Entre los siglos III y V de nuestra era, los olmecas se asentaron en la cuenca norte del río Tamesí, que atraviesa parte del sur de lo que hoy es el estado de Tamaulipas. A partir del siglo VIII, en esa misma región se instalaron los toltecas, pero se vieron obligados a abandonarla ante los constantes conflictos con los huastecos (autodenominados téenek), pueblo descendiente de los mayas. Para finales del siglo XV, lo que actualmente es Tamaulipas se encontraba dominado por los aztecas, aunque en el norte y el noroeste de la entidad que habitaron, todavía hasta muy avanzado el periodo colonial, tribus de apaches, comanches, pames y tepemacas, entre otros. De estas culturas se conservan instrumentos musicales como silbatos, flautas de barro, ocarinas, y raspadores.
Aunque a mediados del siglo XVI los frailes franciscanos introdujeron el canto llano en la región, la tradición musical europea no se afianzó en Tamaulipas sino hasta los siglos XVII y XVIII, en que era costumbre que las fiestas de los criollos fueran amenizadas con canciones y bailes de origen español. Por su parte, los indígenas adoptaron sólo de manera parcial la música y los instrumentos europeos, creando un arte musical con características propias, mientras que los grupos nómadas que se refugiaron en las sierras conservaron —hasta bien entrado el siglo XIX— los cantos y danzas de sus antepasados.
Las dificultades a que se enfrentaron los frailes que intentaron extirpar las danzas indígenas (que consideraban paganas) los obligaron a hacerles modificaciones para darles nuevos significados que los ayudaran en su labor de cristianización. Así, producto de este sincretismo, encontramos a lo largo y ancho de Tamaulipas diversas danzas en que se fusionan lo más variados elementos religiosos y culturales autóctonos y españoles, por ejemplo la Danza de los matachines (o matlachines), que se ejecuta en fechas significativas como el 12 de diciembre (aniversario de la aparición de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego) y en distintos festejos patronales de cada municipio. Con diversas variantes, esta es una de las danzas más interpretadas en la República Mexicana (por ejemplo en Aguascalientes, Coahuila, Jalisco, San Luis Potosí y Zacatecas), y en Tamaulipas es ejecutada por un grupo de varones que —ataviados con una especie de taparrabos largo de color negro o rojo y con las orillas adornadas con barbas de algodón, y portando una sonaja en la mano derecha— se colocan en dos filas paralelas, cada una de las cuales es guiada por un capitán que representa a Moctezuma o a Hernán Cortés. Encorvados, los danzantes van dando ágiles pasos de baile que rematan con un fuerte golpe del pie sobre la tierra, marcando el ritmo con sus sonajas y moviéndose vigorosamente con el acompañamiento de uno o varios tambores mientras siguen a sus capitanes, los cuales dan la vuelta a la fila para llegar siempre a donde empezaron. En medio de todos se encuentra el viejo de la danza, que lleva el rostro oculto con una máscara de cuero o madera y porta en la mano derecha un arco y una flecha. La función de este personaje es intentar poner desorden entre los danzantes y lanzarse sorpresivamente sobre el público para asustarlo.
Danza de los matachines
También destacan en municipios como Bustamante, Jaumave, Miquihuana y Palmillas danzas como la Danza de a pie y la Danza de a caballo. En la Danza de a pie participan 12 o 24 varones, agrupados en dos filas que se colocan frente a frente, cada una dirigida por un capitán. Durante la ejecución, los miembros de cada grupo se van cruzando —uno a la vez— hasta llegar a la otra fila mientras bailan suavemente al ritmo de sones interpretados con un violín y una guitarra. En medio de las dos filas se colocan el Monarca (que es quien guía los movimientos de todos los danzantes) y una o dos Malinches (únicas mujeres del grupo, siempre son niñas vestidas de blanco y con una sonaja en la mano derecha). Todos los danzantes llevan huaraches, camisa y pantalón de colores llamativos, una cinta del mismo color que el pantalón cruzada sobre el pecho y la espalda, un delantal blanco, una corona adornada con flores de papel crepé y espejos y de la que cuelgan cintas de colores que caen sobre la espalda, una sonaja adornada con listones de colores en la mano derecha y una macana de madera en la mano izquierda. Por su parte, en la Danza de a caballo (también llamada Danza del caballito) participan 24 danzantes, todos varones, que bailan al ritmo de sones interpretados con violín y guitarra o violín y tambor. Los personajes que participan en esta danza son el toro (que va vestido de negro y lleva sobre la cabeza una cabeza de toro elaborada con cartón), el viejo de la danza (que se disfraza de mula y se cubre el rostro con una máscara de madera) y —por supuesto— los caballitos (danzantes vestidos de blanco que van dentro de caballos elaborados con una armazón de carrizo cubierta con una tela blanca adornada profusamente con espejos, listones de colores y flores de papel crepé, rematada con una cabeza de caballo tallada en madera y pintada al gusto del “jinete”, cada uno de los cuales lleva en la mano derecha una reata). La danza inicia con la participación de un grupo de ejecutantes ataviados con pantalón de color oscuro, camisa blanca, paliacate rojo anudado en la cintura a manera de delantal, una sonaja en la mano derecha y una corona adornada con flores y espejos en la cabeza. Enseguida hacen su aparición los caballitos y el toro, que trotan, dan vueltas y marcan sus pisadas simulando estar en un corral donde el toro se lanza sobre los caballitos para tratar de escapar. El viejo de la danza se acerca a los caballitos, intentando distraerlos y hacerlos víctimas de sus bromas, pero los jinetes lo lanzan hábilmente con sus reatas y lo alejan una y otra vez hasta que finaliza la danza.
