por Francesco Milella
Bach nunca estuvo en Italia. Es más, nunca salió de su país. Si quiséramos ser más precisos podríamos añadir que vivió siempre en las regiones de Turingia y Sajonia, pero la verdad nos sirve de poco porque la mirada de Bach fue mucho más internacional y cosmopolita que la de muchos otros compositores que se la pasaron viajando entre ciudades y países, ganando mucho dinero y a veces perdiendo incluso su verdadera identidad. Bach, al contrario, estudió con humildad todo lo que la música europea podía darle, no con la intención de imitar mecánicamente nuevos lenguajes y nuevas técnicas sino con la de enriquecer su propia idea de música y perfeccionarla al extremo.
Así fue con la música italiana que Bach nunca dejó de amar y estudiar. Todo empezó en los primeros años, cuando el joven compositor comenzó a acercarse a la música transcribiendo para clave algunos conciertos para violín de Vivaldi, logrando construir una base teórica de impecable estabilidad que lo acompañaría hasta los últimos años de su vida. Y precisamente a estos últimos años, cuando Bach había ya consolidado su posición profesional en Leipzig, pertenece la obra que en cierto sentido cierra gloriosamente la historia de la relación entre Bach e Italia: el en fa m Concerto Italiano BWV 971 en fa mayor para clave compuesto en 1735.
Si en las primeras obras italianas que Bach transcribe en los años de Weimar lo que nos impresiona es su manera de utilizar y variar, alterar y enriquecer los códigos tradicionales de la música italiana como el bajo continuo o la monodia, en el Concerto Italiano estamos frente a algo totalmente diferente, más maduro y más complejo. Ya no es una transcripción de un modelo sino un concierto auténtico, resultado de la pura fantasía y experiencia del genio alemán. Después de haber sudado y trabajado con incansable dedicación para interiorizar y personalizar técnicas, lenguajes, ritmos, estructuras armónicas y rítmicas, en fin todo lo que constituye la esencia de la música italiana, ahora Bach puede finalmente caminar solo, componer su primer concierto al estilo italiano.
La estructura es la que ya hemos escuchado en todos los conciertos de esta época: tres partes, allegro – andante – presto (tradicional variación del modelo allegro – adagio – allegro). El primer movimiento (a menudo presentado sin indicaciones de tiempo) se abre con amplitud y convicción sobre una frase esencial y clara que volverá a aparecer a lo largo de toda esta parte como estribillo, en el mejor estilo vivaldiano. Obviamente la inquietud y la genialidad de Bach lo llevan a trasformar constantemente el tema, pasando de una tonalidad a otra, de un ritmo a otro, del forte al piano con la agilidad y naturaleza de siempre y sin perder equilibrio y homogeneidad. Sigue el andante discreto, íntimo, misterioso. La mano derecha toca un bajo de impresionante sencillez, la mano izquierda camina sobre él realizando frases musicales líquidas, suaves, definitivamente inmateriales. En fin, el Bach que ya conocemos, el Bach que con pocas notas y con una discreción muy alemana logra transformar la música en un lenguaje universal.
Y llegamos al final, volviendo al inicio, a su amplitud y a su seguridad. Finalmente entendemos el resultado del largo trabajo de Bach: el compositor alemán se apodera de la música italiana en su totalidad, de cada una de sus componentes, de sus bellísimos ingredientes para transformarlos. En otras palabras Bach desarma la estructura musical italiana, separa sus elementos y los vuelve a juntar a su manera. Y así vemos como el bajo continuo – tradicionalmente en la mano izquierda (sobre las notas bajas) – pasa de una mano a otra con libertad y facilidad, y así la melodía (que la música italiana daba a la mano derecha) aparece en las notas bajas en un juego donde ya no hay reglas. Más bien, ya no valen nuestras reglas sino las de Bach. Porque a partir de este concierto la relación de Bach con la música cambiará para siempre: ya no será el arte que hay que imitar e interiorizar, ya no se tratará de asimilar estilos y gustos. A partir de este momento la música será una ciencia, una verdadera operación intelectual y filosófica. Era necesaria una obra maestra como el Concerto Italiano para cerrar una época, una manera de ver y vivir la música para abrir otra.
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