¿¡Una sinfonía de KRZYSZTOF PENDERECKI con características modernas, pero no vanguardistas y hasta con melodías postrománticas, de este famoso pero polémico y en sus inicios ultra vanguardista compositor polaco!?
El segundo programa de la Segunda Temporada 2016 de la OFUNAM, estará dedicado a la música polaca con obras de tres compositores, uno de ellos del siglo xx y otros dos plenamente románticos aunque de diferentes épocas, el primero, quintaesencia del corazón de la música romántica, otro de sus postrimerías, pero que no abandonó su espíritu romántico.
DE POLONESES
La música polaca tiene infinidad de representantes, incluso desde el Medievo y el Renacimiento; hay ejemplos de creadores barrocos y clásicos que, por supuesto, seguían los cánones de su tiempo. Sin embargo, tal vez los más importantes y representativos se dieron en el siglo XIX y en el XX, hasta el presente.
Los nombres que más destacan inician sin duda con el gran Frédéric Chopin; después, el Romanticismo dio ejemplos de alto nivel aunque con escasa difusión fuera de las fronteras de Polonia (¡complejas fronteras, si las hay!): Stanislav Moniuszko, Mieczyslaw Karlowicz, Henryk Wieniawski e Ignacy Jan Paderewski; estos últimos, conocidos más como excepcionales virtuosos de su instrumento respectivo que como compositores.
Después de Chopin el nombre que más resalta como uno de los principales creadores es el de Karol Szymanowski, a medio camino entre ambos siglos, autor de gran importancia; y ya en el siglo XX, los más trascendentes, Witold Lutoslawski, K. Penderecki, Henryk Gorecki y tal vez en un nivel algo menor que éstos, Wojciech Kilar. Son los pilares de una construcción enorme; pero no lo únicos. Una lista exhaustiva sería interminable. ¿Qué característica poseen casi todos ellos, además de la calidad creativa? Haber sido poco difundidos y hoy casi desconocidos u olvidados.
KRZYSZTOF PENDERECKI
Cuando en el legendario Festival Otoño de Varsovia de 1959, el jurado abrió los sobres que contenían los datos sobre los aún anónimos ganadores del Concurso Nacional para Jóvenes Compositores, la sorpresa no pudo ser mayor para todos al descubrir que los tres primeros lugares del concurso habían sido ganados por el mismo compositor: el joven KRZYSZTOF PENDERECKI irrumpía en el mundo de la música con toda la contundencia innovadora que animó la música de sus primero años creativos.
Para referencia de los interesados, las obras ganadoras en ese concurso fueron Strophen, Salmos de David y Emanaciones. Ese mismo año, escribió la impactante Trenos por las víctimas de Hiroshima, para orquesta de cuerdas y, a partir de entonces, se le consideró uno de los mayores compositores del momento, e incluso, como el más importante del siglo desde la aparición de Stravinsky, casi 50 años antes.
Sus elementos creativos eran numerosos y nadie se había atrevido a tanto desde la complejidad de La consagración de la primavera o desde el radical lenguaje atonal de Schoenberg y sus alumnos de la Segunda Escuela de Viena. Un listado de los recursos utilizados por Penderecki en su música pondría los“pelos de punta” a más de un melómano de gusto más tradicional: técnicas extendidas y anti convencionales para tocar las cuerdas y extraer de ellas colores y sonoridades impensables hasta entonces; glissandi, racimos de notas simultáneas, efectos percutivos en los instrumentos, uso inusitado del arco, sonoridades como sombríos murmullos o imitación de sonidos humanos guturales. En los alientos el uso de multifonos, es decir, diferentes sonidos o notas simultáneas con un efecto inesperado, y así sucesivamente.
No olvidemos el uso de gritos, silbidos, risas y otros sonidos guturales en los cantantes en los momentos de mayor violencia de su Pasión según San Lucas y si le era necesario algún momento de melodía, los temas eran atonales y seriales. Se podía hablar de una música “sonorística”, pues de eso se trataba en gran medida, en la que el sonido como tal eral el eje rector de una obra, siempre en “el justo límite entre la sonoridad musical y el ruido”, dirían algunos. Y sin embargo, y eso era lo que daba mayor efectividad a cada creación, se trataba de obras muy bien concebidas y estructuradas, en las que casi nada quedaba al azar, excepto algunos pasajes aleatorios en el interior de una obra.
