Mantua: el nacimiento de la ópera

Mantua es una pequeña ciudad colocada en el centro del gran llano que el río Po fue formando, a lo largo de muchos años, entre […]

Por Música en México Última Modificación enero 27, 2019

Mantua es una pequeña ciudad colocada en el centro del gran llano que el río Po fue formando, a lo largo de muchos años, entre Turín y Venecia. Por su tamaño y su fama limitada suele pasar desapercibida ante los turistas que llegan de Roma y Florencia. Y efectivamente, como suele pasar en los bellos centros urbanos del norte, no es una ciudad llamativa en sí, capaz de impresionar a quien la visita por primera vez en busca de la elegancia de la cercana Venecia. Pero, afortunadamente, son solo impresiones y prejuicios: Mantua es una joya, cuya belleza y cuyo pasado marcaron la historia de Italia de forma extraordinaria y definitiva.

Mantua entra ahora en nuestra historia como primera ciudad de un largo recorrido geográfico que haremos en los próximos meses a través de los grandes centros musicales de la Europa barroca. Pero, ¿por qué iniciar por Mantua? ¿Cómo llegó esta pequeña ciudad a transformarse en un centro vital de la música occidental? La respuesta más obvia parece ser una sola: L’Orfeo de Claudio Monteverdi, la primera ópera de la historia de la música presentada en el Palazzo Ducale en 1607. Aunque pareciera superfluo seguir escarbando en la historia, dada la importancia y la riqueza que un hecho como este nos ofrece, tratemos de mirar hacia atrás, buscando lo que se esconde en una fecha tan simbólica que hoy celebramos como inicio de la época barroca. Nuestras preguntas se vuelven más específicas: ¿Por qué fue Mantua la ciudad en donde, por primera vez, la ópera cobró vida de forma tan moderna y desarrollada? No olvidemos a este propósito que los experimentos de la Camerata de’ Bardi en Florencia nunca lograron concretizarse.

La respuesta se encuentra en un apellido: el de la familia Gonzaga, una de las tantas que fueron tomando el poder en distintas ciudades del norte a lo largo de todo el siglo XIV. A partir de los últimos años de la Edad Media y durante todo el Renacimiento, los Gonzaga lograron transformar su pequeña ciudad, situada a las orillas del río Mincio, en uno de los centros culturales más ricos y dinámicos de Europa. El gusto y la sensibilidad de sus marqueses, sobre todo de Francisco II Gonzaga (1466 – 1519) y su célebre esposa Isabel d’Este (1474 – 1539), fueron cautivando la atención de artistas, pintores, arquitectos y músicos en un diálogo de formas, culturas, ideas y miradas que sin duda alguna podríamos comparar con el de Florencia y de Venecia por la intensidad, refinamiento y elegancia. En tiempos y modalidades distintas, grandes artistas italianos e internacionales fueron encontrando en Mantua la libertad, el apoyo (incluso económico) y la serenidad para experimentar y desarrollar sus ideas de forma plena.

La lista de músicos renacentistas que pasaron y vivieron en Mantua es interminable: del norte de Europa llegaron, a lo largo del siglo XVI, Orlande de Lassus y Giaches de Wert; a finales del siglo XVI y ya en vísperas del barroco, de Roma vino a cantar la célebre Caterina Martinelli conocida como “la Romanina”; décadas antes de la Milán española había llegado el célebre laudista Francesco Canova, mientras que, volviendo al siglo XVI, de Toscana arribó el músico y poeta Francesco Rasi, uno de los primeros intérpretes de la Euridice de Jacopo Peri, fundamental experimento operístico en Florencia en 1600. Con sus distintos perfiles, trayectorias e intereses, cada uno fue dejando semillas de su propia historia musical, de su propia identidad y educación. Gracias a ellos, Mantua fue creciendo como centro musical de tal forma que, cuando en 1590 Claudio Monteverdi fue invitado como violista a la corte de los Gonzaga, el joven músico no dudó dos veces en aceptar: en la pequeña Mantua vio inmediatamente una ciudad viva y dinámica, ideal para crecer y experimentar con los estímulos y el apoyo necesario.  

El resto es historia: Monteverdi llega a Mantua en 1590, inicialmente para quedarse solo dos años, pero el éxito de su música y la buena relación que establece con los marqueses terminan por cambiar sus planes. En 1595 acompaña al marqués Vincenzo a un viaje institucional a Hungría y, en 1599, a Flandes. El mismo año se casa en Mantua con Claudia Cattaeo. Entre 1603 y 1605, Monteverdi publica el IV y el V libro de Madrigales cuyos estilos y lenguajes despertaron intensas discusiones en el ambiente musical de la época: Monteverdi había inaugurado oficialmente la seconda prattica, ese estilo musical que se alejaba de las elaboradas polifonías renacentistas y abría las puertas a la monodia barroca. De ahí a pocos meses nacería, gracias a una feliz colaboración con el poeta Alessandro Striggio, lo que hoy conocemos como L’Orfeo.

La historia no deja de sorprendernos por su casualidad, por el destino y el azar que a menudo la determina. Caer en la tentación del “qué hubiera pasado si…” e imaginar otros caminos y coincidencias es tan grande como los extraordinarios resultados que el encuentro Monteverdi-Mantua fue capaz de generar. Por un lado, la mente curiosa y original de un joven compositor con su afán por abrir nuevos caminos musicales; por el otro, una corte brillante, un contexto cultural pequeño pero internacional, dinámico y lleno de estímulos donde ideas y lenguajes procedentes de distintas regiones se mezclaban con resultados sorprendentes: la ópera y, con ella, la música barroca no podían encontrar un momento y un lugar más fértil y adecuado para transformar en realidad lo que hasta ese momento habían sido tímidos experimentos y entrar oficialmente en la historia.  

 

Monteverdi: Quinto Libro de Madrigales (Mantua, 1605)

 

Monteverdi: L’Orfeo (Mantua, 1607)

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