Por Francesco Milella
Ochenta y ocho años de vida, sesenta de carrera como director de orquesta, un repertorio sinfónico que abarcaba todo el siglo XIX, una gran sensibilidad y un gusto musical impecable. No es necesario añadir más a la brillante aventura musical de Kurt Masur, gran director alemán de orquesta, que tristemente acaba de fallecer el pasado 19 de diciembre debido a complicaciones del morbo de Parkinson del cual padecía desde hace varios años.
En la época del dominio total de Bernstein y Karajan, de Abbado y Levine, Kurt Masur, nacido en 1927, logró crear su propio y merecido espacio en el mundo de la música sinfónica como director de la orquesta del Gewandhaus de Leipzig, puesto que ocupó por casi treinta años, y luego de la Filarmónica de Nueva York, hasta 2002, sin haber dejado de dirigir otras orquestas europeas y americanas como la Filarmónica de la Scala de Milán, la Filarmónica de Viena o la Orquesta de Dallas.
De Beethoven a Mendelssohn, de Prokofiev a Richard Strauss, de Grieg a Korsakov, Masur lograba siempre impresionar por la claridad de sus intepretaciones, por la madurez de sus intenciones musicales y por la solidez de su impecable arte. Podía gustar o no gustar por las decisiones interpretativas, pero nunca decepcionaba: el color de su orquesta era siempre concreto y lleno, nunca ruidoso, su gesto siempre claro y seguro, y su respeto y devoción a la música, totales.
La verdad, viviendo hoy en una época de triste y profunda superficialidad musical en donde divos escandalosos prefieren ponerse al centro ellos mismos dejando a un lado la música, nos van a hacer falta la humildad, la silenciosa discreción y la experiencia de Kurt Masur.
Beethoven, Egmont Ouverture
Brahms, sinfonía n. 2
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