Y un día, en la década de los setenta, Penderecki comenzó a tomar el camino de regreso a formas y lenguajes más tradicionales, incluso a la tonalidad. Penderecki se alejó de la vanguardia y, como le sucedió a muchos compositores desde el siglo XIX, quedó fascinado con el cromatismo wagneriano y decidió trabajar con él. Sus obras comenzaron a estar cada vez más cercanas a la de sus antecesores de fin del siglo XIX e inicio del XX. Con el tiempo, su música desarrolló una personalísima síntesis de estilos con multiplicidad de lenguajes y contextos musicales; el neoromanticismo dándose la mano con el uso de temas post-stravinskianos.
La Tercera sinfonía de PENDERECKI no es aún una sinfonía con características melódicas clásicas, pero si estamos ante una obra con un lenguaje más tradicional y un desarrollo más claro. Compuesta entre 1988 y 1995 es una muestra de esa evolución que la música de Penderecki fue experimentando. La obra nos transmite su violencia dramática gracias al manejo de elementos que podemos reconocer y hasta disfrutar a cargo de una orquestación expresiva y contundente.
Cuando aparecen los momentos de reposo, pueden ser expectantes o líricos como en la sección conclusiva del segundo movimiento o, sobre todo, plenamente lírica y nostálgica, como en el reposado movimiento central, que pareciera salido de un gran adagio mahleriano. Y como en una obra de su ejemplar antecesor, el bello y contemplativo adagio puede contener una contrastante culminación, poderosa y emotiva, que ahora sí, claro homenaje a Mahler, evoluciona hacia una marcha fúnebre. El movimiento final es un impetuoso moto perpetuo, que se interrumpe por momentos, pero se recupera y continúa su avance incontenible.
El estreno en México de la Tercera sinfonía de KRZYSZTOF PENDERECKI será seguramente uno de los más trascendentes que hayamos escuchado en los últimos tiempos.
IGNACY JAN PADEREWSKI
Casi no hay en la música un caso similar en que un músico reúna en su famosa carrera tres aspectos:
-ser un virtuoso excepcional del piano, (con una gran carrera por Europa, como Liszt, su antecesor y paisano Chopin, para mencionar las estrellas más notorias del siglo XIX, además de Paganini);
-un respetable compositor romántico y nacionalista, aunque fuera inevitablemente opacado como tal por su fama como pianista (como le ocurrió a Mahler y a otros grandes intérpretes creadores) pero cuya música –obras sinfónicas, alguna ópera, música de cámara- fueron también inevitablemente superadas en interés y popularidad por su catálogo pianístico.
-destacar como estadista y político y, como ningún otro compositor podría presumir, llega a ser presidente de su país –en este caso, primer ministro.
Sabemos que varios músicos de géneros diversos han llegado a participar en elecciones presidenciales de su respectivo país, pero sin lograr el triunfo y, por supuesto, se cuentan numerosos artistas que han incursionado en otros niveles de la política o incluso de la lucha revolucionaria.
Después de haber participado en diversas actividades políticas y combativas durante la Primera Guerra Mundial, Paderewski fue uno de los principales luchadores por la independencia de su país, hasta que en 1919 fue elegido Primer Ministro de Polonia, cargo que desempeñó casi todo ese año y después continuó en actividades diplomáticas y políticas. En 1922, regresó a la música, que no había abandonado por completo, y “corrió” a su adorado piano, ofreciendo un memorable recital en Carnegie Hall.
En un contexto creativo aún imbuido de las ideas musicales del Romanticismo, la música polaca también era parte integral de la inspiración de Paderewski. Por ello su monumental sinfonía, de dimensiones brucknerianas o mahlerianas, se denomina Polonia y como Liszt y su paisano Chopin antes, Paderewski compuso una Fantasía polaca sobre temas originales además de un gran Concierto para piano, en las que dejó constancia de su nacionalismo mezclado con exigencias técnicas pianísticas tan intocables por otros como las que también exigieron sus dos grandes antecesores mencionados, magos del virtuosismo y de los “pactos diabólicos” para poder tocar lo intocable. ¿Ya habíamos escuchado esa, verdad?
Sin embargo, la Obertura en mi bemol mayor, como se identifica esta obra, no asociada con alguna ópera o creación escénica, se siente más cercana al romanticismo típico de su época juvenil, en 1884, que a la música de inspiración regional que desarrollaría en futuras obras. El autor nunca la escuchó, carencia que compartió con todos sus contemporáneos, pues hasta donde se sabe nunca fue interpretada ni publicada hasta tiempos recientes y es su obra importante menos conocida.
