por Francesco Milella
Muchos dicen que fue el verdadero compositor de la Marsellesa, otros la fuente de inspiración del legendario Concierto para Violín op. 61 de Beethoven. ¿Cuál es la verdadera historia que se esconde detrás de este olvidado pero importantísimo violinista italiano?
Todo comenzó por pura curiosidad, en uno de los tantos viajes sin meta en las maravillas escondidas de YouTube. Cuando vi el título de un video, fue suficiente un clic: decía “Giovanni Battista Viotti – Concierto para Violín en Sol mayor, 1794”. Ni el solista ni la orquesta, como suele pasar con los compositores menos “populares”, pertenecían a esa categoría de “divos” a la que las disqueras ya nos acostumbraron. Sin embargo, la ejecución era de muy buena calidad, un poco homogénea, aunque agradable e interesante. Pero, la verdad, fue la música la que inmediatamente cautivó mis oídos. El nombre de Viotti no me era totalmente desconocido, pero nunca me había acercado a sus obras con la atención necesaria. Valió la pena, y por dos razones: la primera, muy personal, fue la belleza de ese concierto, su lirismo tan italiano, ese gusto por la melodía clara y amable, y, al mismo tiempo, ese sabor teatral y majestuoso típico del sinfonismo francoalemán entre los siglos XVIII y XIX; la segunda fue su evidente significado histórico, su capacidad de unir con pocas notas la gracia geométrica de la escuela mozartiana y las nuevas inquietudes del prerromanticismo beethoveniano. Muchas preguntas comenzaron a surgir mientras el video seguía. ¿Quién era Viotti? ¿Qué historia nos cuentan sus conciertos?
Las primeras respuestas las encontré en su biografía, internacional e intensa como las de muchos de sus colegas. Sin embargo, entre las noticias y las ciudades que poco a poco iban apareciendo, había algo insólito. Viotti había nacido en 1755, un años antes que Mozart, en un pequeño pueblo cerca de Turín. Gracias al apoyo de familias de la aristocracia local, Viotti comenzó a estudiar con Gaetano Pugnani, alumno de Giovanni Battista Somis, último heredero, junto a Tartini, de la escuela barroca de Arcangelo Corelli. En 1773 logra entrar en la orquesta de la Capilla Real de Piamonte: un buen trabajo para comenzar, pero Viotti quería más, quería buscar otras oportunidades.
En 1780 comienza su actividad internacional: Suiza, Alemania, Polonia, Rusia, Francia, Inglaterra, otra vez Francia, para terminar en 1823 nuevamente en Londres donde muere en 1824, tres años antes que Beethoven. Fueron cuarenta y cuatro años lejos de Italia que fácilmente podríamos contar en una novela: como buen compositor clásico, Viotti se dedicó a sus conciertos públicos y a las academias privadas para los grandes reales de Europa. Sin embargo, poco a poco, comenzó a buscar nuevos espacios sociales y relaciones constantes con las mentes “libres” más importantes de la Europa revolucionaria y posrevolucionaria; intentó incluso dedicarse a la actividad empresarial en la ópera y al comercio de vinos franceses.
Lo que nos cuenta su vida, más allá de sus aventuras, es la trayectoria de un músico internacional, en el verdadero sentido de la palabra: mientras que Paisiello, Cimarosa y Galuppi, por ejemplo, viajaban por Europa exportando su profunda y sólida identidad italiana, Viotti, al contrario, sin traicionar su identidad italiana decide abrirse a todas las experiencias musicales que encuentra: en Italia, es necesario recordarlo, Viotti respira la rápida pero gradual transición del barroco al clasicismo de la ópera y del concerto; en París absorbe el gusto galante y suntuoso de la música instrumental local y compone sus Sinfonías Concertantes (forma típicamente francesa en su origen); en Alemania conoce a Haydn y su música, un patrimonio sinfónico del cual Viotti aprende mucho (no podemos decir nada sobre la inglesa ya que Londres, en esos años, era una colonial musical de Italia). Es interesante notar que, cuando Viotti es sepultado en Londres en marzo del 1824, los documentos lo presentan como Jean-Baptiste Viotti: un hombre internacional, apátrida. ¿Y su música?
Sus veintinueve conciertos para violín, además de una larga serie de obras de cámara, dibujan un perfil similar, fascinante al escucharlo, imprevisible al estudiarlo. La base de la que parece partir Viotti es inevitablemente italiana y la larga tradición que de Corelli llega hasta su maestro Pugnani: se siente en el contraste entre solista y orquesta, en su gusto melódico, casi operístico. Con los años y los viajes, a esta base se van añadiendo otras capas -la francesa y la alemana- y, también, las influencias culturales de la Europa en la que él viaja: Viotti vive la Revolución Francesa y el surgimiento del mito de Napoleón, observa su fracaso y el renacimiento europeo con el Congreso de Viena en 1815 hasta la primera revolución europea de 1820. Su carácter vivo y emprendedor lo acerca a la cultura de su tiempo y plasma su estilo y sensibilidad musical en términos profundamente europeos, ya no nacionalistas.
Es bonito pensar, a pesar de las muchas dudas de músicos y musicólogos, que fue Viotti el compositor de esas variaciones en Do mayor del 1781, que anticipaban de ocho años la llegada de la célebre “Marsellesa”. Lo que sí podemos afirmar con seguridad, sin caer en la leyenda y el mito, es que Viotti, junto al último Mozart, fue uno de los primeros protagonistas de una nueva música: con la muerte del sistema aristocrático en 1789 la música se transforma en la expresión directa de su compositor, ya no como músico de una corte, sino como miembro de la sociedad en la que vive, así como de su trayectoria biográfica y de su experiencia personal. Poco a poco, comienza a definirse un horizonte inédito en la cultura sonora de Europa: el romanticismo.
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