Nacido en Argentina, Lucas Javier Fabro es un luthier de 27 años que trabaja en Cremona. Estudió Ingeniería química y consiguió una beca para aprender el arte de la fabricación de instrumentos en la Scuola Internazionale di Liuteria de Cremona. Se siente muy orgulloso por conocer todo el proceso técnico que es necesario para crear un gran violín y fabrica unos 8 al año. Conoce el paradero de la mayoría de sus creaciones e incluso puede verlos de vez en cuando, ya que suele trabar amistad con los músicos que se los encargan.
Poca gente en la actualidad usa insectos secos para barnizar sus violines y darles ese distintivo tono rojo, pero Lucas Javier Fabro prefiere la uniformidad de sonido y color que ofrece el tinte de la cochinilla. Así que elabora el suyo propio. Poco a poco descubro que esto no es lo único que distingue a sus instrumentos.
Quedamos en un stand de maderas en Mondomusica, la única feria italiana de fabricantes de instrumentos, y a la que los luthiers acuden a comprar todo lo que necesitan para su desarrollar su oficio. Allí seleccionan las maderas que prefieren, las resinas para los barnices, las clavijas y, sobre todo, los puentes.
En su taller de techos altos, me da a elegir entre una variedad de 58 tés y se muestra muy entusiasmado mientras comentamos las maravillas del de jazmín, lo que me da algo de tiempo para observar a mi alrededor. Entre los bancos de trabajo que se alinean en la habitación, el que me llama la atención tiene 400 años. Sobre él, las herramientas están pulcramente ordenadas. Me comenta que hay tres tipos de maderas que se usan en todos los instrumentos: arce para la espalda, las costillas y el mango, pícea para la tabla armónica y ébano para el diapasón. En opinión de Lucas, el mejor arce procede de los bosques de Croacia – y ese es el stand en el que nos encontramos.
La madera que ha estado mirando hoy fue cortada hace uno o dos años y se ha dejado airear para que se seque lentamente y de forma natural. Pero todavía no puede usarla, debe esperar al menos cinco años más: en su estudio hay muchas maderas, todas cuidadosamente catalogadas para su uso. Este negocio no es para impacientes, ni tampoco el asunto de las maderas es para tomárselo a la ligera. Por cierto, la tapa del instrumento se hace a partir de una pieza dividida a lo largo, de tal modo que consiste en dos mitades perfectamente simétricas que coinciden en acabado, brillo y uniformidad del sonido.
Lo observo mientras talla la madera con la gubia, utiliza herramientas cada vez más finas para ir rebajando y afinando las marcas, para terminar no con papel de lija, sino con una lengüeta con la que “corta el pelo de la madera, en lugar de aplastarlo, que es lo que haría el papel de lija”. Los luthiers de Cremona han utilizado estas lengüetas durante cientos de años.
Lucas sigue hablando animadamente y descubro que cada fabricante de violines tiene una opinión distinta sobre la curvatura que debe tener cada instrumento. En las fábricas, las tablas de los violines salen de las máquinas a una velocidad increíble y todos cortados exactamente igual, pero si esa es la única medida que tienen en cuenta, Lucas afirma que solo uno de cada mil violines sonará bien, porque cada pieza de madera tiene distinta densidad. Como ingeniero químico de formación, al igual que luthier, Lucas mide la densidad de la madera antes de decidir la curvatura de cada cuerpo. Me explica que la curvatura ha sido siempre muy importante – desde los tiempos de Amati, cuyos violines estaban construidos para crear un bello, redondo y cálido sonido de escasa proyección (con curvatura de hasta 20 mm). En la actualidad, algunos fabricantes optan por una curvatura relativamente baja (hasta 14 mm en el fondo) para dotarlos de sonido más poderoso, pero esto hace que se pierda riqueza en el sonido.
La cantidad de curvatura y el grosor de la madera resultan ser muy importantes. A menor curvatura y menor grosor de la madera, más brillante es el sonido: cuando el violín es nuevo, esto puede resultar muy atractivo para el intérprete, pero tiene la desventaja de que el sonido del violín se deteriorará con el tiempo. Los instrumentos de Lucas están construidos para el largo plazo. El sonido tarda más en abrirse: el instrumento necesita ser tocado durante muchas horas para que su rendimiento mejore, pero al final, la riqueza y la redondez del sonido ganarán. Las cuerdas también entran en la ecuación, algunas ofrecen una excelente proyección, usadas principalmente en aquellos instrumentos con menor curvatura, mientras que otras dan mejor color.
Finalmente, el puente de cada violín debe tomarse muy en serio: Lucas afirma que contribuye al 35% del total del sonido. Su primera cita en la feria era en el stand de puentes de Milo Stamm, en el que sus diminutas piezas de madera cuestan alrededor de 25 euros cada una. Quiere seleccionar los mejores puentes que tengan y rebusca en los cajones quedándose aquellos que se ajustan a lo que quiere. Solo uno de cada diez puede que encaje en sus especifidades, así que empieza temprano.
Otros fabricantes compran el barniz ya preparado aquí: Lucas no, porque hace el suyo propio. Cuando el violín está completo, le da 30 capas de su fórmula secreta. Entonces, el violín estará listo para encontrarse con su impaciente comprador, y llevará su pasaporte de autenticidad en el que se detallan todas las especificidades.
Fuente: Por Alison Karlin para Bachtrack
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