Este estreno en México nos dejará la inquietud por conocer más música de este singular compositor.
FRÉDÉRIC CHOPIN
Si se habla de la música de Polonia, nunca podría omitirse a FRÉDÉRIC CHOPIN, uno de los creadores más importantes y representativos, de ese país, pero sobre todo, el más conocido, el más admirado, el más amado. También habría que considerarlo entre los más innovadores del siglo XIX, pues ante las búsquedas más radicales que se dieron el en Romanticismo, desde la expresividad dramática de Beethoven, en el inicio del siglo, hasta los primeros juegos con la liberación tonal al final del mismo, se tiende a olvidar los hallazgos que en materia de técnica pianística logró este gran músico polaco, precisamente, porque dedicó al piano solo toda su inventiva.
La pasión de Chopin por el piano y su elección del mismo como instrumento“de trabajo”, casi no conocen otro ejemplo similar en el siglo XIX, pues, incluso, su absoluto contemporáneo Franz Liszt, y competidor lo mismo como gran intérprete de conciertos que como virtuoso casi insuperable, tenía un territorio mucho más extenso, ya que compuso música en todos los géneros y era respetado como excelente director de orquesta en conciertos y óperas.
En efecto, Chopin se concentró al piano de tal manera que sus pocas obras orquestales están concebidas con el piano como solista: dos grandes conciertos, de estructura clásica, y sólo otras cuatro obras concertantes de menor extensión; unas pocas piezas de música de cámara y una veintena de canciones conforman todo su catálogo si exceptuamos la obra para piano solo.
Para éste, no sólo fue Chopin tan prolífico como se lo permitió su minada salud y su corta vida, sino que además creó un lenguaje original y novedoso, innovó la técnica de su interpretación y creó o dio forma definitiva a más de un género musical.
Cantor de la música de su patria, lo hizo, sin embargo, desde la nostalgia evocadora de su exilio francés, pues vivió en París la mitad de su corta vida. De camino a Londres a los 21 años, sus triunfos iniciales como concertista admirado y solicitado, le propiciaron quedarse en París para probar fortuna con su propia música y su nuevo estilo interpretativo. Después, sus legendarios amores, su perenne mala salud y su exitosa carrera que lo llevó a algunas pocas ciudades de Europa, utilizando París como centro de partida, lo convirtieron en un artista “francés”. (Recordemos que su nombre original polaco sería Fryderyk Szopen, si no se hubiera afrancesado con el hoy tradicional Frédéric Chopin, que incluso se adoptó así en su propio país o, al menos, el famoso apellido).
Curiosamente, los dos conciertos para piano de Chopin son obras de su juventud, compuestos en 1829 y 1830, antes de vivir en París y de convertirse en una estrella de la música de su tiempo. Otra curiosidad radica en que ambos conciertos se conocen en su orden invertido, pues el que escucharemos en el próximo programa de la OFUNAM, considerado el Segundo Concierto en fa menor, opus 21, en realidad fue compuesto un año antes que el que hoy conocemos como Primer concierto en mi menor.
Muchos musicólogos han criticado siempre la orquestación que Chopin preparó para esta obra, inevitablemente opaca y como si apenas hubiera sido concebida para armonizar y preparar las apariciones del instrumento solista. Y algo de ello es innegable, sin que podamos confirmar se debió al interés de Chopin de que sólo resaltara el piano o si pudo influir su aún incipiente conocimiento de la orquesta. En todo caso, es innegable la belleza melódica de la obra misma, casi siempre en voz del piano y ya para entonces Chopin mostraba varios de sus múltiples recursos técnicos y efectos sonoros pianísticos; cuando nos dejamos llevar por su riqueza temática se llegan a olvidar las mencionadas características del acompañamiento.
Tal vez, el punto más significativo de este par de conciertos del programa 2 de la Segunda Temporada 2016 de la OFUNAM, sea la presentación como solista de CHARLES RICHARD-HAMELIN, joven pianista canadiense, quien obtuvo la Medalla de Plata en el último Concurso Internacional de Piano Fryderyk Chopin, en 2015.
Como siempre el sábado 9 de abril a las 20:00 horas y el domingo 10 de abril a las 12:00 horas, en la SALA NEZAHUALCÓYOTL
Fuente: Sociedad de amigos de la OFUNAM
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