Danza de a pie
En las localidades de El Sauz, Fortines y México Libre (municipio de Antiguo Morelos) se lleva a cabo la Danza de las marotas, singular baile derivado de las pastorelas decembrinas con un desarrollo cercano a la representación teatral. Esta danza se lleva a cabo durante la Semana Santa y en ella los participantes —exclusivamente varones— se disfrazan de diablos y marotas (diablas). Los diablos usan pantalones con jirones de tela cosidos por todos lados y espantosas máscaras de cuero elaboradas por los propios danzantes, mientras que las marotas llevan ropas de mujer y máscaras de cartón. Tradicionalmente son 13 los danzantes que participan en este baile, en alusión al número de personas presentes en la Última Cena: seis parejas de diablos y marotas y un diablo mayor. Durante toda la Semana Santa, el grupo recorre las calles de la comunidad por las mañanas y por las tardes, deteniéndose a bailar ahí donde se los pidan, a cambio de una cooperación monetaria por cada pieza ejecutada. Se trata de una acción simbólica, puesto que el pueblo está de luto por la pasión y muerte de Jesucristo y no puede divertirse, así que lo hace a través de los demonios. Las marotas se acercan a los varones y los invitan a pecar bailando con ellas, pero entonces llegan los diablos y se las llevan golpeando el suelo con un chirrión, que es un pequeño látigo de cuero hecho con correas trenzadas y sujetas a un mango de madera corto. De hecho, son el chasquido de los chirriones y los gritos que van dando las marotas los que anuncian que la cuadrilla de diablos ya se va acercando a la siguiente calle. El momento culminante de esta peculiar danza tiene lugar el Sábado de Gloria, cuando se lleva a cabo la boda de las marotas: el final de la misa de la Vigilia Pascual indica la resurrección de Cristo, por lo que los demonios ya no tienen permiso de seguir en la Tierra y deben regresar a los infiernos. Es entonces que el diablo mayor escoge a una de las marotas para casarse con ella, y todos los danzantes se visten de gala, los diablos con traje o camisa blanca y las marotas con vestidos del mismo color. Una abundante quema de cohetes indica que la boda está a punto de comenzar, mientras los diablos dan una vuelta por las calles del pueblo hasta reunirse en la explanada, donde se lleva a cabo el baile nupcial. De hecho, la ceremonia es igual a una boda normal, pero realizada al revés: primero se hace el baile, luego se lanza el ramo, luego se baila el vals y al final se lleva a cabo la ceremonia donde un falso juez casa al diablo mayor y a la marota elegida. De pronto llega la esposa legítima del diablo mayor, embarazada y rodeada de muchos niños caracterizados como diablitos, e impide la boda. Todos los demonios huyen en desbandada, despavoridos, y el festejo culmina con la quema de un Judas. No hay una música específica para la Danza de las marotas, y quienes acompañan con sus instrumentos la celebración interpretan los sones que se adecúen al momento. Cabe señalar que esta danza también se encuentra presente, con nombres y detalles distintos, en comunidades como Quintero (municipio de El Mante), donde se le llama Danza de la judea, y San Antonio Rayón (municipio de González), donde se le conoce como Danza de los diableros.
