La música tradicional de Sinaloa

Las tradiciones musicales de las tribus nómadas de cazadores y recolectores que desde antes del siglo X a. C. llegaron al territorio de lo que hoy es el estado de Sinaloa se desconocen.

Por Música en México Última Modificación febrero 23, 2022

Las tradiciones musicales de las tribus nómadas de cazadores y recolectores que desde antes del siglo X a. C. llegaron al territorio de lo que hoy es el estado de Sinaloa se desconocen. Más adelante en el tiempo llegaron grupos étnicos como los acaxees, los pacaxes, los cahítas y los xiximes, que utilizaban flautas de hueso, silbatos de barro e instrumento de percusión en las danzas y cantos de los ritos invocatorios de su cosmogonía. Tras la rápida y sangrienta conquista de la región, acaecida en 1531 a manos de Nuño Beltrán de Guzmán (1490-1558), los frailes jesuitas enseñaron a los indígenas sometidos a leer música, entonar el canto llano y fabricar instrumentos de cuerda. Refugiados en la Sierra Madre Occidental, los únicos grupos étnicos que conservaron intacta parte de sus tradiciones musicales fueron los wixaritari, los nayeri y los o’dam, pueblos que terminaron por establecerse en Nayarit y Durango.

Entre las comunidades indígenas asentadas en Sinaloa (yoremes o mayos, tepehuanes, cahítas, tarahumaras) encontramos danzas rituales y festivas en las que se percibe claramente el sincretismo con la religión de los conquistadores, por ejemplo la Danza de la Cuaresma, que se interpreta al son del tambor y la flauta y en la que los participantes portan una indumentaria de vistosos colores complementada con máscaras de cuero o madera, una sonaja, un coyol (cinturón del que cuelgan cascabeles) y tenabaris (hilos de algodón que llevan sujetos cascabeles elaborados con capullos secos de mariposa llenos de piedritas) enrollados en los tobillos; la Danza de los Matachines (o Danza de los Malinches), una de las más difundidas en el territorio nacional y en la que los participantes —quienes por lo general son personas que están cumpliendo una manda de carácter religioso o agradeciendo algún favor recibido— van vestidos de blanco y portan grotescas máscaras de madera y piel curtida, penachos adornados con listones, espejos y papeles de colores, un coyol, tenabaris, un plumero en la mano izquierda y una sonaja en la mano derecha, la cual agitan a las órdenes de un guía conocido como “monarca”, el cual va marcando las evoluciones de los danzantes al ritmo de música interpretada con violín y guitarra o flauta y tambor; la Danza de los Chapayecas (o Danza de Judíos y Fariseos), que se baila en Semana Santa y en la que los participantes —que portan máscaras de cuero y madera que representan animales o personajes famosos, y van ataviados con armas de madera y vestimentas de “soldados romanos”— hacen un representación de la Pasión de Cristo que incluye una procesión con las imágenes y estatuas religiosas de la iglesia del pueblo; la Danza de los Fiesteros, que es de carácter funerario y se baila el 2 de noviembre, en el cementerio, mientras se depositan  las tradicionales ofrendas a los difuntos; la Danza de la Santa Cruz, en la que los participantes se adornan la cabeza con una ancha cinta de color rojo, de la que cuelgan muchas otras cintas de colores, además de llevar en cada pierna una especie de media bordada con cascabeles de víbora, que producen un sonido sordo con cada movimiento, para llevar en procesión una cruz de madera desde la casa del organizador del festejo hasta otra cruz previamente tallada en la corteza de un árbol a las afueras del pueblo, donde también depositan ofrendas como frutas, flores, plumas de pájaros y conchas de nácar.

