El apogeo de la canción romántica: La trova yucateca

La ciudad de Mérida, “bella como la imagen del recuerdo, parte de la canción nostálgica y dulce”, sitio privilegiado “donde las canciones se producían como las flores y los frutos”

Por Música en México Última Modificación junio 5, 2022

No hay mejor descripción, ni más entusiasta de la vida trovadoresca de la ciudad de Mérida durante las décadas pasadas que la del musicólogo Baqueiro Foster en su libro sobre la canción popular yucateca. En la actualidad, es posible comprobar la brusca desaparición de todas aquellas tradiciones aún vivas durante la época de Foster.

La ciudad de Mérida, “bella como la imagen del recuerdo, parte de la canción nostálgica y dulce”, sitio privilegiado “donde las canciones se producían como las flores y los frutos”, es hoy día una ciudad idéntica a cualquier otra, asimilada al consumo y a la mentalidad unificada de los medios de comunicación. Es inútil buscar sus troveros y sus trovadores, así como a los poetas que proveían de versos a los creadores de canciones.

Según relatan Baqueiro y los viejos conocedores, los trovadores acostumbraban reunirse bajo los laureles de la Plaza Grande o en las plazas y parques que fueron antiguo refugio de trovadores: San Juan, San Sebastián, Santiago y Mejorada. En aquellos años rapsódicos, era posible a reunir a más de doscientos trovadores en unos cuantos minutos. Mientras llegaba el comprador de la serenata, la noche se iba en improvisaciones y remembranzas de canciones antiguas.

Actualmente, los tríos y dúos son escasos en las plazuelas. Los compositores como Juan Acereto y Pastor Cervera, tienden a desaparecer. En las cantinas, clubes nocturnos o cervecerías para hombres solos, suele haber trovadores: hombres de más de cincuenta años, tal vez sobrevivientes de la época de oro, con voces gastadas y guitarra sordas, que guardan como íntimo tesoro el orgullo de ser troveros.

Los lugares para escuchar música no abundan, y los sitios que pretenden resucitar la tradición como el Desván Romántico quiebran por falta de público. Aunque existe un último reducto en los hoteles de lujo que ofrecen como show a un trovador que utiliza una guitarra con amplificación electrónica y que entona, además de canciones internacionales, una que otra yucateca tradicional que poco solicitan. Baqueiro Foster había llegado a clasificar en su archivo cientos de canciones yucatecas; no solamente de los más conocidos como Palmerín, Pepe Domínguez, Rubén Darío Herrera, Lalo Santamaría y Alfredo Tamayo, sino las creaciones casi desconocidas pertenecientes a muy diferentes épocas. En la actualidad, la nueva generación conoce muy pocas canciones tradicionales.Si acaso llegaran a mencionarse, se referirán obligatoriamente a los mismos tres músicos mayores: Guty Cárdenas, Ricardo Palmerin y Pepe Domínguez. Así como en las tiendas de discos abundan los ritmos de moda, es casi imposible conseguir un disco de autores yucatecos recientes.

Los medios masivos de comunicación se han impuesto rotundamente. Las chicas empleadas en los comercios y en las oficinas no cuentan entre sus ilusiones juveniles recibir la ofrenda de una delicada serenata.

En 1941, al decir de sus poetas Rosado Vega, Ermilio Padrón López y Antonio Mediz Bolio, la canción yucateca podría ser caracterizada por su pulcritud y su limpieza y por el acoplamiento feliz de sus dos expresiones, la letra y la melodía. Los orgullosos letristas, se preciaban de que los creadores de la canción yucateca habían permanecido incontaminados por el llamado comercialismo. Sin embargo, la arcadia feliz de la canción peninsular se sentía amenazada. Rosado Vega, autor de la letra de Peregrina y abogado de “la creación como desinterés”, reflexionaba: “A mí nunca me han dado un solo centavo por las letras que he producido para canciones. Últimamente la canción yucateca se ha vuelto objeto de voraz explotación para radio y sinfonolas, lo cual ha traído una gran merma en la espontaneidad que debería prevalecer en todo arte. Cuando hay interés pecuniario en producir una canción, sobreviene el forzamiento de sus autores.”

Más de cien años de historia

La canción yucateca clásica, enraizada en una peculiar forma de vida propiciada por el aislamiento geográfico y afincada en unos valores y costumbres emanados directamente del siglo XIX –como el requiebro amoroso por medio de serenatas obligadas– es el resultado de una larga evolución.

En febrero de 1894, la revista meridiana pimienta y mostaza publicaba el siguiente inserto: “Están enhorabuena los enamorados que tengan buen gusto y sepan sentir la música: un grupo simpático de artistas ha fundado una asociación de instrumentos de cuerda para dar conciertos. De suerte que el galán que haya encontrado en el pecho de su amada un broquel impenetrable a las cartas amorosas, a los versos llorones y a las miraditas de triple intención, no tendrá más que dirigirse a cualquiera de los artistas Aurelio Benítez, Arturo Cosgaya, Juan Manuel Vargas, Gil Espinosa, Joaquín L. Mena y Bilo Ríos. ¡Zaz! Se sitúan frente a las rejas de la esquiva dama, le taladran en el corazón con cuatro o seis sinfonías de esas que parecen interpretadas por angélico coro, y al día siguiente, seguro que la insensible dirigirá una carita al desairado joven que diga: ven adorado mío.” Lo interesante de este reclamo no es comprobar la existencia de la serenata como institución, si no la labor de músicos y trovadores que personificaban una tradición de suyo antigua.

Los rastros más remotos de la canción yucateca podrían situarse en la segunda mitad del siglo XVII, ya que sería mucha pretensión remontarse hasta la música de carácter guerrero, religioso o civil de los pueblos mayas, ejemplos son bastante hipotéticos.

Aquella provincia de Yucatán, sometida originarimente por Francisco de Montejo y sujeta administrativa y políticamente a la lejana audiencia de México, llevaba por necesidad una vida independiente (tres largos años empleados en la conquista de los mayas) y pronto creó sus propias tradiciones culturales.

Cómo equivalente de los “sonecitos” que circulaban en el resto del país, en la península se difundieron ya desde mediados del siglo XVII, sones impregnados de mayismos y con características rítmicas y melódicas inconfundibles: el chuleb (ave comendador), la xochita (hembra de búho), el pichito (el tordo), la yuya (la oropéndola), el xulab (la hormiga), El chiquiquiliche, el sechihnache y el churuxito, son otros tantos ejemplos de esa floración zoológica.

Durante la primera mitad del siglo XVII, la provincia se vio sometida una clara influencia musical popular andaluza aunque a mediados del mismo siglo se utilizó también un tipo de conjunto instrumental de viento y cuerda, para adoptar en el siglo XIX la guitarra sexta, instrumento que caracterizó desde entonces a la mayoría de los acompañamientos de la canción yucateca y se convirtió en compañero inseparable de los músicos peninsulares. Danzas y guarachas coexistieron con canciones sentimentales de influencia italiana, o canciones inspiradas en las zarzuelas de las innumerables compañías que llegaban a Mérida directamente de La Habana.

Fuente: Moreno Rivas, Yolanda. Historia de la música popular mexicana, Alianza Editorial Mexicana, 1979.

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