por Francesco Milella
El crecimiento social y económico que Europa comenzó a vivir entre los siglos XI y XII – comúnmente conocidos como el triunfo de la Baja Edad Media – tuvo inmediatas consecuencias en la cultura y el arte de esa época. En Toscana y en las regiones flamencas, la pintura fue adquiriendo una elegancia técnica y una profundidad expresiva nunca antes alcanzadas,al abandonar el bidimensionalismo y aceptar una tercera dimensión: la profundiad. De la misma manera, la literatura, tras un largo peridodo de experimentaciones (que coincidió exactamente con el desarrollo de las lenguas romances), entró en una fase de profunda revolución que dio inicio a las grandes literaturas nacionales
¿Y la música? Durante siglos, sus lenguajes se habían desarrollado siguiendo el camino de la monodia, es decir, de una sola línea musical (como en el caso del canto gregoriano). Obviamente, se trataba de una monodia inexistente: en la música coral (sobre todo si se trataba de coros no profesionistas como los que solían formar los clerici vagantes) era prácticamente imposible que todos cantaran la misma nota sin errores de entonación, incluso en los coros más expertos. Cualquiera que fuese el resultado de la ejecución, la cultura medieval contaba con la forma monódica para imaginar la música: un solo canto, una sola frase. Aún siendo limitado y limitante, el canto monódico (y, de la misma forma, la pintura bidimensional mientras Europa vivió bajo una sola verdad cristiana, respondió durante siglos a sus funciones de manera impecable. Pero su época estaba llegando al final.
Los cambios en la sociedad medieval y en su cultura tuvieron lentas pero inexorables consecuencias en la música a partir del siglo XI, cuando un genial grupo de monjes en la Catedral de Notre Dame de Paris, siguiendo la enseñanza de sus maestro Perotinus (Perotino) y Leoninus (Leonino), comenzaron progresivamente a imaginar nuevas dimensiones musicales. Una sola frase, un solo canto ya no eran suficientes para dar una forma musical a los cambios que Europa estaba experimentando. La monodia ya no era capaz de responder a las necesidades de una sociedad cada vez más laica y abierta.
La reacción – para nosotros descontada pero con visión de futuro y, a la vez, revolucionaria para la época – fue la de imaginar una segunda voz que acompañara la única voz posible, la del canto gregoriano. Partiendo de su noble melodía, estos monjes iniciaron a añadir una segunda voz (que desde ahora llamaremos vox organalis) que redoblaba armónicamente la principal (vox principalis). El primer ejemplo, el himno Rex coeli domine de Otger de Saint Amand (siglo XI), contenido en el célebre tratado Musica enchiriadis, nos entrega una música todavía vinculada al mundo gregoriano:sigue dominando la monodia, pero va apareciendo, con timidez y temor, una segunda voz a veces imperceptible que, de vez en cuando, se aleja de la vox principalis de algunos intervalos más bajos.
Estaba naciendo la polifonía. La música, por primera vez, descubría la posibilidad de la segunda voz, de un canto múltiple en donde podían coexistir más voces al mismo tiempo.Esta polifonía primitiva (conocida como organum), por tan revolucionaria que fuera, tuvo vida breve: la genuina y divertida curiosidad, impulsó a los monjes de Notre Dame a imaginar nuevas combinaciones entre las dos voces. La primera evolución fue el discantus, vox organalis que, siguiendo la estructura del organum básico, redoblaba la principal pero en un registro más agudo (y no más bajo, como había sido hasta ese momento). Al discantus, se fueron añadiendo en breve tiempo nuevas tipologías de organum: organum por movimiento contrario (cuando la segunda voz imitaba al contrario el movimento de la primera: si la melodía principal subía, el organum bajaba); organum por movimiento “similis” (parecido: cuando las dos voces seguían la misma dirección pero con diferentes intervalos) o, finalmente, por movimiento oblicuo (cuando una voz se movía mientras que la otra permanecía a la misma “altura”). A todas ellas se sumó también el organum melismático, una nueva forma polifónica en donde la vox principalis se mantenía en el registro bajo mientras que la vox organalis, en el registro agudo, realizaba melismas, notas con adornos que seguían la estética del canto gregoriano.
Estas reglas, en sus infinitas combinaciones, constituyeron el corazón de una larga época musical, hoy conocida como Ars Antiqua, desde 1150 hasta 1320. Impulsada por las innovaciones de Notre Dame de Paris y de otros importantes monasterios franceses (entre ellos el de Limonges), Europa entró en una larga fase de transición musical abriendo las fronteras de la monodia hasta el siglo XIV (1300-1400), cuando una nueva generación de compositores franceses (Philppe de Vitry) e italianos (Marchetto da Padova) se apoderaron de esta sensacional herencia para dar inicio a una nueva época: la Ars Nova.
Magister Perotinus
Magister Leoninus
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