Los ídolos de México

En México, este ídolo fue por lo general un actor-cantante cuya sola aparición era capaz de provocar una instantánea identificación con el público.

Por Música en México Última Modificación noviembre 12, 2022

Uno de los fenómenos más extraordinarios creados al calor de la difusión masiva de imágenes y sonidos fue la creación del concepto de ídolo. En México, este ídolo fue por lo general un actor-cantante cuya sola aparición era capaz de provocar una instantánea identificación con el público. El ídolo mexicano, a diferencia del argentino o norteamericano, no es solamente alguien que canta o actúa en la pantalla; es un ser que lo tiene todo; ha llegado a la fama gracias a su voz, su presencia, sus dotes de actuación y exitosa reputación de conquistador de mujeres. Para reforzar más su impacto, el ídolo es sobre todo la imagen idealizada que de sí mismo quisiera tener el propio mexicano. Varias generaciones desearon en un momento, y tal vez no muy secretamente, ser como Jorge Negrete, Pedro Infante o Javier Solís.

El primer ídolo al que puede reconocerse categoría de tal es Jorge Negrete. Ni sus propios creadores pudieron imaginar que aquel guapillo bachiller del Colegio Alemán y ex Teniente de intendencia llegase a ser uno de los pilares más poderosos de la industria fílmica. Con La madrina del diablo (1937) nació un personaje que afablemente pretendía identificarse con cierto mítico hombre de campo, especie de Chinaco de San ángel que se convierte en bandido generoso cuando sean contrariados sus amores. Las ocho películas filmadas en 1938 parecían buscar el verdadero tipo que se acomodara a las cualidades interpretativas de Jorge Negrete. Aquí llegó el valentón con canciones de Esperón, en donde el actor aparecía ya como el tipo noble bravucón, alegre y enamorado de ¡Ay Jalisco no te rajes! (1941), la película que batió todos los récord de taquilla y fue su consagración definitiva. Negrete inicio de la primera fase del mito del charro cantor su publicidad estuvo instrumentada siempre en ese sentido, y aunque el actor realizó diversos géneros de películas sería recordado principalmente por sus papeles y sus canciones más bravíos. Negrete disfrutaba de una buena y agradable entonación que le daba su entrenamiento operístico. A ella fue adaptando toda una serie de rasgos estilísticos indispensables al género: regionalismos como el falsete y manierismos como el grito bravío. Aún así su limpio estilo de ejecución fue calificado en ocasiones de excesivamente refinado. Tal se dijo de su transparente y matizar ejecución de Perjura de Lerdo de Tejada. Con su innegable técnica vocal, Negrete pudo capturar y adaptar a su voz y posibilidades de Matisse el estilo bravío, aportando a la vez nuevas características de ejecución. A partir de sus interpretaciones en la película ¡Ay Jalisco no te rajes!, Negrete inauguró un estilo ágil, agresivo, vivas, que sería distintivo de la canción ranchera y que sería adoptado por decenas de sucesores.

Pedro Infante, el “Héroe de Guamúchil”, fue también un producto natural de la felicidad artística del pueblo  y, según sus comentaristas, un símbolo que no se comprendió cabalmente hasta que llegó la hora de su muerte. En efecto, la vida de Pedro fue otra gesta tan memorable como la de Javier: la miseria no pudo vencer al empeñoso provinciano, ni la gran ciudad de intimidarlo, ni ya triunfante el brillo de las candilejas cerrar sus ojos matizados del paisaje de la provincia. Aunque tuviese el guardarropa atestado de cientos de trajes, chamarras y botines, regalara Cadillacs de 180,000 pesos a sus ex mujeres e instalara carísimas cabinas para entrenar pilotajes a ciegas en su retiro de “Ciudad Infante”, Pedro siguió siendo, a los ojos del pueblo, “Pepe el toro”, el muchacho sublimemente sencillo y enormemente simpático de Sinaloa. El seguro instinto musical de Pedro Infante se manifestó desde sus primeras grabaciones hechas con la marca Peerless. Infante poseía un estilo flexible, expresivo y versátil que le permitía abordar desde una guaracha cómica al estilo de Nana Pancha, un bolero romántico al estilo de enamorado y una ranchera sentida como Paloma querida, hasta una pieza romántica como Nocturnal acompañada por una orquesta estilo norteamericano. Hay una cualidad distintiva de Infante que lo hace alejarse de los retorcimiento se excesivos de la expresión para mantenerse dentro del buen gusto.

La aparición llena de simpatía y ángel del joven Infante en la pantalla amplió las posibilidades del mito, ya que plantea el surgimiento de un rival de Jorge Negrete. El nuevo ídolo era el muchacho de origen humilde, opuesto a las a la altivez negretiana y a la falsa seguridad, capaz sin embargo de hacer los papeles más versátiles: el macho brusco, pero sentimental, de Cuando lloran los valientes; el triple personaje de Los tres García; el héroe sufrido de los melodramas urbanos en Nosotros los pobres y Ustedes los ricos; el simpático de estampado de La oveja negra y un Gavilán pollero; el inolvidable personaje de Pepe “el toro” (1952) y el indígena Tizoc enamorado de refulgente María Félix.

La confrontación entre los dos mitos ocurrió sin pena ni gloria; Dos tipos de cuidado (1952), con las actuaciones competitivas de Negrete e Infante, presentó solamente las dos variantes de un mito que ya daba indicios de fatiga. Tras la muerte de Negrete, el sitial del ídolo quedó asegurado para el elegido y único digno sucesor: Pedro Infante. La trágica muerte de Infante (1957) dejó vacante el trono del ídolo; los productores buscaron afanosamente en el ambiente artístico un actor-cantante que reuniese la categoría y la personalidad del ídolo desaparecido para llenar el sitio que sólo los predestinados ocupan.

Afortunadamente, no hubo que esperar demasiado. En 1959, un nuevo personaje que pretendía continuar el mito del actor-cantante apareció: Javier Solís, célebre ya por sus interpretaciones del bolero ranchero. Con El norteño inicia una serie de 23 películas que demuestran el extraordinario arraigo popular del cantante y pone de manifiesto la benevolencia del público. La carrera de Javier Solís, “El morrongo”, conocerá toda la topografía de los barrios pobres de la ciudad de México: infancia abandonada en una colonia proletaria, cargador de canastas en Tacubaya, trabajador en un rastro clandestino de la Av. Observatorio, lavador de coches, repartidor en bicicleta, concursante por un par de zapatos en el Teatro Salón Obrero, cancionero arrancado del Salón Escandón en la calle 12 de octubre, popular tanguista de un jacalón en la colonia América y, finalmente, ya cercano el éxito, cantador espontáneo de los mariachis de la plaza Garibaldi. Solís no tuvo trascendencia como actor por su mínima capacidad expresiva. 

El estilo de Javier Solís está determinado por su género preferido: el bolero ranchero. A medio camino entre el estilo de cantina y el ranchero tradicional, y por sí misma, la expresiva y sensual voz de Javier Solís difícilmente se colocaría en el terreno del absolutamente original. Sin embargo ciertos resbalones rítmicos en los momentos que requerían más expresión, así como una afinación acomodaticia, le dan un toque inconfundible en las interpretaciones de Solís. Entrega total, de Abelardo Pulido, vino a constituir una de sus piezas características por el uso constante de estos manierismos que sin embargo darán flexibilidad a la camisa de fuerza del bolero ranchero. 

Fuente: Moreno Rivas, Yolanda. Historia de la música popular mexicana, Alianza Editorial Mexicana, 1979.

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