El viernes 15 de agosto comenzó la 76a edición del Festival de Verano en Lucerna (Suiza). No sobra recordar que en la primera ocasión, en 1938, fue Arturo Toscanini quien inició esta tradición con la ejecución del Idilio de Sigfrido en un pueblito en las afueras de la ciudad donde vivió Richard Wagner. 76 años es una cifra respetable para un festival que quiere ser el paradigma y el modelo de combinación de lo más hermoso con lo más avanzado de la música de concierto. Este año, sin embargo, todo es distinto: es el momento de una renovación exigida por circunstancias, no por previsibles, menos dolorosas. El alma de las últimas ediciones (muchas, no sé cuántas) del festival era Claudio Abaddo que murió a los 80 años de edad después de infundir toda su sapiencia y todo su arte a este hijo dilecto de sus desvelos. Si alguien lo secundaba (o lo primereaba) en ese afán, era el director de la Orquesta del Festival, nada menos que Pierre Boulez, que en este 2014 no puede estar presente, con sus 86 años de edad y una seria lesión en el hombro que prácticamente lo ha inmmovilizado. Por fuerza y por necesidad, pues, este festival es el de la renovación generacional para mantener la vitalidad del proyecto iniciado por Toscanini. ¿Y quiénes podrían tomar esos lugares ya legendarios? Los más creativos de los músicos contemporáneos: nuevamente aparece en el lugar reservado a lo más atrevido de la música contemporánea el Ensemble Intercontemporain que fundara Boulez y que en esta ocasión estrena director: Mathias Pintscher que presentó el domingo 17 una composición de la que es autor con el emblemático título de Bereshit (la palabra hebrea que significa En el comienzo). De la magnética música no escribiré ahora sino después, cuando comience con la reseña de los conciertos mismos. Cada año el festival se organiza en torno a una palabra, un significante, que supuestamente ensambla la variedad de las composiciones que se presentan. Por ejemplo, me ha tocado presenciar uno sobre la fe (2012, Glaube), uno sobre la Noche (2011, Nacht) y el último, el de 2013, con la inesperada despedida de Abaddo llevaba un título en español y con signos de admiración: ¡Viva la revolución! que reunía una buena parte de lo que se estima revolucionario en la música occidental. ¿Y este año? El significante escogido es casi un pleonasmo: Psyche. ¿Cómo la música podría ser otra cosa que una manifestación del psiquismo, el alma, el espíritu, el inconsciente, la subjetividad? Elíjase el concepto que se prefiera. A punto tal que se podría usar una palabra-valija, una palabra omnivalente, mot- valise, port-manteau word de filiación joyceana: múpsica y sostener sobre ella a la variada pajarera, cuando no serpentario, de los mupsicólogos.
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