Sinfonía no. 8
Parte I
Veni, Creator Spiritus
Parte II
Escena final de la segunda parte del Fausto de Goethe
Frankfurt Radio Symphony Orchestra – Paavo Järvi
Alrededor de 1906, Mahler comentó con el director holandés Willem Mengelberg sobre su último proyecto, su obra más ambiciosa hasta ese momento, la Octava sinfonía. Es la primer sinfonía completamente coral en la historia de la música y está dividida en dos partes asimétricas, la primera está basada en el texto en latín del himno del siglo IX “Veni, Creator Spiritus”, atribuido a Hrabanus Maurus, arzobispo de Mainz, y la segunda en la escena final de la segunda parte del Fausto de Goethe. Si bien parecen dos fuentes de inspiración dispares, el propósito de Mahler era enfatizar la conexión entre la expresión temprana de la creencia cristiana en el poder del espíritu y la visión simbólica de Goethe sobre la redención de la humanidad a través del amor. Tenía también en mente lo que llamaba “el incomprendido amor platónico”; en una carta a su esposa Alma (a quien está dedicada la obra) escrita mientras ensayaba la sinfonía en Munich en 1910, Mahler explicaba:
“La esencia de la esta sinfonía es la idea de Goethe de que todo amor es generativo, creativo, y que hay una generación física y espiritual que es la emanación de este “Eros”. Esto sucede en la última escena del Fausto, presentado simbólicamente… la maravillosa discusión entre Diotima y Socrates, está al centro del pensamiento de Platón, de su visión del mundo… la comparación entre Socrates y Cristo es obvia y se ha dado espontáneamente en todas las épocas… en cada caso, Eros aparece como el creador del mundo.”
La Octava sinfonía se estrenó hasta 1910, el año del quincuagésimo aniversario de Mahler, cuando ya había dejado la Ópera de Viena para asumir el puesto de director de la Filarmónica de Nueva York. Los ensayos, dirigidos por Mahler, comenzaron en mayo y los solistas fueron escogidos y ensayados por Bruno Walter. Dos conciertos fueron programados en Munich el 12 de septiembre con una repetición al día siguiente. El manager de la agencia de conciertos Gutmann, publicitó la obra como la “Sinfonía de los mil” sin el conocimiento y con la posterior desaprobación de Mahler –aunque en realidad describía con justeza el número de músicos sobre el escenario en las primeras audiciones de la obra. A Mahler le quedarían ocho meses de vida, y conmueve saber que, en esta ocasión, la última vez que dirigió en Europa, Mahler disfrutó de un éxito rotundo. Entre la audiencia en el estreno estaban muchos de los artistas más distinguidos de Europa: Richard Strauss, Bruno Walter, Leopold Stokowski, Arnold Schoenberg, Max Reinhardt, Thomas Mann, Stefan Zweig y muchos más. Walter describió cómo al final, Mahler subió entre aplausos a la sección donde se encontraba el coro de niños, quienes le vitoreaban con todas sus fuerzas, y caminó por el pasillo lateral saludando cada mano extendida.
La masa orquestal requerida para interpretar la Octava es, efectivamente, enorme: piccolo, 4 flautas, 4 oboes, corno inglés, 3 clarinetes, clarinete en mi bemol, clarinete bajo, 4 fagotes, contrafagot, 8 cornos, 4 trompetas, 4 trombones, tuba, timbales, bombo, platos suspendidos, gong, triángulo, campanas tubulares, glockenspiel, celesta, piano, armonio, órgano, 2 arpas, mandolina, cuerdas, coro doble, coro de niños y 8 solistas -3 sopranos, 2 contraltos, tenor, barítono y bajo. Cuando se usa este inmenso despliegue junto, el sonido es como una marejada, pero la impresión que predomina no es la de una masa de sonido, sino la precisión de ciertos efectos, la sutilezas colorísticas, el sorprendente oído que logra balance y al mismo tiempo inesperadas fusiones tímbricas.
