por Francesco Milella
No cabe duda de que el clasicismo vienés fue uno de los momentos más altos de la historia de la música occidental y, desde luego, uno de los más conocidos y amados por el gran público. Basta mencionar a nombres como el de Franz Joseph Haydn o Wolfgang Amadeus Mozart para darnos cuenta de la centralidad que tuvo Viena en la definición de la cultura europea a finales del siglo XVIII. Historiadores y musicólogos suelen a menudo definir esa época con la expresión en latín “Vindobona Felix” (Feliz Viena) para remarcar la feliz coyuntura entre política, sociedad y las artes, que se realizó en la ciudad austriaca a partir de 1750 y que favoreció un desarrollo cultural tan extraordinario como el que había tenido lugar en la Atenas de Pericles en el siglo V a.C. o en la Florencia renacentista de los Medici. Antes de mirar uno por uno los rostros más sobresalientes de esta gran galería musical, es necesario detenernos por un instante en el inicio de este movimiento cultural para observar los diversos factores que transformaron a Viena en el pilar de la música europea.
Capital del imperio de los Habsburgo desde 1438, Viena tuvo siempre un papel cultural activo en la región, a pesar de la cercanía geográfica tanto con Praga, más rica y dinámica sobre todo a partir del siglo XVI y la revolución científica, como con Dresde, una de las cortes más vivas e internacionales de todo el norte de Europa. Su posición cultural cambió radicalmente en 1740 cuando María Teresa de Austria (1717-1780), a pesar de las infinitas dificultades que tuvo que enfrentar como mujer, logró subir al trono del Imperio. Como emperatriz, María Teresa asimiló con convicción las nuevas ideas de la Ilustración para transformarlas en acto político – debilitando a la Iglesia y dando pleno poder a la Corona, María Teresa pudo fortalecer la educación, el derecho y la cultura transformando Viena en una gran capital, abierta, internacional y culta.
Poco a poco esta política comenzó a dar grandes resultados, sobre todo a nivel musical, atrayendo compositores extranjeros y apoyando a los locales. Gluck fue, sin lugar a duda, el primero y más importante de la primera categoría: su llegada a Viena en 1752 y su colaboración con el libretista italiano Ranieri de’ Calzabigi y el Conde Giacomo Durazzo fue determinante para impulsar una vida operística capaz de igualar la de París o la de Nápoles. Hablando de italianos, no podemos olvidar a Antonio Salieri (1750 – 1825) quien, desde 1766 hasta su muerte, trabajó como compositor continuando magistralmente el camino inaugurado por Gluck. A pesar de la pésima reputación que tiene hoy en día como asesino de Mozart (se trata, obviamente, de una ficción literaria y cinematográfica), Salieri fue uno de los primeros grandes protagonistas del clasicismo vienés antes de la llegada de Haydn y Mozart, tanto en el repertorio instrumental como en el operístico.
Otros compositores llegaron también de la cercana Bohemia: algunos de paso, como Josef Mysliveček (1734-1781) quien se detuvo en Viena por algunos meses, entre 1771 y 1772, en una de sus largas giras europeas por Italia y Alemania; otros llegaron para quedarse, como Jan Křtitel Vaňhal (1739-1813), originario de Moravia y ciudadano vienés desde 1760.
A nivel local las políticas de María Teresa de Austria favorecieron la formación de una generación de compositores austriacos que, a pesar de su larga tradición imperial, Viena nunca había tenido. El padre musical de esta familia fue, sin lugar a duda, Georg Christoph Wagenseil (1715-1777), compositor de óperas del barroco tardío (muchas con libreto de Metastasio) y, sobre todo, de sinfonías (casi noventa), misas (veinte) y una larga serie de obras para teclado. Fundamental fue su labor como maestro: en su escuela se educaron muchos de los protagonistas del clasicismo vienés, como el bohemio Josef Antonin Stepan (1726.1797) y el vienés Leopold Hoffman (1738-1793).
Protagonista de la segunda generación fue Carl Ditters von Dittersdorf (1731 – 1799), nacido y muerto en Viena: su repertorio incluye óperas italianas y alemanas, así como sinfonías (más de cien), oratorios y música de cámara.
A pesar de su distinto origen e identidad musical, así como de las diferencias de sus estilos personales, cada uno de estos compositores (la lista es obviamente más larga de lo que permite este espacio) logró contribuir de forma homogénea a la vida musical vienesa: su lenguaje musical, fuera italiano, bohemio o austriaco, ya había superado las incertidumbres del “posbarroco” para estabilizarse en una dimensión estilística uniforme caracterizada por la claridad y la racionalidad de las formas y el dominio de la melodía. Cuando, en 1780, Mozart se escapa de Salzburgo para huir a Viena, la capital del imperio era ya una ciudad musicalmente sólida y prestigiosa, internacional y llena de posibilidades. La mejor opción para un genio que buscaba éxitos y triunfos.
Antonio Salieri
Concierto para violín, oboe y violonchelo
Georg Christoph Wagenseil
Sinfonía en Sol menor
Carl Ditters von Dittersdorf
Concierto para arpa
Jan Křtitel Vaňhal
Tres sinfonías
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