Por José Antonio Palafox
Junto con La flauta mágica y Las bodas de Fígaro, Don Giovanni es una de las óperas más representadas del repertorio mozartiano, además de ser la segunda de las tres exitosas colaboraciones entre Wolfgang Amadeus Mozart y el libretista Lorenzo da Ponte (la primera fue Las bodas de Fígaro y la última Così fan tutte).
Basada en El burlador de Sevilla de Tirso de Molina, Don Giovanni, o el libertino castigado se ubica en la España del siglo XVII para narrar la última correría de don Giovanni, un caballero de noble cuna que desmerece sus orígenes porque es cínico, altanero y mujeriego, con lo que se hace odiar por todo el mundo. Al parecer, el único que aguanta sus desplantes es su atolondrado sirviente Leporello quien, la noche en que empieza la acción de la ópera, se encuentra montando guardia afuera de la casa del Comendador. Efectivamente: don Giovanni, oculto tras una máscara, se ha colado dentro a escondidas para seducir a doña Ana, la hija del comendador. Y ahí está Leporello, lamentándose de su situación, cuando aparecen don Giovanni y doña Ana, forcejeando, ella por conservar su honor y él por arrebatárselo. El llamado de auxilio de la chica es atendido por su padre, quien acude presto y reta a duelo al infame enmascarado. Tras una breve lucha, don Giovanni mata al comendador y sale huyendo con su sirviente. Mientras tanto, doña Ana ha ido en busca de don Ottavio, su prometido. Pero cuando regresa al lugar de los hechos, solo encuentra el cadáver del comendador. Horrorizada, doña Ana pide a don Ottavio que vengue la muerte de su padre.
Al día siguiente, don Giovanni se topa de frente con doña Elvira, una de sus anteriores conquistas cuya vida ha quedado arruinada por la deshonra que él le infligió. Buscando aprovecharse de la situación, el infame libertino empieza a “consolar” a la desesperada mujer, pero ella lo reconoce como el causante de su desdicha y don Giovanni tiene que salir huyendo. A Leporello no se le ocurre nada mejor que hacer que echarle más leña al fuego y desplegar ante la atónita doña Elvira una larga lista de las múltiples mujeres a las que su amo ha seducido alrededor del mundo.
Furiosa, doña Elvira jura vengarse de don Giovanni en su nombre y en el de todas las mujeres engañadas por él.
Pero esto al galán de pacotilla le importa poco: en su huida, se ha topado con una procesión de campesinos que celebran la boda de Masetto y Zerlina. Inmediatamente, don Giovanni pone sus libidinosos ojos en la bella chiquilla. Parece ser que la (ya de por sí larga) lista de gente que odia a don Giovanni se acrecentará con dos nombres más…
Wolfgang Amadeus Mozart tenía 31 años de edad y se encontraba en no de sus mejores momentos creativos cuando compuso Don Giovanni, en 1787. El año anterior había estrenado en Viena, con gran éxito, Las bodas de Fígaro, y en su nueva ópera hizo alarde de una riqueza temática y sonora sin igual que incluía un omnipresente erotismo, elementos sobrenaturales, una poderosa obertura que debió haber desconcertado a los espectadores de su tiempo, pues inicia con tres escalofriantes acordes sincopados en re menor que agreden —literalmente— al escucha, quien apenas está poniéndose cómodo en su asiento, una absoluta subordinación “emocional” de la voz ante la orquesta, efectos musicales especiales (como cuando don Giovanni toca la mandolina sobre el escenario mientras en el foso orquestal lo acompañan las cuerdas en pizzicato) y un espectacular final (literalmente infernal) al que le sigue una coda un tanto desangelada, pero necesaria para devolver al orden las cosas.
Sin embargo, lo más importante es que con Don Giovanni Mozart continuó la crítica social que él y da Ponte habían iniciado en Las bodas de Fígaro. Esto queda patente desde el principio de la obra, ya que —en contra de la costumbre de la época, que dictaba que la acción fuera comenzada por uno de los personajes principales— es Leporello, un sirviente, quien interpreta el aria inicial, en la que (además) se queja de las desventajas de serlo. A grandes rasgos, la actitud licenciosa de don Giovanni podría verse como un retrato de los excesos de la aristocracia de la época. Para colmo de males, y totalmente en contra de lo que esperaría el público católico tradicional del siglo XVIII, a don Giovanni no le interesa redimirse de sus maldades. Es más: aun teniéndolo frente a sus ojos, se burla del fuego del infierno que espera a los pecadores irredentos, como él. Pero no hay que olvidar que estamos a dos años de que estalle la Revolución Francesa, y los vientos de un cambio radical ya soplaban por media Europa: Don Giovanni fue todo un éxito en su estreno en el Teatro Estatal de Praga, el 29 de octubre de 1787, y con ello Mozart obtuvo su tan largamente codiciado contrato como compositor de la corte de José II, rey de Hungría y de Bohemia.
Mucho se ha escrito sobre si es verdad que el mismísimo y verdadero don Juan, Giacomo Casanova, colaboró en la redacción del libreto de esta ópera, ya que era amigo personal de Lorenzo da Ponte, y sobre si estuvo o no presente la noche del estreno. También se cuenta que Mozart escribió la prodigiosa obertura de Don Giovanni apenas una noche antes (o el mismo día) del estreno. Leyendas aparte, lo cierto es que esta es una de las óperas más importantes de la historia de la música y que, gracias a las transmisiones en vivo del MET de Nueva York, el próximo sábado 22 de octubre podremos disfrutarla en la producción del artista británico Michael Grandage, con el prestigioso barítono Simon Keenlyside como don Giovanni, el joven bajo barítono Adam Plachetka como Leporello y el bajo coreano Kwangchul Youn como el comendador, todos bajo la batuta del maestro Fabio Luisi. La cita, como siempre, es en el Auditorio Nacional.
Wolfgang Amadeus Mozart: Madamina, il catalogo è questo (Don Giovanni) / Ferruccio Furlanetto
(Leporello) y la Orquesta del MET, dirige James Levine
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