En 1989, dos años antes de morir, el controvertido actor alemán Klaus Kinski (1926-1991) se colocó por primera y única vez detrás de la cámara cinematográfica para cumplir uno de sus caprichos: escribir, dirigir y protagonizar una película sobre el virtuoso violinista y compositor italiano Niccolò Paganini (1782-1840), músico con cuya vida encontraba personalmente más de una semejanza. Para el desmedidamente egocéntrico Kinski, tanto él como Paganini eran poseedores de una genialidad que los convertía en seres excepcionales y los colocaba muy por encima del resto de los mortales, los cuales solo podían reaccionar con rechazo e incomprensión.
Así, más que una biografía, Paganini (también conocida como Kinski Paganini) es una reflexión sobre la propia existencia de Klaus Kinski a través de su visión personal acerca de la vida y obra del llamado “violinista del diablo”. Estructurada en breves episodios con una carga más conceptual que narrativa y sin una línea argumental tradicional, la película retrata a Paganini como un artista marginado y absorto en su música, incapaz de mantener contacto físico con otros seres humanos si no es por medio de una actividad sexual burda y desenfrenada, pero al mismo tiempo capaz de hablar a las almas por medio de las asombrosas notas que emanan de su violín. De hecho, desde los primeros momentos del filme se establece una clara correspondencia entre el sexo y la música, que se complementan mutuamente para infundir un poco de vida a ese monstruo insatisfecho que es el Paganini de Kinski. En este aspecto resulta vital la insistente manera en que la cámara vuelve una y otra vez sobre el cadavérico rostro del protagonista, ya que es en sus silenciosas expresiones donde leemos como en libro abierto el sufrimiento, la angustia, el placer, el éxtasis y la locura que emanan de su ser cada que empuña el violín. Enjuto y desaliñado, el Paganini de Kinski tiene una grotesca apariencia prácticamente arácnida (recordemos que algunos expertos afirman que el músico padecía síndrome de Marfan, trastorno hereditario que se caracteriza por la desproporcionada longitud de los brazos y las manos, o síndrome de Ehlers-Danlos, el cual hace que las articulaciones tengan una inusual hipermovilidad, lo cual explicaría su prodigiosa manera de tocar el violín) que despierta una fascinación morbosa en quienes lo rodean y resulta irresistible a las mujeres que caen bajo el hechizo de su música.
Quizá uno de los objetivos de Klaus Kinski al filmar Paganini fue el de escandalizar (una vez más) a las buenas conciencias, y lo cierto es que esta película —al igual que su artífice— puede despertar en el espectador los sentimientos y opiniones más contrarios, ya sea por la poca coherencia de sus escasos diálogos o por su fuerte carga de áspero erotismo, demasiado explícito y detallado, que raya peligrosamente con la pornografía más abyecta, agresiones directas que se nos ofrecen enmarcadas en un admirable trabajo del cinefotógrafo Pier Luigi Santi (que consiguió imágenes de gran belleza visual trabajando exclusivamente con luz natural y velas) y soberbias interpretaciones de la música de Paganini a cargo del virtuoso violinista Salvatore Accardo (1941) con acompañamiento de la Orquesta Filarmónica de Londres bajo la batuta de Charles Dutoit (1936). Así, la dualidad repugnancia/fascinación que emana Paganini (y por lo tanto Klaus Kinski en su juego de alter ego) permea toda la película y termina por identificarnos —de una u otra forma— con los personajes que giran en torno al violinista: la cantante Antonia Bianchi (Debora Kinski, esposa de Klaus Kinski), con quien Paganini tuvo un hijo; Achille Paganini (Nikolai Kinski, hijo de Klaus Kinski), su hijo; la baronesa Helene von Feuerbach (Dalila Di Lazzaro), amante de Paganini; Angiolina Cavanna (Tosca D’Aquino), humilde modista que a los 17 años de edad quedó embarazada de Paganini, lo que significó para el músico una estancia en la prisión de Génova en 1814; María Ana Elisa Bonaparte (Eva Grimaldi), hermana menor de Napoleón Bonaparte y gran duquesa de Toscana, en cuya corte Paganini se desempeñó como músico entre 1805 y 1813, o el padre Pietro Caffarelli (Bernard Blier), canónigo que intentó en varias ocasiones hacer que Paganini se arrepintiera de su vida disoluta.
Prepárese, pues, el amable lector, para ver una película provocativa e inusual que no lo dejará indiferente, y disfrute de los cameos del legendario mimo francés Marcel Marceau y del actor ruso Feodor Chaliapin Jr. He aquí Paganini, de Klaus Kinski:
Advertencia: esta película es solo para público adulto
Comentarios