La muerte es sueño: el Actus Tragicus de Bach

Por Francesco Milella “El Actus Tragicus de Bach es una obra genial con la cual el joven de 22 años se adelanta con poderoso impulso […]

Por Francesco Milella Última Modificación agosto 5, 2017

Por Francesco Milella

“El Actus Tragicus de Bach es una obra genial con la cual el joven de 22 años se adelanta con poderoso impulso a todos sus contemporáneos.” Alfred Dürr

Todo comienza en silencio, con delicadeza: sobre un fondo de dos violas da gamba con el bajo continuo, dos flautas de pico entonan frases al unísono, con hermosos efectos de diálogo y eco en una estructura libre. De repente el silencio se rompe con un coro que aparece entonando una dulce frase sobre las palabras “La hora de Dios es la mejor de todas.” El tono es alegre, casi ingenuamente sonriente. Un tono que rápidamente y sin solución de continuidad se transforma en una fuga ágil y veloz cuando aparecen las palabras “en él vivimos, nos movemos y existimos por todo el tiempo que él quiere”.

En fin, un inicio tradicional, realmente uno de los más bellos de Bach que aparentemente, sobre todo para los que no conocen el texto y la historia de esta obra, no esconde ninguna sorpresa sino el puro placer de la música. Pues veamos qué hay detrás de todo esto. Se trata de una de las cantatas más curiosas, originales y bellas de todo su repertorio: Gottes Zeit ist die allerbeste Zeit BWV 106, mejor conocida con el título apócrifo y definitivamente engañoso de Actus Tragicus de Bach.

Fue compuesta en 1707, en la primera fase musical de Bach, para el funeral, según algunos historiadores, de Dorothea Susana Tilesius, hija del Pastor Eilmar, superior de Bach en Mülhausen, según otros, para la muerte del tío materno Tobias Lämmerhirt. En fin, cualquiera que sea la verdad, el tema central que domina toda la cantata es la muerte y el saludo final a la vida.

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Volvamos ahora al inicio de esta cantata, a ese diálogo tan cálido y cariñoso entre las dos flautas, y a ese coro tan alegre y contagioso que abren esta obra maestra del joven Bach. ¿Dónde está la muerte con sus notas graves y sus tensiones armónicas, con su ritmo pesado y obscuro, con sus coros severos y melancólicos? Nada, nada de todo esto aparece en esta cantata. Lo que Bach quiere compartir es una imagen serena y dulce de la muerte, una muerte que da paz y serenidad a la mente y al corazón. Solo así podemos entender el sentido y la presencia de esas flautas y esas violas, de ese coro tan brillante y alegre que parece casi consolar y serenar el espíritu de los que asisten a un funeral regalándoles una pequeña sonrisa.

El número que sigue al coro inicial se divide en dos partes claramente estructuradas: en la primera parte el contralto elabora una frase musical melódicamente cercana a la chacona acompañada por un bajo ostinato del órgano sobre las palabras “en tus manos encomiendo mi espíritu. Tú me has rescatado, Yahvé, Dios fiel”. La intensidad y tensión espiritual es total: a la humana angustia de la muerte responde, sin solución de continuidad, el bajo quien canta las palabras de la promesa que Jesús crucificado hizo al ladrón arrepentido, “hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Es suficiente su voz y sus palabras afectuosas y sabias para calmar las angustias: un coro de sopranos de inefable delicadeza entona las palabras de un coral de Lutero, verdadero corazón de la cantata:

“Con paz y alegría parto de aquí, según la voluntad de Dios. Consolados están mi corazón y mi mente, con dulzura y paz. Como Dios me ha prometido, la muerte se ha convertido para mí en sueño”.

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Cuando Bach compuso esta cantata tenía solo veintidós años y poca experiencia como compositor vocal y de música religiosa: había trabajado en Weimar y Arnstadt, pero como violinista y organista. Esta cantata se considera de hecho uno de sus primeros experimentos con el cual Bach empieza a acercarse a este género. Sin conocer todavía la estructura de la cantata italiana, modelo imprescindible en los años de Leipzig, el joven compositor selecciona textos bíblicos y corales tradicionales, probablemente añadiendo personalmente lo que servía de ligazón, con lo cual crea una estructura libre y sin vínculos, perfecta para expresar de la mejor manera su joven lenguaje musical. El resultado es irrepetible: Bach realiza – como afirma Alfred Dürr – «una obra genial, de las que incluso los grandes maestros rara vez crean, y con la cual el joven de ventidós años se adelanta con poderoso impulso a todos sus contemporáneos.»

El número final, la verdad, lo dice todo: un coro, discreto e íntimo, alaba la gloria de Dios, y lo hace siguiendo en un primer momento la forma del coral y luego transformándose inmediatamente en una brillante y luminosa fuga en un triunfo de luz y de esperanza. Así probablemente el joven Bach imaginaba la muerte. Y así nos la entrega y comparte en este sueño musical.

Actus Tragicus de Bach

John Eliot Gardiner

Video con partitura (Leonhardt)

 

Francesco Milella
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