En los años sesenta, la historia de un conde renacentista italiano, Pier Francesco Orsini, enfrenta la censura de la dictadura militar argentina. Cómplices una novela y una ópera extraordinarias.
Bomarzo, Acto I
De dictadura en dictadura
Con la muerte de Josef Stalin el 5 de marzo de 1953 la época de las dictaduras europeas parece llegar a su fin. Uno de los capítulos más oscuros de la historia occidental cede el paso a una época de crecimiento político y económico sin precedentes. Sin embargo, la euforia de las grandes potencias europeas – un sentimiento que en esos mismos años lleva al nacimiento de lo que hoy se conoce como Comunidad Europea – aleja la mirada de otras dictaduras que en esos mismos años estaban comenzando a surgir en zonas que Londres, París o Roma consideraban de cierta forma periféricas y, por lo tanto, menos relevantes en el cuadro de la geopolítica internacional. El ascenso militar de Josip Broz Tito como dictador de facto de la República Federal de Yugoslavia ese mismo año fue seguramente el caso más emblemático, por su cercanía histórica y geográfica a los eventos de la Segunda Guerra Mundial. Pero no fue el único. En los años sucesivos la realidad latinoamericana fue atrayendo la atención del mundo internacional hasta convertirse en el baricentro de un nuevo poder dictatorial. Su poder fue tan determinante a nivel político internacional, sobre todo en el marco de la expansión estadounidense, como violento a nivel nacional por la prepotencia inaudita con la que arrasó con los derechos humanos en sus territorios, desde Nicaragua hasta Chile y Argentina. En diversas ocasiones a lo largo de este ciclo de historia de la música hemos visto cómo la música ha sido capaz de sobrevivir ante la violencia y transformarse en un poderoso instrumento de resistencia y de paz en contextos de violencia y guerra (aunque, en algunos casos, es también cierto lo contrario). El caso de América Latina no es una excepción: a través de uno de sus ejemplos más conocidos, el argentino, veremos cómo la música, ya profundamente radicada en la región tal como lo hemos contado en Música en México en distintas ocasiones, jugó un papel fundamental, aunque no siempre tan descontado, en cuestionar y atacar el poder de la dictadura militar.
De Washington…¿a Buenos Aires?
No es necesario volver a recordar el papel que la canción popular argentina jugó en tal sentido: entre los años sesenta y ochenta artistas como Charly García, Serú Giran y María Elena Walsh se atrevieron a tomar una posición clara contra la dictadura militar en más de una ocasión transmitiendo mensajes con una fuerza que pocas formas de expresión pudieron alcanzar en esos años. Siguiendo caminos distintos y, desde luego, lenguajes a menudo opuestos, también la música ‘clásica’ fue capaz de recortar su propio espacio y reclamar un espacio de rebelión es este capítulo tan obscuro. Tal fue el caso de una ópera que, a pesar de la popularidad de su compositor, Alberto Ginastera (1916-1983), sigue perteneciendo inmerecidamente a la periferia no solo de la música latinoamericana de esos años sino de toda la música occidental. Su título es Bomarzo y fue compuesta en los años sesenta a partir de la novela homónima de Manuel Mujica Lainez, autor del libreto. La ópera se estrenó en Washington en 1967 ante un público de grandes políticos y diplomáticos, como Hubert Humphrey, vicepresidente de los Estados Unidos, el embajador argentino Álvaro Alsogaray y el canciller Nicanor Costa Méndez, entre otros. A los pocos días del estreno el presidente de la Nación, el general Juan Carlos Onganía, mandó su proprio mensaje de felicitaciones deseando una pronta llegada de la ópera a Argentina. El estreno de la ópera fue inmediatamente programado para marzo de ese mismo año. Sin embargo, como nos cuenta Esteban Buch en su libro The Bomarzo Affair. Ópera, perversión y dictadura (Adriana Hidalgo Editora, 2003) ese estreno fue inmediatamente cancelado.
Un libreto sin moral
‘Quiero saber quién es el responsable de haber puesto esa indecencia’ – comentó Onganía tras haber visto la ópera antes de su estreno oficial – ‘Mi mujer y mi hija tuvieron ayer que ver las indecencias de estos bailarines semidesnudos, ¡tras lo cual hoy hemos debido ir a confesarnos!’. El arzobispo de Buenos Aires, Antonio Caggiano, inflamó el debate afirmando que la ópera Bomarzo parecía escrita ‘como si no existiera moral’. La crítica musical no fue menos amable: el crítico Rolf Gaska terminó comparando el trabajo de Ginastera al ‘Porno im Belcanto’. ¿Qué había pasado en realidad? ¿Qué era lo que había desencadenado tanta censura contra Bomarzo? ¿Era ‘culpa’ de su lenguaje musical tan novedoso o había algo más que parecía atacar directamente a la dictadura militar argentina?
