También España marca la historia de la música europea del siglo XIX. Recupera sus múltiples tradiciones musicales, las reinterpreta y las transporta hacia el nuevo siglo y sus transformaciones.
El nacionalismo musical en la segunda mitad del siglo XIX representó para la mayoría de los países ‘periféricos’ de Europa una ocasión para descubrir su carácter musical más auténtico y desconocido y, al mismo tiempo, construir una nueva identidad musical en oposición a la hegemonía francesa, alemana e italiana. En formas y tiempos distintos, Rusia, el mundo bohemio y el escandinavo descentralizaron y diversificaron la geografía cultural europea –anclada desde hacía tiempo a los grandes centros del poder y, por lo tanto, de la cultura– escarbando y apoyándose en tradiciones hasta ese momento desconocidas, ignoradas o menospreciadas. El caso de España, aún formando parte de las escuelas nacionales europeas (ese es, de hecho, el capítulo en donde la historiografía suele colocarlo), desafía este esquema con un panorama musical más híbrido y antiguo. Al contrario que otros países del viejo continente, la historia de la música española fue siempre marcada, desde tiempos inmemorables, por un diálogo constante entre música folklórica y música ‘culta’. La cercanía geográfica de la península tanto al mundo francés e italiano como al árabe, al africano y al americano dio vida a pluralidad de lenguajes, formas y culturas sonoras cuyos resultados forman una parte extraordinaria de nuestro patrimonio musical: desde los ritmos canarios, importados de las islas atlánticas por esclavos y viajeros e inmediatamente readaptados por los grandes vihuelistas del siglo XVI, hasta el célebre tenor andaluz Manuel García (1775-1832) cuyas canciones populares españolas llegaron a ser uno de los grandes hitos musicales en la Europa romántica que cautivaron la atención de compositores como Franz Liszt y plumas como las de George Sand y Victor Hugo.
Dos tradiciones, una historia
Su identidad híbrida le permitió a España ocupar una posición más relevante, aunque nunca central o paritaria, en el panorama musical europeo respecto a otras naciones europeas: desde el 1700, al final de su glorioso Siglo de Oro, el mundo ibérico comenzó a representar un acervo cultural casi inagotable, al cual accedieron tanto compositores barrocos en busca de nuevos ritmos exóticos (sarabanda, fandango y, probablemente, chacona) como libretistas en busca de personajes revolucionarios y enérgicos para sus óperas (Don Giovanni, Figaro). Y así, cuando la ola del nacionalismo musical comenzó a difundirse por Europa a partir de la segunda mitad del siglo XIX, España entendió que su labor tenía que ser diferente a la de otras naciones: no se trataba de ennoblecer y valorizar tradiciones musicales perdidas como en el caso de Rusia o Bohemia, ni de reclamar un espacio que hasta ese momento le había sido negado como fue, por ejemplo, el caso de Inglaterra. Al contrario, se trataba de redefinir sus raíces y su historia en su doble carácter culto y popular. Esta fue la labor que se propuso realizar Felipe Pedrell (1841-1922), compositor, crítico musical y musicólogo español.
Felipe Pedrell
A partir de los años 70’ del siglo XIX, después de una intensa fase de estudios en París e Italia, Pedrell comenzó a dedicarse al estudio de la música española siguiendo una doble dirección: por un lado, el estudio categórico y científico de la polifonía del siglo XVI de Francisco Guerrero, de Cristóbal de Morales y, sobre todo, Tomás Luis de Victoria, por el otro, el análisis de la música popular española desde una perspectiva más abiertamente etnomusicológica. Los resultados de sus estudios aparecieron a principios del siglo XX en una serie de monografías y ensayos que abarcaban toda la historia de la música española, desde el drama litúrgico medieval hasta las primeras manifestaciones pianísticas en el curso del siglo XIX. Sin embargo, más allá de sus escritos, Felipe Pedrell supo dejar también otro tipo de herencia forjando una nueva generación de compositores crecidos y educados según la tradición canónica de la música de Europa, pero con un interés profundo en la música española: Isaac Albéniz (1860-1909) y Enrique Granados (1867-1916).
Isaac Albéniz
Hombre inquieto y atormentado, Albéniz nace como pianista virtuoso que seguía el estilo de Franz Liszt. Como tal, realiza giras exitosas tanto en España como a nivel internacional, en Europa y Norteamérica. Una breve pero intensa experiencia parisina lo acerca a los lenguajes musicales de Chausson, Dukas, D’Indy, Fauré y, también, Debussy. En los años 80’, de regreso a España conoce a Felipe Pedrell cuya experiencia musical lo lleva a cambiar su trayectoria y sus intereses: Albéniz comienza a acercarse a las tradiciones españolas, mismas que celebrará de manera genial en Asturias, obra para piano compuesta en 1890 durante su estancia en Londres, pero sobre todo los cuatro libros de su suite para piano Iberia compuestos entre 1905 y 1909 y en su obra póstuma Suite Española op. 47. La trayectoria musical de Albéniz abarcó otros géneros musicales incluyendo, entre otros, también el teatro musical: en 1896 en la ciudad de Barcelona presentó la obra musical Pepita Jiménez, su único y gran esfuerzo para dar vida a un teatro nacional español que mezclaba elementos folklóricos locales, herencias de la zarzuela y, también, elementos líricos y operísticos de la tradición de Puccini y del verismo italiano.
Enrique Granados
La herencia de Albéniz fue retomada por su colega e íntimo amigo Enrique Granados. Como Albéniz, también él nace como pianista bajo la influencia de la escuela musical francesa de esos años. En 1898 presenta su ópera María del Carmen con la que alcanza su primer triunfo. Sin embargo, es con su suite para piano Goyescas, compuesta en 1911 y basada en el homónimo cuadro de Goya, que Granados se convierte en un compositor de fama internacional. El éxito de la suite convence al compositor de la necesidad de expandir su estructura con nuevos cuadernos, el último de los cuales fue estrenado en París en 1914. Dos años después muere ahogado en el canal de La Mancha después de que un submarino alemán había bombardeado su barco de regreso a casa. A pesar de su breve trayectoria musical, Granados dejó una huella fundamental en la historia de la música española, gracias también a la influencia determinante, aunque a menudo conflictiva, de Felipe Pedrell y su magisterio. Granados supo transportar la música española hacia el siglo XX entregándola en manos del más joven de los alumnos de Pedrell, un genio que logrará combinar las distintas tradiciones del mundo ibérico con las transformaciones del siglo XX: Manuel de Falla.
Francesco Milella para Música en México
Comentarios