La interrelación de temas y motivos es intrincada y orgánica. La Parte I, elaborada y masiva como es, tiene una estructura de forma sonata reconocible. Es un movimiento polifónico maravilloso –no es que el contrapunto de Mahler sea como el de Bach, pero es obvio que se reconoce aquí la influencia del gran maestro del contrapunto. Un acorde de mi bemol en el órgano, la madera y las cuerdas graves proclama el poderoso himno del coro “Veni”, y aparecen luego tres temas importantes en rápida sucesión, acordes repetidos en ritmo punteado en el coro anuncian el “Spiritus”. El coro por fin se hunde en un pianissimo y cuatro de los solistas se escuchan en un hermoso pasaje en re bemol con el texto “imple superna gratia”. El regreso del coro conduce al retorno de un reelaborado inicio, después existe una sombría sección en re menor en la orquesta. En el texto “Informa nostri corporis”, un solo de violín acompaña la antífona del coro y los cornos retoman el motivo del trombón. El desarrollo de este material en la orquesta y los solistas lleva al clímax emocional del movimiento, el supremo “Accende lumen sensibus” y luego hacía un tema que es frecuentemente usado en la Parte II. Mahler entrelaza los tres motivos principales del inicio en un radiante mi mayor, que modula de manera directa a la tónica para el retorno del “Veni, Creator Spiritus” inicial. Una fuga doble lanza la Coda que es coronada por el “Gloria”.
La Parte II presenta un estilo mahleriano más familiar, con una larga introducción orquestal que pone en contexto la escena de transfiguración simbólica de Fausto. Hay dos temas que dominan la sección (y todo el movimiento), uno suave como una oración y el otro un anhelante motivo mahleriano en las flautas y clarinetes. La entrada del coro misteriosa. Con la entrada del “Pater Ecstaticus” la cuerda toma los dos temas y los fusiona en una melodía. Los solistas, cabe mencionarlo, representan más que personajes, son ideas simbólicas de la mitología privada y muchas veces enigmática de Goethe. Con el “Pater Profundus” la música regresa a mi bemol menor con la reaparición del tema del “Accende “de la Parte I en las trompetas y cornos, y esto es citado de manera literal cuando el coro de ángeles canta la salvación de Fausto. En la canción del Doctor Marianus, los ángeles y niños bendecidos crecen con exaltación cuando la virgen es nombrada y la última sección de la sinfonía comienza con un nuevo tema en los violines (marcado adagissimo y vibrando) sobre un acorde de mi mayor en el arpa y el armonio.
De aquí en adelante, con el canto de tres solistas femeninas, la música se vuelve cada vez más suave, en especial cuando un cuarto solista aparece como el ángel guardián de Fausto. Eventualmente, en lo alto del registro del coro y la orquesta suena el “Mater Gloriosa”, exquisitamente acompañado por una delicada coloración de la orquesta, y luego Mahler hace uso de toda su elocuencia cuando el Doctor Marianus, acompañado por el coro, insta a todos los penitentes a mirar la luz redentora. El “Chorus Mysticus” final, que comienza apenas con un susurro y termina con una explosión de sonido, evoca el Eterno-femenino que lleva a la humanidad al cielo. Este pasaje es el más exaltado arte romántico. Al final en una coda instrumental, Mahler reintroduce el tema del “Veni, Creator Spiritus” del inicio de la sinfonía, pero con la séptima ascendente expandida a una novena, mientras los metales afirman triunfalmente la fe tanto en el hombre como en Dios. Dicha fe es la raíz de este increíble credo humanístico hecho por uno de los compositores más verdaderamente religiosos (en un sentido no dogmático) de todos los tiempos.
Fuente: Michael Kennedy para la integral de Sinfonías de Gustav Mahler de la Orquesta Sinfónica de Chicago, dirigida por Sir Georg Solti.
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