Por Francesco Milella
Las enciclopedias y las historias de la interpretación musical de hoy suelen ser muy breves y sintéticas cuando se refieren a Bruno Walter (Berlín 1876 – Beverly Hills 1962). De él nos cuentan que fue director de orquesta en varias ciudades de Europa para luego trasladarse a los Estados Unidos; nos dicen que fue un fiel amigo y gran intérprete de Mahler, amante de las obras de Mozart y protagonista de la música occidental por casi setenta años. Elogian su arte directorial, su sensibilidad artística y sus grabaciones discográficas, pero prefieren hablar de Arturo Toscanini y de Wilhelm Furtwängler, cuyas vidas, casi hollywoodianas, cautivan inmediatamente la atención de los lectores de hoy. Y así Bruno Walter queda abandonado en el limbo de los buenos directores, esos directores que sirvieron la música con inteligencia sin haber destacado, sin imponerse sobre los demás.
En una cultura como la nuestra que antepone la imagen a cualquier otra cosa, por más importante y determinante que sea, esta discriminación parecería casi justificable siendo la vida de Bruno Walter mucho, pero mucho más aburrida y monótona que la de Toscanini y Furtwängler. Pero es suficiente buscar en YouTube una de sus grabaciones, cualquiera de ellas, para entender su inmensidad y su extroardinaria calidad. Una calidad que, en algunos casos, incluso supera la de sus célebres colegas. Los invito, pues, a descubrir su calidad escuchando el mítico Adagietto de la Sinfonia n. 5 de Mahler, su gran amigo, en una grabación de 1938.
https://www.youtube.com/watch?v=-Flxoq67BsE
La calidad imperfecta de la grabación no nos impide disfrutar de la perfecta interpretación de Bruno Walter: evitando inútiles efectos teatrales y protagonismos manieristas, el gran director alemán nos entrega un Mahler esencial, transparente. Yehudi Menuhin solía decir que, si por un lado «Toscanini comenzaba un viaje con el único objetivo de alcanzar su meta, Walter, al contrario, era una explorador que amaba admirar cada flor que encontraba en su camino.» Esta grabación lo demuestra perfectamente: Walter dilata los tiempos de la partitura por el puro placer de disfrutar cada una de sus notas, cada juego armónico, cada secreto de la música de Mahler y , finalmente, compartirlo con nosotros con extraordinaria humildad, sin dejar transperentar su presencia.
El gran amor de Walter después de Mahler fue Mozart: a su música el director alemán se entregó con una pasión sin límites que abarca tanto el repertorio instrumental como el operístico y religioso. En una época en donde la música de Mozart se solía interpretar con un gusto profundamente romántico y post – wagneriano, Walter rompió todos los esquemas proponiendo un Mozart más ligero y amable, casi filológico dirían algunos.
El final del la Sinfonia n. 40 que este rarísimo video del 1930 nos ofrece, se transforma en las manos de Bruno Walter en algo nunca antes escuchado: el director alemán transforma la música de Mozart en una entidad líquida que fluye con elegancia y coherencia, que lejos de cancelar su color trágico y casi ambiguo, lo acentua con un gesto elegante y seguro. Si en Mahler dilató sus tiempos para entregarnos su belleza metafísica, ahora en Mozart parece dilatar su estructura para compartirnos la extraordinaria perfección de la partitura mozartiana: los juegos tímbricos, los diálogos entre los instrumentos y las variaciones de ritmo y armonía. «Mozart regala al mundo la Verdad envolviéndola en la Belleza» solía decir Walter de su amado compositor, definiendo al mismo tiempo su deber como director de orquesta: «esculpir su carácter a través de su verdad dramática, cuidando su belleza interior». Así fue Bruno Walter, uno de los pocos directores que lograron a lo largo de su vida musical entrar en el corazón de la música y entregarnos, con tanta delicadeza y sencillez, su belleza más profunda.
Mozart: Sinfonía n. 40 (completa)
Brahms: Sinfonía n. 2 (ensayo)
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