MAHLER, LA FRACTURA COMO REVELACIÓN

La música de Gustav Mahler da voz al ocaso del mundo occidental del siglo XIX y abre las puertas al lenguaje fracturado y traumático del nuevo siglo.

Mahler
Por Francesco Milella Última Modificación diciembre 5, 2022

La música de Gustav Mahler da voz al ocaso del mundo occidental del siglo XIX y abre las puertas al lenguaje fracturado y traumático del nuevo siglo.

‘Si eso se considera música, yo no entiendo nada del tema’. Arrogantes y un poco conservadoras, las palabras de Hans von Bülow, célebre director alemán de la segunda mitad del siglo XIX, fueron por mucho tiempo el leitmotiv para la mayoría del público europeo al acercarse a un repertorio hoy tan popular como el de Gustav Mahler (1860-1911). Incluso compositores célebres y refinados que difícilmente colocaríamos entre el público más tradicional como el británico William Walton o el mismísimo Claude Debussy se unieron al coro de rechazo al universo musical mahleriano, quizás con menor diplomacia: si el primero con trabajo logró etiquetar las obras que Mahler publicaba con el título de ‘sinfonías’ (nueve y medio en total) como tales, el segundo llegó incluso a definir la música de Mahler perfecta para anuncios de neumáticos Bibendum, la mascota de la empresa Michelin. Algunos nombres importantes apoyaron a Mahler y defendieron su música, desde sus jóvenes colegas Arnold Schönberg y Anton Webern hasta el filósofo Theodor Adorno (Mahler: eine musikalische Physiognomik). Sin embargo, sus voces se levantaron tarde, solo al final de la segunda guerra mundial, casi medio siglo después de la muerte de Mahler, ocurrida en 1911

Una música incomoda. 

La música de Gustav Mahler mantuvo un diálogo fracturado con su tiempo. Si el Mahler director de orquesta lograba alcanzar éxitos memorables ganando en 1897, a tan solo treinta y siete años, el prestigioso puesto como director principal de la Ópera de Viena, Mahler compositor, al contrario, tuvo siempre que luchar para que su música pudiera alcanzar la popularidad que el deseaba. Más que rechazo, sin duda presente en algunos sectores, se trató casi siempre de incomodidad, molestia, inquietud, angustia: sensaciones que su música parecía despertar a menudo en la burguesía occidental de finales del siglo XIX, cómplice también el creciente y turbio antisemitismo europeo con el que Mahler, nacido en una familia judía de la provincia del imperio austriaco, tuvo que lidiar a lo largo de toda su vida. Pero ¿cómo surgió esta fractura? ¿Cuáles aspectos de la música de Mahler la sociedad europea, incluyendo sus élites más intelectuales, no logró entender? 

El sonido de la naturaleza

Curiosamente, al contrario de lo que los comentarios de von Bülow, Walton y Debussy parecen sugerir, Gustav Mahler nunca buscó una ruptura con su tiempo y sus tradiciones. Su poética nació a partir de un diálogo constante y respetuoso con el pasado, sus formas y sus lenguajes, desde Mozart y Bach hasta el más reciente Wagner. A partir de este pasado, Mahler buscó su propio camino con la inquietud revolucionaria de un genio. Emblemático es el caso de la sinfonía, protagonista absoluta en su catálogo. Desde su primera sinfonía de 1888, Mahler recupera el formato de sinfonía programática, es decir, descriptiva y vinculada a un tema que busca representar musicalmente, siguiendo el camino que Beethoven había definido con su Pastoral. Como afirma el mismo Mahler en 1895 en una carta al crítico musical Richard Batka, ‘La sinfonía es y seguirá siendo para mí sonido de la naturaleza’ afirmó. La gran diferencia con el pasado es el significado que Mahler da a la palabra ‘naturaleza’. Si para Beethoven el bosque y la tormenta eran un espacio metafórico para representar y evocar bosques y tormentas interiores, para Mahler la naturaleza es un todo, unión caótica e inestable del mundo exterior con el interior. 

Representar el mundo

Nacen así las majestuosas páginas orquestales y corales que hoy relacionamos con su nombre. Las sinfonías de Mahler son mundos en los que todo puede suceder: marchas, danzas populares, recuerdos operísticos, martillos y campanas, frases de sabor bruckneriano y wagneriano se mezclan en un lenguaje musical heterogéneo, sarcástico y melancólico, irónico y onírico al mismo tiempo. La estructura impecable de la sinfonía choca de manera explosiva con una música vital, deliberadamente inestable e impredecible, caótica y disgregante. Naturlaut, sonido de la naturaleza: la palabra que Mahler escribe en su carta a Batka rechaza la filosofía totalizante e idealizante de un Wagner o un Liszt para moverse en dirección opuesta: Mahler busca la representación del mundo con sus fracturas y sus contradicciones, sus esquizofrenias y pasiones más extremas, sus fragilidades y sus sueños heroicos.

Para el público de su época, un lenguaje musical como el de Mahler no podía que generar incomodidad. Sus sinfonías y lieder eran la representación visiva y acústica de la crisis definitiva de su tiempo, el lento desmoronamiento de los valores de su época, la inestabilidad del imperio austriaco y sus principios de supremacía cosmopolita y fe positivista sobre los cuales se sustentaba el mundo occidental, sobre todo el norte europeo. Escuchar su música para el público melómano de su época significaba enfrentarse con sus miedos, con una realidad que estaba cobrando vida de manera traumática ante sus ojos y nadie quería ver, con las mentiras que tan hábilmente había construido para esconder las heridas de la existencia. Las mismas que Freud revelaba en el silencio de su estudio ante sus pacientes acostados en su diván (incluida la pobre Alma, esposa de Mahler), Klimt y Schiele representaban en sus cuadros y Reiner Maria Rilke cantaba con sus poesías. 

Una especie de revelación. 

Hoy la música de Mahler es parte del repertorio tradicional de las orquestas de todo el mundo. Las fracturas que el público sentía en su tiempo se han vuelto testigos de la transición traumática del occidente hacia el siglo XX, pero su fuerza y su audacia siguen permaneciendo vivas gracias también a la labor de grandes directores de orquesta que a Mahler dedicaron conciertos y grabaciones memorables, desde Dimitri Mitropoulos y Leonard Bernstein hasta Claudio Abbado. Tan solo en 1990, hace treinta años, el último líder de la Unión Soviética contaba uno de sus primeros conciertos mahlerianos, dirigido por el mismo Abbado, con las siguientes palabras: ‘Tuve la sensación de que la música de Mahler se refería a nuestra situación: la perestrojka con todas sus pasiones y sus luchas. Fui al concierto con la idea de relajarme, pero no me fue posible. Lo que sentí fue una inmersión total en la música. Una especie de revelación’. 

Francesco Milella para Música en México

Francesco Milella
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