En la actualidad, se considera al corrido como un género académicamente respetable y digno de atención de eruditos y profesores de literatura. Pero no fue siempre así; en sus orígenes, el corrido fue la expresión, sin afeites ni preciosismos, de la sensibilidad popular. Como verdadero arte de anonimato, el corrido que se transmitió de boca en boca o impreso en multicolores hojas sueltas, constituyó durante mucho tiempo una suerte de periódico por medio del cual el pueblo se enteró de los cambiantes sucesos que poblaron las diversas etapas de nuestra historia. Batallas, levantamientos, ascensiones en globo, asesinatos, todo acontecimiento aparecía oportunamente reseñado en aquellas hojitas impresas por Vanegas Arroyo y Eduardo Guerrero con un grabado explicativo y memorable que frecuentemente realizaba el mismísimo Posada. Por un mínimo precio, se podía disfrutar de una sátira política, una crítica de costumbres e inclusive formar una visión, un punto de vista sobre los hechos históricos.
Clasificado –no muy acertadamente– como género “épico-lírico y narrativo” a la vez, el corrido ha sido claramente emparentado con el romance español. Según el investigador don Vicente de Mendoza, el corrido es “no sólo un descendiente directo del romance español, sino aquel mismo romance trasplantado y florecido en nuestro suelo”.
Cómo ejemplo de los primeros romances venidos a nuestro país, se podría citar a que el romance que Bernal Díaz del Castillo ponía en boca de los conquistadores:
Mira Nero de Tarpella
a Roma cómo se hundía…
Algunos sitúan los comienzos del género a principios del siglo XIX, basándose en algunas recopilaciones de Higinio Vázquez Santana. Sin embargo, Ignacio Manuel Altamirano, autor del Romancero nacional, afirma que ya el corrido se cantaba antes de 1810, y el Códice musical mexicano que estudió el musicólogo Gabriel Saldívar, contiene dos corridos para cítara que podrían situarse en la segunda mitad del siglo XVII.
La culminación del corrido como género popular, ocurrió durante la revolución. La generalización de las luchas revolucionarias, coincidió con la violenta reaparición y amplia difusión del corrido. La prolongada historia, la dispersión geográfica y la ubicuidad del corrido, explican su abundancia. Centenares de corridos han aparecido durante más de un siglo, y es posible encontrar corridos en casi todo el país, con excepción de Yucatán, Campeche, Chiapas y Tabasco. Dos focos principales produjeron y difundieron la mayor cantidad de corridos: la región del norte con sus corridos norteños y la región central (el interior) con una variante en el sur (Morelos) conocida como bola sureña.
El corrido revolucionario fue también un estupendo vehículo de las ideas revolucionarias y contó con la colaboración de un ejército de poetas anónimos. Durante la revolución, el corridistas cantaba acompañado de diferentes instrumentos musicales (una guitarra y una guitarra sexta, guitarrón, o un arpa), Llevando por los pueblos por donde pasaba el relato de los últimos acontecimientos. Batallas, sitios, asaltos, hazañas, biografías de héroes de uno y otro lado de la contienda, traiciones, fusilamientos, cuartelazos y pronunciamientos aparecen reseñados en los corridos. Por sus tramas pintorescas y descriptivas, desfilaron todos los protagonistas de las luchas revolucionarias, cual si se tratara de héroes de antiguos cantares de gesta. Lo mismo Villa que Victoriano Huerta, Carranza que Emiliano Zapata y uno que otro soldado raso, hijo del pueblo.
El auténtico corrido hubieron de buscarlo los coleccionistas en los lugares más apartados de la provincia, ya que de 1880 a 1930 fueron los cancioneros populares quienes lo difundieron de feria en feria, pregonando de paso entre las multitudes curiosas, los hechos escandalosos que aparecían en las hojas impresas: “¡Verdaderos detalles del asesinato del general Francisco Villa!”
Fuente: Moreno Rivas, Yolanda. Historia de la música popular mexicana, Alianza Editorial Mexicana, 1979.
Comentarios