Danza de Judíos y Fariseos

Sin embargo, tal vez la danza tradicional emblemática de los pueblos indígenas de Sinaloa (y también de Sonora) sea la Danza del venado, declarada patrimonio cultural inmaterial de la humanidad por la Unesco. Se trata de una de las danzas más antiguas que subsisten en México, y gran parte de su inmenso valor histórico y antropológico radica en el hecho de que —de acuerdo con los estudiosos del tema— su ejecución ha sufrido mínimos cambios desde la época prehispánica. La Danza del venado es ejecutada únicamente por varones, con acompañamiento de instrumentos musicales como un baa-wéhai (tambor de agua formado por la mitad de un guaje o jícara colocada boca abajo dentro de un recipiente con agua, donde se le golpea rítmicamente con un “tamal”, que es una vara recubierta de hojas de elote, para que emita un sonido hueco que simboliza los latidos del corazón del venado), dos o tres hirúkiam (raspadores de madera cuyos intérpretes también realizan cantos ceremoniales), una bacacusia (flauta de carrizo) y un cúbahi (tambor de doble parche). El danzante que encarna al venado (un iembro de la comunidad destinado desde la infancia para tal fin) se cubre la cabeza con un paño blanco amarrado fuertemente hasta la altura de los ojos, sobre el que porta una cabeza de venado disecada y adornada con cintas o pañuelos de colores o flores de papel, la cual va sujeta con correas de cuero a la barbilla del danzante. En el cuello, lleva rosarios de madera o collares de chaquira blanca y roja de los que cuelgan cruces y medallas. El danzante lleva el torso desnudo, y de la cintura a las rodillas porta un rebozo azul sujeto con una faja de lana negra sobre la cual se coloca un cinturón del que cuelgan pezuñas de venado o cascabeles. En cada mano lleva una sonaja elaborada con calabazas secas, que agita constantemente durante el baile. Va descalzo, y lleva los tobillos cubiertos con tenabaris. De acuerdo a la región y a la festividad en que se interprete, completan la coreografía otros personajes: los pascolas (cazadores) y los coyotes. Los pascolas llevan la cabeza descubierta y lucen una “vela”, que es un mechón de cabellos al que se sujeta una flor con una cinta de color para simbolizar la relación entre el ser humano y las fuerzas vitales de la naturaleza. En el cuello portan collares de chaquira blanca y negra con medallas, y sujeta a la cabeza llevan una máscara de madera, decorada en blanco y negro, con bigote, barba y cejas de ixtle. Según la parte de la danza que estén interpretando, los pascolas se ponen la máscara en la nuca o en el rostro. De la cintura para abajo llevan un sarape de lana gris o café, sujeto a la cintura con una faja de lana azul o roja cuyos extremos se amarran arriba de la rodilla para dar la apariencia de pantalones de montar. Usan un cinturón del que cuelgan cascabeles, y —al igual que el venado— llevan tenabaris en los tobillos. En la mano derecha portan una sonaja elaborada con discos de bronce montados entre dos pequeñas tiras de madera, la cual hacen sonar con la mano izquierda. Por su parte, los danzantes que encarnan a los coyotes se cubren la espalda con un sarape y se adornan la cabeza con un penacho.

La danza comienza al son de la flauta de carrizo y el tambor. Aparece el venado, haciendo sonar sus sonajas e imitando los gráciles movimientos del animal. Los coyotes lo acechan, pero sin llegar a tocarlo. Cuando entran en escena los pascolas, los coyotes se marchan. Los pascolas persiguen al venado, quien huye y les hace frente alternadamente hasta que es herido por el yoowe (el pascola más anciano). Entonces los pascolas se retiran a segundo plano, porque inicia la lucha del animal con la muerte. En ese momento adquiere predominancia el tambor de agua, que representa los latidos del corazón del venado. Cuando este finalmente muere entre estertores, el tambor de agua deja de sonar.

Danza del venado

Similares a la Danza del venado y también estrechamente ligadas al ciclo de la vida y la muerte son la Danza de los pascolas y la Danza de los coyotes, que presentan distintas variantes de acuerdo a la región donde se interpretan. Originalmente, la Danza de los pascolas es interpretada únicamente por dos bailarines, quienes realizan complejas figuras rítmicas imitando con gran soltura los movimientos de animales como toros, coyotes, chivos, serpientes y aves con el acompañamiento de un violín y un guitarra sexta, un violín y un tambor, dos violines y una guitarra sexta o incluso un violín y un arpa. Como ya se mencionó, cada pascola lleva en la cabeza una “vela” y porta un cinturón con cascabeles, tenabaris en los tobillos y una sonaja de madera con pequeños discos metálicos. Sin embargo, su característica distintiva es la máscara de madera que combina rasgos antropomorfos y zoomorfos. Cuando el pascola baila representando a un ser humano, se coloca la máscara en la nuca; cuando baila imitando a un animal, se la coloca sobre el rostro para adoptar las cualidades del animal representado. Por su parte, la Danza de los coyotes se baila en Semana Santa o cuando muere alguna persona de rango o autoridad dentro de la comunidad. En ella participan un cantador o tambulero que toca un tambor de doble parche al mismo tiempo que entona cantos alusivos a la vida de los coyotes y cuya voz marca el ritmo y el dinamismo de la danza, y tres danzantes que imitan con sus movimientos diversas acciones de esos animales. Cada danzante se cubre la cabeza y la espalda con una piel de coyote y adorna su cabeza con un penacho de plumas de gavilán. En una mano llevan una vara de carrizo y completan su atuendo con un arco de madera (sobre el cual bailan a horcajadas) y un carcaj de piel repleto de flechas.

