johann Sebastian Bach al centro de la música mexicana.  

András Schiff – Suites Francesas

 

Maxim Vengerov – Chaconne de la Partita en Re menor BWV 1004

Francesco Milella
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