Compuesta después de sus memorables ballets rusos, esta composición de Stravinski nos entrega el retrato de una Europa perdida ante los traumas del primer conflicto mundial.
Verano de 1918. La primera guerra mundial entra en su fase final mientras que la Revolución Rusa arrasa violentamente con las élites zaristas y entrega el poder a la utopía marxista de los bolcheviques. El mundo occidental y sus grandes élites se desmoronan ante la mirada atónita de quienes soñaban todavía con el orden del siglo pasado o, al contrario, buscaban su destrucción. Ante el desorden y el terror de estos años, algunos compositores, como Maurice Ravel o Ralph Vaughan Williams, deciden (o se ven obligados) a participar tomando las armas o apoyando a los soldados desde la retaguardia. Otros, al contrario, se encierran en su propio silencio, observando semejante apocalipsis desde la soledad de su estudio. Entre ellos encontramos, confinado en un pueblo entre los Alpes suizos, a un joven compositor ruso a quien la revolución acababa de dejar sin dinero. Pocos años antes, en París, su música había generado un escándalo memorable – y para muchos traumático – transformando la gloriosa tradición de los ballets rusos en un universo de sonidos e imágenes salvajes y primordiales. A pesar de su joven edad, su nombre era ya todo un mito en Europa, pero ahora, ante el cataclismo de la guerra y la revolución, el furor juvenil de esos años (1910-1910.
Lee más sobre el tema en https://musicaenmexico.com.mx/grandes-maestros/le-sacre-du-printemps-1913/) parecía haber desvanecido abriendo un momento de pausa y reflexión. Se llamaba Ígor Stravinski (1882-1971).
Conoce más sobre Ígor Stravinski: https://musicaenmexico.com.mx/grandes-maestros/stravinski-del-neoclasicismo-al-dodecafonismo/
En 1918 la tranquilidad de las montañas en Suiza, país prudente y neutral en los conflictos de esos años, ofrece a Stravinski el espacio para llevar a cabo un proyecto que desde hacía tiempo deseaba realizar: la composición de una ópera o, más bien, un espectáculo dramático itinerante basado en un cuento del autor ruso Aleksandr Nikolaevič Afanas’ev (1826-1871). La idea de Stravinski es la de representar su obra en varios pueblos con la intención de acercar la música a un público más amplio. ‘El tipo de composición en el que pensaba – nos cuenta el mismo Stravinski en sus memorias – tenía que incluir un número limitado y modesto de músicos para poder realizar representaciones en pequeños pueblos suizo. Al mismo tiempo, tenía que ser claro en su estructura narrativa para que el público pudiera entender fácilmente su historia y significado’. El título iba a ser L’Histoire du soldat, estrenada en el teatro municipal de Lausana el 28 de septiembre de 1918.
Junto al poeta, también prófugo, Charles Ferdinand Ramuz, Stravinski decide juntar en una única obra dos cuentos distintos de Afanas’ev: El soldad desertor y el diablo y Un soldado libera la princesa. Al regresar a casa durante un permiso, un soldado de nombre Joseph encuentra al Diablo quien lo adula y le roba su violín a cambio de un libro que hace realidad todos sus deseos. El soldado vive tres días de sueños hechos realidad, solo tres días, pero cuando Joseph, sin su violín, regresa nuevamente a casa, se da cuenta que han pasado tres años: su mujer se ha casado y su casa ya no existe. El soldado, nuevamente sin dinero, retoma su camino como prófugo: tras un largo camino, llega a una tierra gobernada por un rey cuya hija, enferma, está destinada a casarse con quien logre curarla. El soldado vuelve a tener su violín, que ha recuperado del Diablo con vodka y mucha astucia. La Princesa se deja seducir, baila un tango, un vals y un ragtime, y cae entre sus brazos. Los dos jóvenes están a punto de ponerse en camino y viajar hacia la patria del soldado, cuando vuelve a aparecer el Diablo: los esperará en la encrucijada del destino para recuperar su violín y su alma. El soldado lo sigue hacia el infierno acompañado por una marcha triunfal.
A pesar de su tono más discreto y ‘doméstico’, sobre todo respecto a obras más famosas de esta primera etapa artística de Stravinski como Le sacre du printemps o L’oiseau de feu, L’Histoire du soldat es, en realidad, una composición potente y revolucionaria: una obra con la que Stravinski anticipa muchos de los caminos que tomará la música del siglo XX hasta nuestros días. En primer lugar, Stravinski cuestiona abiertamente el estatus dramatúrgico de un mundo para muchos incuestionable y casi sagrado como el de la ópera. Con L’Histoire du soldat imagina una forma híbrida en donde el canto cede su lugar a un recitado rítmico mientras que la orquesta pierde su centralidad espiritual para ser reemplazada por un puño de instrumentos: un violín, un contrabajo, una trompeta, un clarinete, un fagot y percusiones. La misma dimensión espacial y social del evento operístico que Wagner había exaltado con la creación del templo de Bayreuth adquiere un carácter popular, efímero, casi carnavalesco: el teatro, hasta ese momento centro inamovible de la vida urbana de las grandes capitales y lugar de encuentro de las grandes elites, se transforma en una realidad itinerante para las clases más humildes.
A nivel musical, Stravinski abandona por completo tanto las sonoridades salvajes como el carácter pictórico y folklórico de sus ballets. Gracias a Ernest Ansermet, director suizo y miembro del grupo de trabajo en las montañas suizas, quien aporta nuevas músicas al proyecto, Stravinski encuentra inspiración en el tango argentino, las fanfarrias suizas, el jazz. Stravinski estudia asiduamente las partituras que Ansermet había traído a Suiza y las integra libremente en su partitura (danzas entre el soldado y la princesa). Por primera vez, aunque de manera indirecta (su primer viaje a los Estados Unidos será en 1925), Stravinski interactúa con la música afroamericana inaugurando un diálogo que habría de jugar un papel fundamental en su poliédrica trayectoria artística. Claro, el interés hacia culturas musicales exóticas no era una novedad en la cultura musical europea. Sin embargo, Stravinski marca un nuevo camino con L’Histoire du soldat: su música no sólo coloca al mismo nivel culturas musicales distintas, sino que también las interpreta sin esa mirada impregnada de superioridad y eurocentrismo que había caracterizado obras de colegas de otras generaciones, incluso su maestro Nikolai Rimski-Korsakov.
Sin embargo, la huella más profunda que la historia del soldado Joseph deja en la cultura occidental surge a nivel narrativo. Después de casi cuatro siglos de mitos, héroes y grandes historias de amor, de distancia abismal entre realidad y dimensión teatral, con L’Histoire du soldat drama y música se colocan juntamente en el presente real, con sus traumas y fracturas. Sin nunca mencionar hechos y protagonistas de esos años, L’Histoire du soldat interpela su tiempo, lo interpreta y lo escenifica. Su poesía cruda y directa, su dramaturgia híbrida y una música policéntrica reflejan el colapso de la tradición occidental y sus mitos. La epopeya tragicómica de un pobre soldado nos entrega un retrato inédito de la sociedad occidental, prófuga como el mismo Joseph, perdida ante el trauma de la guerra, la muerte del presente y la incertidumbre del futuro, amenazada por el diablo y aniquilada silenciosamente por su poder.
Versión con partitura
Versión teatral en español
Francesco Milella para Música en México
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