Danza de las marotas (fragmento)
A lo largo y ancho de la Huasteca (región que comprende el norte de Veracruz, el sur de Tamaulipas, el sureste de San Luis Potosí, el norte del Puebla, el este de Hidalgo y algunas zonas de Querétaro y Guanajuato) encontramos el huapango, baile festivo que posee una estructura similar a la del fandango, el flamenco y las seguidillas españolas y que presenta modificaciones de acuerdo con el pueblo o región donde se interprete. Así, el huapango tamaulipeco es un poco más lento que el huapango de estados como Puebla, Hidalgo, San Luis Potosí o Veracruz. Se baila sobre una tarima de madera para acentuar el sonido del complejo zapateado con que las parejas de bailarines lucen su agilidad al ritmo de los sones interpretados por un conjunto huasteco, alineación tradicionalmente formada por una guitarra huapanguera, una jarana huasteca y un violín, con acompañamiento de dos voces. La primera voz recita un verso rimado y la segunda lo repite o contesta con uno nuevo, y cuando esto sucede el violín interrumpe su ejecución y los bailarines dejan de zapatear. Una vez que se “echan” los versos, la música y el baile continúan. Entre los sones que acompañan al huapango tamaulipeco se encuentran La huazanga, El caballito, El zacamandú, La zafra tamaulipeca, El caimán, La sirenita del mar, El arrendador, La petenera, El llorar, La rosa, El gustito, El tamaulipeco, El taconcito, El toro requesón y, por supuesto, El querreque, una de las piezas más conocidas e interpretadas en toda la Huasteca. En cuanto a la vestimenta de los bailarines, los hombres llevan camisa blanca, pantalón y zapatos de color negro, sombrero y un paliacate rojo en el cuello, mientras que las mujeres llevan el cabello adornado con un discreto tocado formado por tres flores de color blanco o rojo y un colorido vestido de cuchillas con amplio vuelo que les permite sostenerlo a la altura de los hombros y con cuello en V que deja libres los brazos, además de usar zapatos de baile de color blanco.
El querreque
En la región centro-norte y centro-oeste de la entidad —sobre todo en los Llanos de San Fernando y en la Sierra de San Carlos— encontramos un baile típico que se conoce como picota. Con reminiscencias de las antiguas danzas dedicadas a la fertilidad de la tierra, la picota tiene su origen en la segunda mitad del siglo XVIII, en un asentamiento minero llamado Villa de San Carlos, enclavado en las serranías que sirvieron de refugio de los grupos indígenas que huían de los colonizadores. Dichos grupos atacaban sorpresivamente las poblaciones fundadas por los españoles, por lo que las autoridades civiles y militares imponían castigos ejemplares a quienes caían prisioneros, exponiéndolos en una picota levantada en el centro de la plaza del poblado con acompañamiento del marcial ritmo de un tambor y un clarinete. Con el paso del tiempo, los habitantes de la región adoptaron esta música, adaptándola a ritmos más alegres que invitaban al baile. Desde mediados del siglo XIX, los conjuntos de picota (formados por uno o dos clarinetes y una tambora) empezaron a interpretar — con singular entusiasmo y a ritmo muy rápido, según el gusto local— un nutrido repertorio de polcas, redovas, chotis y huapangos para acompañar a las parejas de bailarines, que hacen reverencias y dan pequeños saltos, acentuando con una fuerte pisada cada cuatro compases de la música. Elaborado con tela de manta, el vestuario de los bailarines consiste —para las mujeres— en una blusa de manga corta con cuello en V, falda hasta el tobillo con adornos de cintas y grecas, un listón en la cintura que termina con un moño en la parte de atrás, una especie de diadema elaborada con flores blancas de anacahuita sobre la cabeza y el cabello peinado en una larga trenza. Los hombres llevan camisa blanca con cordones negros en el cuello, pantalón también blanco y en la cintura un listón del mismo color que el vestido de su pareja. Ambos bailarines pueden llevar huaraches o bailar descalzos.
Jacarandas (picota)
Tras el conflicto mexicano-estadounidense (1846-1848), el norte de México adquirió una singular importancia económica basada en el petróleo, la ganadería, la agricultura y el turismo, lo cual estimuló la llegada de —entre otros— inmigrantes alemanes, checos y polacos cuyas costumbres musicales se arraigaron, en el caso de Tamaulipas, en ciudades como Matamoros, Nuevo Laredo, Reynosa y Río Bravo. Así, la música tradicional del norte de la entidad desciende en gran medida de formas musicales centroeuropeas como la polca, el chotis y la redova. Adaptada a los gustos locales, la polca tamaulipeca es un baile mucho más rápido que su símil bohemio, y en ella los bailarines, con las manos apoyadas en la hebilla del cinturón, hacen gala de un fuerte zapateado con complicados movimientos de punta y talón, giros bruscos y sorpresivos cambios de paso y de ritmo, acompañados con la enérgica música ejecutada por una alineación formada por acordeón, bajo sexto, saxofón y contrabajo. Entre las polcas tamaulipecas más conocidas se encuentran El zoquetal, Los ebanitos, Dedos ágiles, Éntrale a la polca, La revolcada y Los gorgoritos.