Danza de los pascolas

A finales del siglo XVIII y principios del XIX surgieron, organizadas por las autoridades virreinales, bandas de música militar en ciudades como Cosalá, Guasave, El Rosario, Los Mochis, Culiacán y Mazatlán. Una vez concluido el movimiento independentista —y durante el resto del siglo XIX— la música popular sinaloense se vio influida por el vals, la polca, el chotis, la mazurca y otros bailes populares traídos a nuestro país por los inmigrantes alemanes, bohemios, checos y franceses asentados en la región. Entre los compositores de música popular más destacados de este periodo encontramos a Severiano Moreno Medina (1862-1939), autor de piezas como Bella morena, Los conspiradores, Restauración y justicia, Oficiales parranderos y los valses Mi gloria, Mavi y Cuánto te quiero; Enrique Mora Andrade (1876-1913), autor de las mazurcas Angelita y Leoba, las polcas 1901 y Pesca libre y los valses Alejandra y Emilia, y Víctor Mendoza (1893-?), autor de los valses Mensajero de amor, Ojos verdes y Serenata sinaloense.

Al mismo tiempo, empezaron a proliferar a lo largo y ancho del estado pequeñas bandas formadas exclusivamente por clarinetes, trompetas, trombones y tuba, con el apoyo de instrumentos de percusión como el bombo y la tambora. Estas bandas poseían amplios repertorios de temas bailables, y llegaron a convertirse en la alineación musical tradicional por excelencia de Sinaloa, con el nombre de tamboras o bandas sinaloenses.

Los Tamazulas de Culiacán: El quelite

Aunque con ligeras variantes y matices según el lugar de donde provengan, las bandas sinaloenses poseen una gran similitud —no solo en cuanto sus instrumentos sino incluso estilísticamente— con las bandas de viento alemanas y francesas. Así, por ejemplo, las bandas Los Tacuichamona (fundada en 1888), Los Sirolas de Cualiacán (fundada en 1920) y Hermanos Rubio de Mocorito (fundada en 1929) tenían alineaciones instrumentales formadas exclusivamente por instrumentos de aliento y percusión y un estilo interpretativo en deuda con la fanfarria galo-ibérica. Formado por valses, polcas, mazurcas, chotis y marchas predominantemente europeas, el repertorio original de las bandas sinaloenses se mantuvo vigente durante mucho tiempo debido a las muy particulares características geográficas de la región, que en ese entonces la mantenían aislada del resto del país. De hecho, estas agrupaciones musicales permanecieron desconocidas fuera de Sinaloa hasta bien entrado el siglo XX, y su difusión a nivel nacional se debió en gran medida a las primeras grabaciones comerciales realizadas entre 1952 y 1953 por bandas pioneras como Los Guamuchileños y Los Tamazulas de Culiacán. También crucial para la expansión de la música de banda sinaloense a lo largo y ancho de la República Mexicana fue la labor del boxeador y cantante Luis Pérez Meza (1917-1981), nacido en Cosalá y conocido como “El trovador del campo”. Aspirante a tenor operístico y autor de El barzón (1936) —famosa canción considerada antecedente de la música de protesta—, Pérez Meza empezó a hacerse acompañar con música de banda. El enorme éxito de las primeras canciones que interpretó —India bonita, El quelite y El sauce y la palma, todas de la autoría de Francisco Terríquez — hizo que diversos compositores escribieran para él temas como Canción del corazón (Alfonso Esparza Oteo), Que me entierren con la banda (Melesio Díaz), El gallo de oro (Enrique Sánchez Alonso) y Al morir la tarde (Felipe Bermejo). Sin embargo, el principal difusor de la música de banda sinaloense fue el mazatleco Cruz Lizárraga (1918-1995), quien en 1938 fundó la hoy famosísima banda El Recodo. En sus orígenes, la banda El Recodo tenía un estilo interpretativo de marcada influencia alemana y una alineación que incluía guitarras y otros instrumentos de cuerda, los cuales terminaron por desaparecer para dar paso a la tambora como instrumento preponderante.

