Las Suites para violonchelo solo, BWV 1007-1012 de Johann Sebastian Bach es uno de los ciclos de piezas solistas más trascendentes de la historia de la música. Aunque resulta difícil establecer con exactitud cuándo fueron compuestas, sabemos que las suites vieron la luz durante el llamado “período de Cöthen”, cuando Bach ejercía como maestro de capilla en la corte del príncipe Leopold. A diferencia de la otra gran colección bachiana para instrumento de cuerda solo, las seis Sonatas y partitas para violín, no se conserva el manuscrito del propio compositor, sino una copia redactada por su segunda esposa, Ana Magdalena, misma que se fecha alrededor de 1720. Son unánimemente consideradas como una de las mayores obras para violonchelo jamás escritas. Prácticamente relegadas a una mera función didáctica hasta su “redescubrimiento” por parte de Pau Casals a finales del siglo XIX, se han convertido con el paso de las décadas en parte habitual del repertorio y auténtica piedra de toque para los chelistas.
Suite no. 1 BWV 1007
Mischa Maisky – violonchelo
El preludio de la primera suite puede responder en un principio al carácter de estudio o ejercicio con el que muchos críticos y músicos del pasado querían identificar a la colección en su conjunto. Su austero comienzo de arpegios en semicorcheas lo pudiera sugerir, pero cuando en la parte central un arpegio ascendente muere en un calderón, una pausa prolongada, y a partir de ahí hay unos compases de tránsito hacia un pasaje de «bariolage» (una rápida alternancia entre una nota estática y una que cambia) y otro seguido de un pedal en re con la ascensión cromática, se acumula una tensión musical tal que no cabe hablar de un simple estudio. Tras este pasaje se libera parte de la tensión acumulada y el movimiento acaba de forma brillante con un amplio acorde.
La Allemande posee equilibrio en las proporciones y una escritura limpia y ligera, poco usual en las allemandes de Bach, que por lo general llegan a ser más intrincadas.
La Courante también posee estas características y es de notar la rápida presentación de su tema. El motivo principal consta de saltos de corcheas entrelazados por breves corridas de semicorcheas, una estructura que priva durante casi toda la danza. Ello contribuye a la lúdica frescura que en ella impera.
La Sarabande, muy equilibrada estructuralmente, tiene un hermoso tema pausado, sostenido por remates de cuerdas dobles. Uno de los puntos de mayor interés es el paso entre el compás 13 y 14, en el amplio intervalo de oncena aumentada descendente. Este salto presenta todo un reto técnico, no sólo para lograr la afinación correcta sino también para la continuidad de línea.
El Menuetto y su doble, son movimientos (junto con las bourrées y las gavotas en las cuatro últimas suites) que colaboran al equilibrio de las forma global de las obras (de por sí graves y severas) con sus ritmos y melodías amables. Eso no significa que, como en el caso del doble del menuetto de esta primera suite, no puedan ser de bellísima factura.
La Gigue final muestra períodos más estrechos de los 16 compases habituales, además de un detalle llamativo: la segunda parte, al parecer, tendría que acabar en el compás 28, pero Bach realiza una variación un tanto inesperada que lleva al final del movimiento y de toda la suite.
Fuente: Mauricio García De la Torre para Música en México
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