Teatro Real De Madrid
Nos encontramos en Londres en tiempos de Elizabeth I, la Reina Virgen. Roberto Devereux, conde de Essex y antiguo amante de la reina, ha regresado de dirigir una controvertida campaña para sofocar una rebelión en Irlanda. Pero sus decisiones militares son consideradas como una traición a Inglaterra, y los miembros del Parlamento –representados por Lord Cecil- exigen su muerte. Sin embargo, la reina sigue enamorada de él, y está dispuesta a indultarlo con tal de reavivar el fuego de su amor.
El problema es que Roberto Devereux ama a Sara, joven dama de compañía de la reina y a quien Elizabeth obligó a casarse con el duque de Nottingham mientras Devereux se encontraba en Irlanda. Para complicar las cosas, el duque de Nottingham es el mejor amigo de Roberto Devereux y, tal vez, la única persona dispuesta a defenderlo.
Es en este marco de pasiones entrecruzadas, intereses personales desmedidos y oscuros rencores disimulados que se desarrolla la ópera Roberto Devereux, compuesta en 1837 por Gaetano Donizetti (1797-1848) con libreto de Salvatore Cammarano (1801-1852). La trágica historia del conde de Essex ya había servido de inspiración a Saverio Mercadante, quien estrenó su ópera Il Conte d’Essex tan solo cuatro años antes de que Donizetti hiciera lo propio con Roberto Devereux. Sin embargo, la impecable calidad de la obra de Donizetti le granjeó un éxito inmediato, y en menos de diez años ya había sido representada en los teatros más importantes de todo el mundo.
Roberto Devereux forma parte (junto con Anna Bolena y María Estuardo) de la que se conoce como la “Trilogía de las reinas” del prolífico Donizetti, y es una de sus obras más poderosas y oscuras, tal vez producto de la serie de tragedias personales sufridas por el compositor en el transcurso de su creación: sus padres habían muerto apenas el año anterior, y su esposa –tras dos abortos consecutivos- falleció tres meses antes del estreno de la ópera. No es de extrañar, entonces, que la partitura de Roberto Devereux sea una de las más sombrías dentro del catálogo donizettiano. Pero es también una de las más atípicas, y representa un punto de ruptura frente a lo que era la estructura operística tradicional de su época. En Roberto Devereux, y por primera vez en la historia de la música, las arias ya no tienen la función de expresar al espectador las emociones privadas de los personajes “al margen” de la trama, sino que forman parte del flujo narrativo. Así sucede, por ejemplo, cuando la reina Elizabeth canta su aria “Vivi ingrato, a lei d’accanto”, con la que empieza a revelar al público los sentimientos que anidan en su corazón. De pronto, se da cuenta de que no está sola en el espacio escénico, y el aria deja de ser una confesión íntima para convertirse en un comentario sobre la preocupación que siente Elizabeth respecto a que sus cortesanos la vean como a un ser humano débil.
También el manejo que Donizetti hace de Roberto Devereux es digno de mención, ya que se trata de un personaje que debe guardar silencio respecto al nombre de su verdadera amada. En primer lugar, porque ella ahora es la esposa de su mejor amigo; en segundo, porque bien sabe que si Elizabeth se entera de que ama a Sara, la venganza de la despiadada reina contra la indefensa joven no se hará esperar. Así pues, Roberto está prácticamente condenado a no revelar nada, y Donizetti lleva hasta sus últimas consecuencias la postura en que se encuentra este personaje. Por ello, lo veremos siendo prácticamente todo lo opuesto al típico héroe de ópera: en ningún momento (salvo en su breve dueto con Sara) expresa sus sentimientos. Incluso cuando se encuentra frente a Elizabeth, que arde en deseos de entablar un dueto de amor con él, Roberto se las arregla para permanecer lo más ajeno que puede al tema, con lo que el frustrado dueto termina siendo una especie de “anti-dueto”. Aún más: ni siquiera en su aria –ese espacio que, como ya mencionamos, los compositores conceden a sus personajes para que expresen sus sentimientos- Devereux revelará nada acerca de su propia intimidad, ni a la reina ni a los espectadores ni a nadie.
Con Roberto Devereux, Donizetti consiguió sobrepasar de una manera única y brillante los límites impuestos por la tradición operística de su momento. Desgraciadamente, es una ópera actualmente representada en muy raras ocasiones.
José Antonio Palafox para Música en México
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