Banda El Recodo: Las tecualeñas

Es a partir de la segunda mitad del siglo XX que las bandas sinaloenses —sobre todo en la zona serrana del estado— empiezan a adquirir una voz propia con características definidas a partir de las aportaciones estilísticas de sus ejecutantes, además de ampliar su repertorio con la inclusión de boleros, huapangos, baladas ranchera, corridos, cumbias, sones jarochos y hasta piezas de otros países, como sucede con Mi cafetal, que es de origen colombiano, y El manisero, que es una famosa canción cubana. Actualmente, el número de integrantes de una banda sinaloense oscila entre los 14 y los 20 elementos, quienes tocan tres trompetas, tres clarinetes, uno o dos saxores, dos o tres trombones, una tuba o sousafón, bombo o tambora, bajo, tarola y platillos, a los que se agregan congas, bongos, güiro y timbales cuando se interpretan cumbias, charangas, mambos o danzones. Además de las canciones escritas por sus miembros para colocarse en el gusto del público, entre los muchos temas ya tradicionales que forman parte del repertorio de las bandas sinaloenses destacan El sauce y la palma, El niño perdido, El caballo bayo, Brisas del Mocorito, El quelite, Viva Guaymas, El coyote, Los enanitos, Amor de madre, Las tecualeñas, La culebra pollera, La cuichi, El gavilancillo, El toro Mambo, Viva mi desgracia, Tú entre mis penas, La india bonita, Los amores de Julia, El callejero, Triste recuerdo, Tecateando (originalmente llamada Aquí la traigo y es para ti), El zopilote mojado, El toro viejo, Sobre las olas, El palo verde, El corrido de Mazatlán —compuesto en 1954 por el cantante guanajuatense José Alfredo Jiménez (1926-1973)— y, por supuesto, El sinaloense, verdadero emblema musical del estado escrito en 1944 por el potosino Severiano Briseño (1902-1988).

Banda El Recodo: El sinaloense

Al lado de la banda El Recodo, quizá el grupo sinaloense más importante en el panorama musical popular no solo del estado sino de toda la República Mexicana sea Los Tigres del Norte, formado en 1968 en el municipio de Mocorito por el cantante y acordeonista Jorge Olegario Hernández Angulo (1953). Esta agrupación se ha especializado en la composición e interpretación de temas pertenecientes al llamado género norteño —cuya instrumentación característica (también deudora de la herencia alemana) está formada por acordeón, bajo sexto, tololoche, tarola y, en épocas más recientes, bajo eléctrico y batería— y entre sus canciones más conocidas se encuentran La banda del carro rojo, El niño y la boda, La mesa del rincón, Contrabando y traición, El jefe de jefes, La puerta negra, La reina del sur. También proveniente de Sinaloa es una curiosa fusión del norteño y la banda que se conoce como norteño-banda o bandeño, con alineaciones que mezclan instrumentos de ambos géneros para interpretar baladas, canciones rancheras, cumbias, polcas y hasta narcocorridos. Entre los principales exponentes del norteño-banda se encuentran los culiacanenses Carlos Fidel Rueda (1983), José Alfredo Ríos Meza El Komander (1983) y Calibre 50 —agrupación mazatleca fundada en el 2010 por el cantante y acordeonista mochitense Edén Muñoz (1990)—. Cabe señalar también el surgimiento, a finales de la década de 1980, de la tecnobanda, producto de la fusión de la banda sinaloense y el género grupero. La tecnobanda se caracteriza por prescindir de instrumentos como la tuba, la tambora y la tarola, que son sustituidas por instrumentos electrónicos que permiten un ritmo más rápido. De esta vigorosa música se desprende el acrobático y veloz baile conocido como “quebradita”, popularizado por agrupaciones como Mi Banda El Mexicano, originaria de Mazatlán, la jalisciense Banda Machos y la angelina Banda Toro. Entre los cantantes sinaloenses que se han hecho acompañar con banda, aunque su estilo se encuentre más bien dentro del inmensamente ambiguo género de la música grupera, se encuentran José Angel Ledezma Quintero (1970) —llamado El coyote en referencia a su natal Coyotitán—, el mazatleco Julio Preciado (1966) y el culiacanense Chalino Sánchez (1960-1992), además de agrupaciones como La Arrolladora Banda El Limón, fundada en 1997 por el clarinetista René Camacho, y la Banda MS, creada en Mazatlán en el 2003 por Sergio Lizárraga.     

Los Tigres del Norte: La puerta negra

Finalmente, es necesario mencionar que a partir de la década de 1940 en Sinaloa surgieron cantantes más identificados con la música vernácula, sobre todo el bolero ranchero y el mariachi. Entre ellos, los más representativos (cada uno de su época, estilo y repertorio) son los mazatlecos Pedro Infante (1917-1957) y Fernando Valadés (1920-1978); José Ángel Espinosa Aragón Ferrusquilla (1919-2015), originario de Choix y autor de En Sinaloa nací; la rosarense Lola Beltrán (1932-1996) y los culiacanenses Enrique Sánchez Alonso (1915-1989), conocido como “El negrumo” y autor de la famosa canción Culiacán, y Amparo Ochoa (1946-1994), importante figura del movimiento de cantautores latinoamericanos conocido como Nueva canción.

Amparo Ochoa: El barzón

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