Sinfonía No.8 en Si menor, D.759, “Inconclusa”
En abril de 1823, Franz Schubert se entera de que ha sido nombrado miembro honorario de una sociedad musical de la provincia austriaca. Al dar las gracias, promete mandar la partitura de una sinfonía y poco después envía a su amigo Anselm Hüttenbrenner, residente en Graz, el manuscrito de una obra suya. Pero Hüttenbrenner no entrega el manuscrito a la sociedad musical sino que la guarda cuidadosamente hasta el año 1860, cuando con muchos titubeos lo entrega a Johann Herbeck, famoso director de orquesta y admirador de Schubert. La actitud de Hüttenbrenner era comprensible: el manuscrito de Schubert, intitulado Sinfonía en Si menor , solo contenía los dos primeros movimientos de la sinfonía prometida.
Así, el 17 de diciembre de 1865, cuarenta y tres años después de su composición y treinta y siete años después de la muerte del compositor, los vieneses escuchan por primera vez la obra que muy pronto sorprenderá a todo el mundo bajo el nombre de Sinfonía inconclusa.
La Sinfonía inconclusa de Schubert, el fragmento más célebre de la música, representa el momento en que Schubert intuye la posibilidad de un sinfonismo que se aparte de las exigencias clásicas y que sea más natural a su genio lírico y, antes que terminar convencionalmente una obra que abre nuevos horizontes, prefiere dejarla trunca y lega a la posteridad un trozo que se convierte en emblema del Romanticismo musical.
Algunos autores han afirmado que la sinfonía debe considerarse completa y que el compositor la había concebido de esta manera. Sin embargo, Schubert comenzó a componer el tercer movimiento y lo abandonó después de algunos compases, pero más tarde terminó este scherzo en una versión para piano solo.
Sinfonía No.9 (No. 7) en Do mayor, D.944, “La grande”
La sinfonía conocida como “La gran Do Mayor” (para distinguirla de la Sexta, en la misma tonalidad) fue compuesta por Franz Schubert en el año de su muerte. Igual que en el caso de la “Inconclusa”, Schubert nunca la oyó ejecutar; el manuscrito quedó arrumbado junto con otras partituras suyas y fue descubierto en 1839 por Schumann, quien lo entregó a Mendelssohn para que éste dirigiera su estreno.
“La gran Do mayor” se tocó por primera vez en Leipzig, doce años después de la muerte del compositor. Durante mucho tiempo, esta sinfonía fue conocida como la Séptima, pero como fue escrita después de la “Inconclusa”, que lleva el No.8, se optó por poner a “La gran Do mayor” al final de la lista de las sinfonías de Schubert y numerarla como la No. 9.
El desarrollo de Schubert como sinfonista fue difícil y laborioso, aunque la inspirada naturalidad de sus primeras seis sinfonías (compuestas entre los dieciséis y los veinte años) parezca indicar lo contrario. El hecho es que después de la Sexta presenciamos en el terreno de la sinfonía a un Schubert indeciso e insatisfecho. Es probablemente el momento crucial en el que entrevé la posibilidad de crear un estilo sinfónico tan inconfundiblemente suyo como lo había hecho Beethoven, y no consigue abrirse camino hacia él.
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Su genio, insuperable cuando se trata del chispazo, de la idea musical, no responde con la misma maestría cuando pretende levantar una estructura de grandes dimensiones. (El anhelo de la perfección constructiva persiguió a Schubert durante toda su vida: pocas semanas antes de morir decidió tomar clases de contrapunto con el famoso Simón Sechter.) Sea como fuere, después de la Sexta su crisis de desarrollo es evidente: un esbozo para piano de una Sinfonía en Re mayor, compuesto en 1818, queda abandonado, y lo mismo sucede con una Sinfonía en Mi mayor (actualmente la “Séptima”) esbozada en 1821.
En 1823, los dos primeros movimientos de una Sinfonía en Si menor quedan como el sublime fragmento que ahora conocemos como la “Inconclusa”. Después de estos tanteos, Schubert abandona el género sinfónico durante seis años – un lapso enorme para sus costumbres creativas –y cuando vuelve a él escribe en pocas semanas “La gran Do mayor”, una monumental rehabilitación de sus fracasos anteriores. ¿Es esta sinfonía en verdad la realización de sus ambiciones? Las opiniones aún están divididas aunque en ella encontramos a un Schubert seguro de sus fuerzas. Schumann habló de sus dimensiones en forma elogiosa, llamándolas “longitudes celestiales”; para otros estas longitudes son simples redundancias.
En la opinión general, la favorita sigue siendo la “Inconclusa”, pero no cabe duda que la noble y profunda melancolía de ésta tiene una digna contraparte en el paso majestuoso y sereno, en la radiante afirmación vital de su sucesora.
Fuente: Joaquín Gutiérrez Heras, Notas sobre notas, compilación y prólogo de Consuelo Carredano, México, Conaculta, Sello bermejo, 1998.
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