Magnitud 8.1 de Alexis Aranda: Con piedras de las ruinas

Por Sergio Villicaña Muñoz   En la historia de las creaciones artísticas una fuente inagotable de inspiración ha sido la tragedia humana. Hasta el siglo […]

Por Música en México Última Modificación marzo 23, 2018

Por Sergio Villicaña Muñoz

 

En la historia de las creaciones artísticas una fuente inagotable de inspiración ha sido la tragedia humana. Hasta el siglo XX, en su mayoría, las obras se basaban en tópicos individualistas, como el desamor, la tristeza o la muerte; tragedias personales sublimadas y elevadas a arquetipos universales. Pero con el advenimiento de las Grandes Guerras y las vanguardias este esquema se invirtió, de modo que los artistas comenzaron a utilizar tragedias colectivas y para representarlas en sus aspectos más íntimos y personales. Uno de los mejores ejemplos de esto es el Guernica de Picasso, que retrata las consecuencias más cruentas del bombardeo a la región vizcaína en distintos personajes; los relatos de Los Girasoles Ciegos de Alberto Méndez situados en los inicios de la dictadura franquista; el Réquiem de Guerra de Britten, compuesto como un estruendoso himno mortuorio, no sólo a los fallecidos en la Segunda Guerra Mundial, sino al mundo que se perdió con ésta. Quisiéramos que no tuviera que ser así, que no existieran tales pretextos para componer, escribir o pintar, pero al mismo tiempo nos emociona hasta la médula que los artistas impriman en sus partituras, con sus plumas o acuarelas el sentimiento catártico al ver un mundo devastado. Si hay destrucción allá afuera, que haya creación aquí adentro.

 

Y una de las mayores destrucciones que vio la Ciudad de México fue la de un terremoto de 8.1 grados, en la mañana del 19 de septiembre de 1985. Escribió José Emilio Pacheco al respecto en Las Ruinas de México que “la tierra desconoce la piedad” *; la desconoció entonces y la desconoció exactamente 32 años después, en una irónica remembranza que batió la misma simiente, el 19 de septiembre de 2017.

 

Justamente en el contexto del primero, el del 85, Alexis Aranda sitúa su décima obra orquestal Magnitud 8.1, que se estrenó el 11 de septiembre del 2015, en el Palacio de Bellas Artes con Carlos Miguel Prieto en la dirección. La obra de entre quince y veinte minutos de duración podría entenderse como una crónica musical del evento y de sus consecuencias; su estructura, su realismo (especialmente en el primer movimiento) y, sobre todo, su musicalidad y sensibilidad, la convierten en una obra significativa para quienes han enfrentado cara a cara la destrucción en cualquiera de sus formas. Y justamente sobre esto, el compositor comentó que su intención no sólo fue reflejar el terremoto, sino “diferentes sucesos que pueden sacudirnos, ponernos de rodillas para luego dar paso a un periodo de levantarse y seguir” **.

 

La obra se subdivide en tres partes, las primeras dos continuas. El primer movimiento, nombrada por el compositor Magnitud 8.1, es un esbozo del panorama inmediato al temblor. “Mudo alarido de este desplome que no acaba nunca, las construcciones cuelgan de sí mismas. Parecen grandes camas deshechas puestas de pie porque sus habitantes ya están muertos” *. Los violines inician en su registro agudo con notas largas y sostenidas, sobre un ostinato –o sonido repetido– en el arpa, como de manecilla de un reloj. Los alientos madera y su ingravidez dan la impresión de calma; los chelos y las violas simulan el sonido de ambulancias yendo y viniendo; finalmente aparecen campanas, timbales y demás percusiones, y se une al estrépito toda la orquesta. Con la introducción de un tema de ritmo irregular sumamente acentuado, el compositor retrata conmoción y exaltación, las reacciones más inmediatas a la catástrofe; el tema irregular será el hilo conductor de todo el movimiento, hasta que se apaga lentamente. Aparecen entonces de nuevo los glissando que simulan ambulancias, tomando la forma de un desgarrador lamento cromático y sirviendo como transición a la segunda parte.

 

“En cambio los muertos ya no verán la otra primavera. La ciudad jamás renacerá como estas hojas” *. En el segundo movimiento, tal vez el más sentimental, se entona una Elegía. El arpa dibuja una melodía lenta y ondulante que redondea la flauta; ésta la continúan los chelos por debajo de una nueva línea doliente del oboe y el clarinete. Poco a poco toda la orquesta se va integrando a la elegía. A pesar de ser un pasaje de un ánimo triste, es también firme —a momentos, tal vez demasiado—, con un planteamiento claro y homogéneo, en comparación con el caos sonoro de la primera parte.

 

“Con piedras de las ruinas, ¿vamos a hacer otra ciudad, otro país, otra vida? De otra manera seguirá el derrumbe” *. Así también, con las ruinas melódicas de la Elegía, inicia el tercer movimiento, Resiliencia, que tiene como eje un coro a modo de himno. A diferencia de la del movimiento anterior, ésta es una melodía esperanzadora, que termina cada frase de tres notas con un giro ascendente, dando el efecto de que algo se levanta. El himno en un principio suena gris tocado por los graves de las cuerdas, pero en cada repetición se incorporan poco a poco todos los instrumentos de la orquesta –mismo recurso que en Magnitud 8.1 y Elegía–, y va cobrando vida. También se genera una sensación de movimiento desde que los chelos introducen una incesante línea con notas pareadas, acompañando al tema del himno por debajo; este sencillo pero bien logrado contrapunto, produce una clara idea de multiplicidad de voces. El mismo recurso se explota con mayor complejidad en la conclusión, que interrumpe de manera abrupta al himno para dar paso a un fugato, basado en el tema de las notas pareadas, el cual finaliza la obra cáustica y enérgicamente.

 

El dinamismo de la obra es una de sus mayores cualidades, al utilizar diversos recursos musicales para lograrlo. Su estructura también es un gran acierto, pues va llevando al oyente desde la incertidumbre sonora a la firmeza, pasando por distintos caracteres. Hay que recordar que el tema de la destrucción ya lo había abordado en una de sus primeras obras, la obertura Jericó, la cual tiene un tratamiento épico, opuesto en general a esta obra. Magnitud 8.1 es en definitiva una obra interesante y efectiva, que no sólo puede ser vista como remembranza de los momentos trágicos, sino también de la fortaleza que ha caracterizado a la sociedad en esos acontecimientos, y a su capacidad para sobreponerse a la tragedia.

 

REFERENCIAS

 

* Pacheco, J. E. (1986). Miro la tierra. México: Ediciones Era.

** Secretaría de Cultura. (01 de septiembre de 2015). La Orquesta Sinfónica Nacional estrenará Magnitud 8.1, de Alexis Aranda, en el Palacio de Bellas Artes.

Obtenido de  https://www.gob.mx/cultura/prensa/la-orquesta-sinfonica-nacional-estrenara-magnitud-8-1-de-alexis-aranda-en-el-palacio-de-bellas-artes?state=published

 

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