Schubert veneraba a Beethoven y tal influencia tiende a verse en sonatas que comparten tonalidades correspondientes, más obviamente en la sonata en do menor tardía, D. 958. Schubert se mantuvo fiel a la estructura de la sonata clásica, pero experimentó dentro de esa estructura.
De todos los compositores europeos del siglo XIX, Robert Schumann (1810-1856) fue quizás el más idiosincrásico. Se ha hablado mucho de la influencia de sus “excentricidades” en su música, aunque en su mayor parte todavía se le admira como parte y evidencia de una personalidad artística innovadora.
Aunque Chopin era esencialmente un miniaturista, manejó la forma de sonata con notable seguridad. Hasta cierto punto, sus baladas, scherzos e impromptus eran lo bastante sustanciosos para proporcionarle una buena preparación para escribir los cuatro movimientos de su tercera y última sonata para piano.
La Sonata para piano no. 3 en fa menor fue terminada por Brahms en octubre de 1853 y representa la culminación de su primera y única fase de composición de sonatas para piano. Tiene la variedad y la longitud de la Sonata op. 2 en fa sostenido menor, pero también los procesos temáticos concisos de la Sonata en do mayor.
Solo hay tres obras en la gran producción de Liszt que pueden tener el apelativo de sonata: la Sinfonía Fausto, la Sinfonía Dante y la Sonata en si menor para piano, aunque sólo la última ostenta el nombre de forma declarada.
Al cumplir cuarenta años en 1913, Rachmaninov comenzó el año con un breve respiro de una agotadora gira de conciertos en Moscú, donde era muy solicitado como pianista y director de orquesta. En diciembre de 1912, se fue de vacaciones a Suiza y se mudó a Roma con el año nuevo, donde comenzó la composición de su gran obra coral Las campanas, una adaptación del poema de Poe del poeta simbolista Konstantin Balmont.
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