El milagroso verano de 1788
Orquesta della Svizzera Italiana, dirige Ton Koopman
Según la anotación del propio Mozart en su catálogo personal, la Sinfonía no. 39 quedó concluida el 26 de junio de 1788. Se trata, por tanto, de la primera de las obras que integran la gran trilogía que, a lo largo del milagroso verano de ese año, clausura –en compañía de las K 550 (25 de julio) y K 551 (10 de agosto)– su catálogo sinfónico.
Aunque la incertidumbre planea sobre la gestación de todas estas obras, parece probable que el músico, que atravesaba entonces por circunstancias poco afortunadas tanto en lo familiar como en lo económico, las escribiera con destino a su interpretación en alguna serie de conciertos por suscripción, o bien con intención de vender las partituras, manuscritas o impresas, por ciclos de tres (o seis) como era costumbre, o quizá incluso con vistas a una gira de conciertos por Alemania o Inglaterra, como hará tres años después con gran éxito su admirado amigo Joseph Haydn. En todo caso no puede asegurarse, contra lo que testimonia la leyenda, que Mozart jamás escuchara ni un solo compás de estas partituras finales.
A diferencia de su sinfonía precedente (K 504), la Sinfonía nº 39 en mi bemol mayor se distribuye en los habituales cuatro movimientos, siguiendo el esquema formal de la Sinfonía nº 84 de Haydn. Como en la sinfonía “Linz” o en la citada “Praga”, una introducción lenta, marcada Adagio, precede la llegada del Allegro subsiguiente. El carácter expectante, ceremonioso y enigmático de este solemne prólogo -suerte de lenta ascensión desde las tinieblas hacia la luz, con ecos de obertura barroca a la francesa y de ópera seria- revela probablemente connotaciones masónicas. Dos temas elaboran el citado Allegro, de velados perfiles: cálido y sensual el primero y contrastado en las intervenciones de vientos y violines el segundo. A modo de marcha estilizada con estructura de rondó, el Andante con moto sobresale por su lirismo sereno y contenido. La finura contrapuntística e intensidad expresiva dominan un discurso cargado, en su sección más animada, de oscuros presagios.
De atmósfera cortesana y con reminiscencias rítmicas del primer Allegro, el brioso Menuetto (Allegretto) abandona las luces crepusculares del movimiento anterior. Muy contrastado, el trío central confía al seductor timbre de los clarinetes un tema a modo de estilizado Ländler austriaco que parece prefigurar el encanto irresistible de ciertas atmósferas rústicas schubertianas. El espíritu travieso de los movimientos conclusivos haydnianos se evoca en el delicioso y vital Finale: Allegro. Una especie de movimiento perpetuo, de gran riqueza contrapuntística, que alberga jugosas e irónicas intervenciones de los instrumentos de viento.
Fuente: Juan Manuel Viana para la Orquesta de la Comunidad de Madrid
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