Por José Antonio Palafox
Una “pequeña frase musical” de la sonata para piano y violín de Vinteuil escuchada durante una velada ofrecida por la banal madame Verdurin en Por el camino de Swann, el primer volumen de En busca del tiempo perdido, provoca en Charles Swann una impresión intensa que no puede explicarse. Al igual que Proust, Swann desconoce los fundamentos de la técnica musical, y es por ello que su experiencia estética resulta única, ya que es puramente emocional e intuitiva.
Tiempo después, Swann vuelve a encontrar la misma música, ahora interpretada al piano por el joven Dechambre. Conmovido, se da cuenta de que ya nunca podrá librarse del dolor que su amor por Odette le ha causado. Este hombre, antes disoluto y ahora perdidamente enamorado -hasta el punto de arrastrarse, humillado, detrás de la sombra de Odette-, desconoce tanto el nombre de la obra a la que pertenece esa pequeña frase musical como la identidad de su compositor. Lo único que sabe con certeza es que, cada que la escucha, ésta le evoca la imagen de Odette.
Nosotros –los lectores- también desconocemos al (los) músico(s) detrás del incomprendido Vinteuil. En algún momento, Proust indicó en una carta a su amigo Jacques de Lacretelle que la música que escucha Swann era “la frase encantadora, pero a fin de cuentas mediocre, de una sonata para violín y piano de Saint-Saëns, músico que no me gusta”, aunque inmediatamente después, en el mismo texto, empieza a mencionar una lista de obras que, de una u otra forma, tienen relación con -o podrían ser- la misma “pequeña frase” que aparece a lo largo de su novela: el “Hechizo de Viernes Santo” del Parsifal y uno de los preludios del Lohengrin de Wagner, la Sonata para violín y piano en la mayor de César Franck, un fragmento musical de Schubert, la Balada, op. 19 de Fauré… Más adelante, Proust comenta que “Vinteuil simboliza a los grandes compositores del tipo de César Franck”, cuya Sonata supuestamente aparecería al final de su libro. Así pues, según indica la lógica, la “pequeña frase musical” de Por el camino de Swann podría ser la Sonata para violín y piano no. 1 de Saint-Saëns, y el Septeto al que pertenece el fragmento (y que hace su aparición en La prisionera, el quinto volumen), la Sonata en la mayor de Franck.
Sea como fuere, el hecho es que, gracias a la música de Vinteuil, Charles Swann (Marcel Proust) descubrirá y comprenderá ciertas profundidades abismales de su existencia que hasta entonces desconocía. Al escuchar por vez primera la “pequeña frase”, Swann vislumbra el éxtasis de la experiencia estética en estado puro. Sin embargo, una vez que ha pasado a formar parte de su percepción de la vida y de su propia conciencia, la música (en un ejercicio de evocación similar al famoso de la magdalena al inicio del primer volumen de la novela) pone en marcha los mecanismos de su memoria para hacer surgir –por asociación- el recuerdo. Y es este “decir algo” que la obra de arte despierta en el espectador el que arrebata al arte su pureza al dar un nombre material (Odette, en este caso) a lo incorpóreo (la música en sí). Pero, aunque parezca contradictorio, será únicamente a través de este proceso perceptivo que “traiciona” la pureza de la música mediante su apreciación consciente, como Swann podrá volver a encontrar el pasado inasible, o sea, el tiempo perdido.
Y esto, me parece, es algo que nos sucede a todos al escuchar alguna obra musical en particular, ¿no es cierto?
César Franck: Sonata para violín y piano en la mayor / Isaac Stern (violín) y Alexander Zakin (piano)
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