César Franck en su bicentenario (1822-1890)

Los padres del compositor César Franck no tuvieron reparos en que sus hijos estudiaran música.

Por Música en México Última Modificación junio 21, 2022

Los padres del compositor César Franck no tuvieron reparos en que sus hijos estudiaran música. Su padre decidió que sus hijos serían músicos por pura fuerza de su voluntad si fuese necesario. José, el hermano mayor, no sostuvo el esfuerzo, pero a César le vino naturalmente.

A los once años, César dominaba el teclado a tal grado que aceptó una gira de recitales por Bélgica, “siempre bajo la tutela y vigilancia de su señor padre”. Nacidos en Lieja, Bélgica, aparentemente su familia agotó los estudios profesionales disponibles en el país y en 1835 su padre llevó a sus dos hijos a vivir a París donde César estudió con Anton Reicha, amigo de Beethoven.

Franck ingresó al conservatorio en 1837, donde volvería a entrar treinta y cinco años más tarde como profesor. Ganó un premio “extraordinario” en 1838 por su habilidad de leer a primera vista; empezó a estudiar el órgano con Benoist y composición con Leborne; estaba casi listo para competir por el Prix de Rome pero su padre había decidido que debería ser un virtuoso, así que lo puso a viajar por las provincias, tocando música “suya y de otros, para emocionar al público rural…”. La familia se estableció en París en 1844, donde César vivió de la enseñanza musical hasta su muerte.

En 1848 Franck había sido nombrado organista de la iglesia de Notre Dame de Lorette; en febrero de ese año, en plena revolución, se casó con una joven actriz. Carl Engel relata que, para llegar a la iglesia, “la pareja nupcial y sus invitados tuvieron que subir tras las barricadas montadas por los insurgentes.”

La pareja dejó la casa paterna y se instaló en su propio hogar; algunos años después, Franck se convirtió en el director del coro de Santa Cecilia y luego organista de la misma iglesia; el coro fue su domicilio de trabajo la mayor parte de su vida. En el Conservatorio se convirtió en sucesor de su maestro Benoist en 1872 y conservó el puesto magisterial hasta morir. 

Fuera de un reducido grupo de discípulos, Franck tuvo pocas ocasiones de escuchar la ejecución de su música. Admiraba a Liszt y varios de sus poemas sinfónicos reflejan su ascendencia pero ninguna de esas obras causó gran impresión. El Festival Franck de 1887, organizado por amigos y alumnos para reunir fondos, no tuvo éxito. Su obra más famosa, la Sinfonía en re menor (1886-88), dejó perplejos a la mayoría de los críticos parisinos. Al llegar a su casa después del estreno, comentó a su familia: “Sonó bien, tal como la imaginé.” 

Quizás el primer éxito de su discreta carrera fue en 1890 cuando su Cuarteto de cuerdas (1889) fue interpretado por el célebre violinista Eugene Ysaye y asociados, en un concierto de la Sociedad Nacional que Franck había ayudado a organizar y de la cual era presidente. En ese año, en el mes de mayo, Franck salió a la calle para dirigirse a la casa de uno de sus discípulos. Un ómnibus tirado por caballos lo arrolló e hirió gravemente.

Se recuperó levemente pero un ataque de pleuresía adelantó su muerte el 8 de noviembre de 1890.  Carl Engel recuerda que el sepelio fue sencillo y “hubo pocos representantes del mundo musical de París. Francia no se percató que había muerto un gran maestro.”

Además de la Sinfonía en re menor y la música de cámara (tríos, cuarteto para cuerdas, quinteto con piano) compuso poemas sinfónicos que siguen programando las orquestas –Las eólidas (1876), El cazador maldito (1882), Los djinns (1884), y Psiqué (1888); también escribió óperas y cantatas que no trascendieron. Por el contrario, tiene obras que se mantienen en el repertorio musical de numerosos y destacados intérpretes: Variaciones sinfónicas para piano y orquesta (1885), Pieza heroica, Fantasía y otras 

creaciones brillantes para órgano, Preludio, coral y fuga para órgano, del cual existen transcripciones para piano y otros instrumentos.

Curiosamente, Franck se sorprendería y sin duda le agradaría saber de la fama inesperada que ha mantenido su nombre vivo en el mundo literario: En la magna obra de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido (1913-1927), uno de sus personajes centrales, Charles Swann, recuerda en numerosas circunstancias una frase musical que le enloquece porque mantiene viva su pasión por Odette Crécy. Proust adjudica dicha frase a un compositor ficticio –Vinteuil– pero a la fecha siguen las especulaciones académicas sobre la  identidad del “verdadero” autor: se ha sugerido que el escritor pensaba en la música de artistas tan distintos como Brahms, Franck, Saint-Saëns y Hahn así como otros menos conocidos como Gabriel Pierné. Nadie sabe para quien trabaja. 

Fuente: Great Orchestral Music, Julian Seaman, editor, Nueva York, Collier Books, 1962.

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