Concierto para violín y orquesta op. 35 de P. I. Tchaikovsky

Joshua Bell, violín | Orquesta Sinfónica de RTVE | Miguel Ángel Gómez Martínez, director Tchaikovsky escribió un único concierto para violín (como él mismo dijera: […]

Por Música en México Última Modificación febrero 18, 2016



Joshua Bell, violín | Orquesta Sinfónica de RTVE | Miguel Ángel Gómez Martínez, director

Tchaikovsky escribió un único concierto para violín (como él mismo dijera: “uno es más que suficiente”). Siempre mantuvo una relación incómoda con el violín, hecho que los académicos atribuyen a una pesadilla de la infancia en donde se encontraba restregado violentamente y sin descanso contra un enorme bloque de resina. Aunque había empleado violines con magníficos resultados en la Sinfonía no. 2 y en Romeo y Julieta, Tchaikovsky nunca confió en ellos, una neurosis que se intensificaba cuando las interpretaciones de sus obras no estaban al nivel que demandaba.

La ansiedad del compositor se manifiesta en el turbulento Allegro Moderato –uno de los movimientos arquetípicos del canon romántico. El violín toca casi continuamente durante el movimiento, introduciendo el tema y ejecutando una feroz cadenza, mientras que muchos de los otros instrumentos, incluidas las trompetas y el segundo fagot se deleitan durante los 47 compases de silencio del violín. No es claro si esta disposición fue hecha para provocar al solista, pero muchos directores animan a los violinistas a relajarse, comerse un sándwich o algo para aumentar el efecto.

El ardiente Andante ha sido interpretado por muchos como la confesión angustiosa de amor homosexual de Tchaikovsky hacia su sobrino Vladimir Davydov y como una metáfora de la Resurrección de Cristo. Como siempre, la verdad pudiera estar en algún punto medio.

La quieta meditación da lugar a la pirotecnia exuberante del Finale, en donde el compositor ni evita ni se olvida del tema del primer movimiento. Por el contrario, el violín lanza una melodía galopante que capta a todos por sorpresa excepto quizá a los bajos. Sigue un allegro brillante y robusto, lleno de vaivenes dinámicos y cambios de tono dramáticos.

Tchaikovsky pasó extraordinarias dificultades para que el concierto saliese a la luz. La obra fue dedicada al gran violinista Leopold Auer, pero Auer consideró que era intocable. Esto pospuso indefinidamente el estreno, “viniendo de una autoridad como esa, su rechazo tuvo el efecto de maldecir el producto de mi imaginación para dejarlo en un desesperanzado olvido. Dos años pasaron, hasta que Tchaikovsky se enteró por su editor que Adolf Brodsky, joven violinista, había estudiado la pieza y persuadido a Hans Richter y la Filarmónica de Viena de tocarlo en concierto. El estreno, en Diciembre de 1881, fue sin duda horrible. La orquesta, no ensayada y leyendo de partes incompletas llenas de errores, tocó pianissimo toda la obra para evitar el desastre. Para infortunio de Tchaikovsky el severo crítico Eduard Hanslick escribió que por primera vez se daba cuenta que había música “cuyo hedor se podía escuchar.” Tchaikovsky nunca superó tal afrenta, aunque Hanslick no cambió de opinión, Auer admitió años después que el concierto era más bien difícil, pero no intocable y se lo enseñó a sus pupilos, entre ellos Mischa Elman y Jascha Heifetz. Hoy la obra goza de una enorme popularidad y estima entre los conciertos solistas.

Fuente: The New Yorker

Disfrute este fin de semana del Concierto para violín y orquesta de Tchaikovsky con la Orquesta Filarmónica de la UNAM y Ryu Goto al violín.

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