por Francesco Milella
Beethoven transportó la música occidental del neoclasicismo al romanticismo: una transición dolorosa que vivimos en cada una de sus notas.
Una Europa desorientada
El Romanticismo, como toda la Europa del siglo XIX, surge de revoluciones atormentadas, de impactos y fracturas. Su formación y consolidación son dolorosas ya que no implican una “simple” superación de categorías y esquemas sociales y culturales sino su radical y violenta demolición. Las consecuencias son claras: del clamor de un mundo que termina cayendo ruidosamente como las torres de la Bastilla, la Europa pasa a la cultura
Beethoven en trande la novedad adrenalínica. Frente a un pasado que colapsa se abren las posibilidades (infinitas) de un nuevo horizonte que se abre sustentado por unos pocos, pero definitivos, valores: libertad, fraternidad e igualdad. Desorientación, energía, vitalidad caótica, creatividad impulsiva, tensión hacia lo inmortal y dolorosa aceptación de lo humano y efímero son algunas de las características que unen a los primeros grandes protagonistas de la transición cultural del neoclasicismo al romanticismo, quienes viven en su propia piel el trauma de la revolución. Si la literatura de estos años nos presenta una multitud extraordinaria de autores, dominados por Goethe, Schiller y Scott, – y así también la pintura (basta recordar los sublimes cuadros de Turner, Géricault y Füssli)- el panorama musical es dominado por una única y titánica figura: Ludwig van Beethoven.
Los contextos de Beethoven
Nacido en Bonn (Alemania) en 1770, Beethoven crece en un contexto totalmente dominado por la Ilustración y el neoclasicismo. Conoce y estudia con inquieta curiosidad los grandes filósofos y escritores y, desde sus primeros años en Bonn, y más intensamente en Viena desde 1792, se acerca a la música de Haydn, Mozart y a los operistas italianos. La explosión de la Revolución Francesa en 1789 es un trauma para Beethoven: a tan solo diecinueve años y viviendo geográficamente cerca de París, el joven Beethoven vive, conoce y absorbe de forma directa todo lo que sucede en Francia, desde la caída de la monarquía, la llegada del Terror de Robespierre y el surgimiento de Napoleón. Aun teniendo catorce años menos que Mozart, el entorno cultural, así como sus crecientes inquietudes personales (la sordera, la soledad, los conflictos con los hermanos), colocaron inmediatamente a Beethoven en un contexto totalmente distinto al de su colega, definiendo su identidad musical en términos profundamente políticos y filosóficos.
Beethoven: filósofo compositor
Este es el gran reto que enfrentamos al estudiar y escuchar la música y la vida de Beethoven: con él, el proceso creativo ya no se define por su entorno social y la necesidad de complacerlo y alimentarlo, sino por la lucha del compositor mismo de definir su propia identidad, única e irrepetible, a través de la música, y de plasmar sus composiciones con sus ideales y sus credos. Ya no es el compositor en la sociedad, sino el compositor ante la sociedad: el genio prometeico que, en virtud de su sensibilidad sublime que lo eleva ante todos los otros seres humanos, se hace eco del nuevo mundo que surge de sus valores y sus esperanzas. Si, por un lado, este perfil nos ha llevado a celebrar a Beethoven como una figura casi divina, deshumanizada por la fuerza con la que luchó por continuar su vida (a pesar de los numerosos suicidios no logrados) y por transmitir sus ideales a través de la música, por el otro debe ayudar a analizar históricamente su figura como una pieza clave en la transición entre dos épocas, dos mundos. Dos Europas.
Beethoven, hombre moderno.
Beethoven es la metáfora del hombre nuevo que surge de las cenizas de un pasado que colapsa, celebra la esperanza de un mundo nuevo y acepta el fracaso de sus sueños. Beethoven observa atentamente los grandes eventos de su época y expresa sus ideas al respecto, cambiándolas a menudo (el caso de Napoleón es emblemático), pero nunca renunciando a sus ideales. Acepta las transformaciones, las celebra y las ataca viviendo en cada una de ellas. Sin rechazar el pasado (Mozart y Haydn, así como Bach y, sobre todo, Handel.
fueron sus grandes maestros) Beethoven vive el presente e imagina el futuro en una búsqueda inagotable de un espacio, musical y social, para afirmar sus ideales y contribuir a la creación de un mundo mejor. Quizás sea esta la gran belleza de Beethoven: el ser un hombre en transición, nunca estable, siempre inquieto, dolorosamente moderno.
Comentarios