Debussy figura entre los compositores más importantes del siglo XX tanto por sus propios logros como por los caminos que abrió para la exploración musical de otros creadores, de ahí el homenaje que le han brindado compositores como Boulez, Messiaen, Bartók, Stravinsky, Dutilleux y muchos más.
La revolución armónica de Debussy está basada en el ingenioso uso de los modos antiguos (escalas de origen griego establecidas en la música de la liturgia católica desde el siglo VII), y de escalas pentáfonas, hexáfonas y octáfonas (de cinco, seis y ocho sonidos, respectivamente). Esta plataforma permitió la construcción de verticalidades que renovaron la manera tradicional de usar acordes, si bien prevalece en su música de manera general la idea de centro tonal.
El otro rasgo relevante de la música de Debussy consiste en la profunda atención hacia el timbre. Al considerarlo un elemento autónomo de la altura y el ritmo, Debussy ubica el timbre como estrato cuya riqueza puede sostener los lenguajes musicales, principio sin precedentes que tuvo una enorme influencia en las vanguardias del nuevo siglo. Toda su trayectoria lo señala como un innovador de primer rango que revolucionó la composición para el piano (Preludios, Estudios, Imágenes) y para la orquesta (Preludio a la siesta de un fauno, Nocturnos, El mar).
Su icónica ópera Pelléas y Melisande presenta un estilo declamatorio pero totalmente lírico, característico en su música vocal. En general, los efectos de la música de Debussy son altamente sutiles pues su objetivo era lograr un “halo sonoro”. La etiqueta de “impresionista” le molestaba. En todo caso se identificada con la estética de la poesía simbolista de Baudelaire y Mallarmé.
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