Por Francesco Milella
«En varias ocasiones he escuchado que los compositores bohemios son los más “musicales” del norte de Europa e incluso de todo el continente, y que, además, si pudieran disfrutar de las ventajas y de los recursos de los italianos, podrían incluso superarlos». Era el año 1773: en pleno clasicismo, el compositor y viajero británico Charles Burney cuenta su recorrido por las tierras bohemias compartiéndonos su más sincero entusiasmo. Esas tierras, abrumadas por la potencia cultural y política de Alemania, seguían mostrando toda su dignidad y belleza musical: «crucé todo el país, desde el sur hasta el norte, y me di cuenta de que no solamente en cada ciudad, sino también en cada pueblo había escuelas de música, de escritura y lectura, para niños de ambos sexos». Al comenzar el clasicismo el mundo bohemio parecía finalmente haber alcanzado su dignidad musical colocándose al mismo nivel de las otras grandes naciones de Europa: sus compositores y sus músicos habían alcanzado gran prestigio en las cortes de Alemania, logrando incluso aportar innovaciones fundamentales en las tradiciones de distintos países. Pero ¿cómo había llegado el mundo bohemio a desarrollar su lenguaje? ¿Cuál fue la historia que lo llevó a colocarse al nivel de las otras naciones de Europa? ¿Qué pasó durante los años olvidados del Barroco?
A mediados del siglo XVII Praga supo renacer de las cenizas de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) mirando, como estaban haciendo en esos años otras ciudades cercanas en Alemania, hacia Italia, su arquitectura y, obviamente, su música. La llegada de modelos italianos se mezcló con los contrastes ya presentes entre el universo católico y el protestante: por un lado, la majestuosidad y la elegancia, por el otro la severa intimidad de una fe individual. Hemos tenido modo de observar cómo la extraordinaria figura de Jan Dismas Zelenka (1679-1745) fue capaz de interpretar estas tensiones y sintetizarlas en un lenguaje íntimo y rico la vez. Siendo seguramente el más sorprendente, el más voraz y extravagante de todos los compositores bohemios de su generación, Zelenka terminó por ocultar a toda una generación de compositores que contribuyeron de forma igualmente determinante y original en el desarrollo musical de la tradición bohemia entregándola gloriosamente al mundo neoclásico del siglo XVIII.
Nuestro recorrido comienza con un nombre que difícilmente aparece hoy en los libros de histórica: el de Jiří Rychnovský, mejor conocido como Georgius Rychnovius (1545-1616): su música marcó la transición de la tradición polifónica renacentista a la monodia barroca sin esconder la mirada rígida y severa de la tradición folklórica. Tanto de su vida (fue alcalde de la ciudad de Chrudim), como de su música poseemos datos muy limitados que, tristemente, no nos permiten descubrir más a fondo al mitológico fundador del barroco bohemo.
Spiritus Dominus replevit:
Con Jan Antonin Losy (1650-1721) nos acercamos al nacimiento de un barroco bohemio más moderno y aristocrático, con un amplio repertorio de danzas y suites, principalmente para laúd. Su mirada, probablemente culta y curiosa (había estudiado en la Universidad de Praga donde se graduó en filosofía en 1667) lo acerca al style brisé de Lully al stile cantabile de la escuela napolitana, dos modelos que probablemente influyeron en muchos otros compositores de esos años que el azar de la historia y las circunstancias de este espacio no nos permiten profundizar.
Chaconne:
František Ignác Antonín Tůma (1704-1774) marca, junto a Zelenka, el definitivo triunfo del barroco “maduro” y moderno del mundo bohemio. Su actividad musical lo llevó a trabajar en Praga, hasta 1741, y luego en Viena al servicio de la corte imperial. Su repertorio instrumental (principalmente conciertos y sonatas) y vocal (música religiosa) nos muestra un lenguaje refinado y culto, perfectamente consciente de lo que el barroco europeo ofrecía en términos de forma y de lenguajes: Tůma estudió con gran atención el mundo italiano y el alemán, filtrando sus estímulos a través de una peculiar inclinación hacia el cromatismo.
Conciertos para cuerdas:
Stabat Mater:
Con Tůma y, aún más, con Zelenka, Praga y el mundo bohemio que la rodeaba superan la fase de emulación de los modelos europeos para construir su propia identidad musical, entre el color y la variedad del barroco italiano y la intimidad profunda y severa del barroco alemán. A mediados del siglo XVIII Praga, lejos de agotar sus energías culturales, iniciará una nueva etapa de transición impulsada por la herencia de la tradición barroca que compositores como Johannes Stamiz (1717-1757), Josef Mysliveček (1737-1781), Felix Benda (1708-1768), František Xaver Brixi (1732-1771) y František Xaver Dušek (1731-1799), absorberán y abrirán, ahora sí en primera fila, las puertas del clasicismo, de sus sinfonías y de sus conciertos.
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