La revolcada
De origen polaco, la redova fue un baile de salón muy popular en la segunda mitad del siglo XIX. Con movimientos alegres pero menos vigorosos que los de la polca, la redova es una mezcla de vals con mazurca que se baila en compás de 3/4, acentuando el último tiempo del compás con la ayuda del contrabajo, instrumento que junto con el acordeón, el bajo sexto, la tarola y la redova (una cajita alargada de madera que el ejecutante sujeta a su cintura y percute con un par de baquetas) forma parte de la alineación típica que interpreta este tipo de baile. Entre las redovas tamaulipecas más famosas se encuentran El botón dorado, Socarrona, Labios de coral, De China a Bravo y Los caballos panzones.
Los caballos panzones
Por su parte, el chotis es un elegante baile de origen alemán que se ejecuta con movimientos suaves en compás de 4/4. Se baila en parejas, marcando el ritmo con fuertes zapateados mientras se dan vueltas y se repite la coreografía. Entre los chotis más conocidos en Tamaulipas se encuentran El pedacito, Chevinda, La florecita, El tamatán, El carrejo, El cardenal y Paloma mensajera.
El pedacito
La vestimenta tradicional de estos bailes consta, para las mujeres, en blusa y falda con coloridos adornos a base de encajes, holanes y pasalistones, el cabello peinado en una larga trenza con flores y listones, y un moño en la base de la trenza o una mascada del mismo color del vestido, además de botines y arracadas. Los hombres llevan camisa vaquera a cuadros, pantalón vaquero de color oscuro, paliacate al cuello del mismo color que el moño de su pareja, botines negros y sombrero norteño de color oscuro.
Cabe mencionar que una canción representativa del estado de Tamaulipas es El cuerudo tamaulipeco, de autor desconocido y cuyo origen se remonta a finales del siglo XIX. El título de esta canción hace referencia a la cuera, singular prenda de vestir originaria de Ciudad Tula que los tamaulipecos usan para asistir a los eventos sociales y que se ha convertido en la prenda típica de la entidad. Se trata de una especie de chamarra o saco de piel o gamuza con barbas en las mangas, el pecho y la espalda y adornada con estilizadas filigranas que representan flores silvestres. Grabada por primera vez en 1923 por el dueto formado por Consuelo y Salvador Quiroz con acompañamiento de piano y guitarra, El cuerudo tamaulipeco alcanzó gran popularidad en todo México en la interpretación de Los trovadores tamaulipecos, legendario grupo formado por José Agustín Ramírez, Lorenzo Barcelata, Alberto Caballero, Ernesto Cortázar y Antonio García Planes.
Los trovadores tamaulipecos: El cuerudo tamaulipeco
Finalmente, es necesario mencionar a algunas destacadas figuras del ámbito musical que nacieron en Tamaulipas y cuya gran variedad de estilos ha enriquecido en gran manera el panorama musical popular mexicano: Cuco Sánchez (1921-2000), nacido en Altamira y gran exponente de la canción ranchera; Judith Reyes (1924-1988), originaria de Ciudad Madero y pionera de la canción de protesta en México; Pepe Jara (1928-2005), también conocido como El trovador solitario, cantante de boleros originario de Ciudad Madero y principal intérprete de los temas escritos por el compositor oaxaqueño Álvaro Carrillo; Roberto Cantoral (1935-2010), cantante y compositor nacido en Ciudad Madero cuya obra incluye canciones de gran fama a nivel mundial; la cantautora Lolita de la Colina (1940), originaria de Tampico y compositora de innumerables temas para reconocidos intérpretes de los más diversos estilos musicales; Rigo Tovar (1946-2005), nacido en Heroica Matamoros y considerado uno de los padres de la cumbia grupera y la cumbia-rock, y Rodrigo Eduardo González Guzmán (1950-1985), mejor conocido como Rockdrigo, nacido en Tampico y principal exponente del rock rupestre al lado de Jaime López Camacho (1954), originario de Heroica Matamoros.
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