¿Boyuela o Ramarzo?
Para su primera y última ópera Alberto Ginastera, en aquel entonces una de las grandes eminencias más respetadas de la música contemporánea latinoamericana, había decidido basarse en una de las novelas más recientes y debatidas de la literatura argentina, publicada en 1962 por Mujica Lainez. Tan solo dos años después de su publicación la novela Bomarzo había recibido el reconocido Premio John F. Kennedy junto a una novela de otro escritor argentino: Rayuela de Julio Cortázar. Pero tampoco faltaron las críticas, sobre todo por parte de las élites ‘culturales’ vinculadas a la dictadura: ‘Los hados y los ediles nos acercan (…) – le escribe Cortázar a Mujica Lainez –. Cuando compartimos el Premio Kennedy le escribí a un amigo que usted y yo deberíamos fundir nuestros libros en uno solo y titularlo Boyuela o Ramarzo. Pero ahora nos están fundiendo de otra manera, me temo’. La ópera de Ginastera exacerbó el debate. Pero ¿de qué tanto podían hablar la novela y su versión operística para causar tanto escándalo a nivel político?
Bomarzo, Acto II:
Pier Francesco Orsini y sus traumas.
Protagonista es Pier Francesco Orsini, duque de Bomarzo. Al principio de la ópera acepta beber una poción mágica preparada por el astrólogo Silvio de Narni que, al parecer, otorga la inmortalidad. Pero no es así: Orsini cae víctima de sus venenos y comienza a recordar varios episodios de su vida, desde aquel día de su infancia en el que su padre lo encerró en un cuarto donde un esqueleto danzaba y lo hechizaba, luego la muerte de su hermano Girolamo al caerse en una barranca, hasta el encuentro con la bella Julia Farnese, la cual, sin embargo, prefiere a su hermano Maerbale. Julia y Bomarzo logran casarse, a pesar de su impotencia sexual. En los años siguientes Pier Francesco decide dar voz a sus sueños reprimidos y recuerdos traumáticos construyendo fantásticas esculturas de piedra en su jardín. La ópera se cierra con la muerte del duque: la escena vuelve al laboratorio del astrólogo Silvio de Narni quien realiza una nueva poción para aliviar al duque. Bomarzo la bebe sin saber que había sido envenenada por su sobrino Nicolás.
Un espacio de libertad creativa.
Bomarzo retoma la tradición de óperas como Salome de Strauss o Wozzeck de Berg para representar el tema de la locura y neurosis de su protagonista en clave psicoanalítica. Tanto la música de Ginastera, maravillosa y poderosamente desestabilizante, como el libreto de Mujica Lainez cuestionan abiertamente un sistema de valores religiosos y morales que la dictadura de Onganía estaba imponiendo con el apoyo del poder de la iglesia. Como bien comentó Jorge Fernández Guerra en El País (24 abril 2017), ‘la historia que Mujica Lainez sirve a Ginastera tiene más de la Argentina de los 60 que del manierismo italiano, y el general Onganía y el cardenal Caggiano se convirtieron casi en coautores del acontecimiento’. Podemos imaginar que detrás de Orsini se esconda Onganía o Caggiano, aunque faltan trabajos interpretativos en tal sentido. Bomarzo va en realidad más allá de estas referencias narrativas. La historia de un personaje real como Pier Francesco Orsini se había transformado en un espacio ficticio perfecto para imaginar, en sus forma más extrema y poderosa, un espacio creativo de expresión musical libre e intercultural (elementos de la cultura histórica de Italia se unen a un lenguaje musical hijo directo de la irreverencia de un Stravinski o un Berg) que la dictadura argentina de ese momento limita en todas sus formas. La ópera logró ser estrenada en el Colón de Buenos Aires solo en 1972 con la coreografía de Oscar Aráiz y bajo la presidencia del General Alejandro Agustín Lanusse. Sin embargo, fue solo a partir de 1984, once años después de la dictadura, que Bomarzo entró definitivamente a formar parte de la cultura musical de Argentina.
Francesco Milella para Música en México
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