El cine (1a. parte)

El cine sonoro nació bajo el signo de las canciones mexicanas. Santa (1931), la primera película sonora traía el mensaje melódico

Por Música en México Última Modificación mayo 7, 2022

El cine sonoro nació bajo el signo de las canciones mexicanas. Santa (1931), la primera película sonora traía el mensaje melódico un tanto desleído de la canción del mismo nombre del compositor de moda: Agustín Lara. El cine sonoro utilizó la música y los géneros de canción ya manejados por el teatro de revista. El nacionalismo incipiente de mariachis y chinas poblanas del Teatro Politema se convirtió en el localismo prepotente de los charros jalisqueros. El disfraz se afinó, el pantalón se volvió más ajustado, los botones más relucientes y el sombrero creció al grado de parecer una tortilla gigantesca. El romanticismo de Lara de los años veinte pegó un salto cuantitativo para sufrir cinematográfica y bolerísticamente los efectos de una musa-némesis (vengativa) que le exigía convertirse en un pianista ciego o en algún otro ser que sólo triunfaba a costa del olvido o del pecado (o de ambas cosas).

Los elencos completos del teatro de revista se trasladaron al cine, proporcionando no sólo las canciones, sino también mucho de su estructura: sketches intercalados con canciones, cuadros regionales y algo de su sencilla concepción del espectáculo. Sólo era necesaria una trama que con ligeras variantes pudiese utilizarse hasta la saciedad, para echar a andar una verdadera industria de la diversión. Éxitos notables como Cielito lindo (1936), se apoyaban en la experiencia de Manuel Castro Padilla y en las canciones de Lorenzo Baercelata y Mario Talavera. 

Allá en el rancho grande (1936), película de Fernando de Fuentes que valió al cine mexicano su primer premio internacional de fotografía y popularizó a Tito Guízar como cantor ranchero en toda Latinoamérica, abrió mercados insospechados al cine nacional. Parte importante de la exitosa receta fueron las canciones de Lorenzo Barcelata: Amanecer ranchero, Por ti aprendí a querer y la clásica y anónima Allá en el rancho grande, en versión triunfalista.

En el mismo año, Manuel Castro Padilla, aprovechando su polifacético oficio de revistero, hizo las canciones Adiós trigueña, Rincón mexicano, Ansina son las mujeres, para la exitosa película Amapola del camino.

A decir verdad, una buena parte de la producción del cine mexicano debió su fácil popularidad al prolífico apoyo melódico de la canción. Ya fuese tema, trasfondo, comentario o adorno superfluo, la canción fue no sólo el personaje invisible de muchísimos filmes, sino también el deus ex machina de no pocas de ellas. Las canciones contribuyeron en gran manera a fijar uno de los tipos característicos de la cinematografía nacional: el charro cantor. A partir de Allá en el rancho grande (1936), Ora Ponciano (1936), Adiós Nicanor (1937), Jalisco nunca pierde (1937) y Aquí llegó valentón, el macho de opereta será imprescindible en la comedia ranchera. Lo que no se ha dicho es que el macho operístico antes de ser bravucón, borracho, pendenciero, simpático y mujeriego –con los que no se diferenciaría de cualquier macho sacado de Escuinapa, Tecalitlán o Ajijic– debía ser una cantante más que aceptable. No es por azar que Jorge Negrete (¡Ay Jalisco no te rajes!) se convirtiese en el actor ideal para ese personaje imposible: una especie de Caruso ranchero capaz de pavonearse cual una extraña cruza entre gallo de pelea y pavorreal. 

Toda una industria con un perfecto engranaje se forjó en torno a la comedia ranchera con sus compositores especializados y sus comparsas de cajón. Dentro del grupo de compositores especializados en canciones de corte jalisciense, ranchero pseudopueblerino, aparece destacada y repetidamente el dúo formado por Manuel Esperón y Ernesto Cortázar . Del año 1932 a 1941 musicalizaron 17 productos del género, entre los que podrían destacarse: Mano a mano, Ora Ponciano, Adión Nicanor, Jalisco nunca pierde, Guadalupe la chicana, Tierra brava, Aquí llegó el valentón, y finalmente la campeona de taquilla ¡Ay Jalisco no te rajes!, apoteosis del charro cantor como Jorge Negrete. Esperón y Cortázar en su larga asociación como letrista y compositor, lograron crear un estilo estándar de canción de corte más o menos ranchero con algo o mucho de son jalisciense, que logró tipificar “lo mexicano” en una sola canción: Yo soy puro mexicano.    

En estas óperas rancheras fue frecuente escuchar al héroe Jorge Negrete expresar las exigencias cancioneras de su amor, acompañado de una orquesta invisible en pleno campo. El éxito económico de la ópera ranchera estuvo asegurado de antemano. 

Fuente: Moreno Rivas, Yolanda. Historia de la música popular mexicana, Alianza Editorial Mexicana, 1979. 

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