Por Francesco Milella
Cerramos nuestro viaje por las capitales de la música barroca europea en la ciudad de Madrid, en el corazón de España y del majestuoso Imperio que, a lo largo del siglo XVI, Carlos V y Felipe II fueron construyendo entre América y Asia, y en la misma Europa. Llegando a Madrid nos enfrentamos con una historia única, diferente a la de todas las ciudades que hemos visitado hasta ahora ya que, al iniciar el barroco, cuenta solamente con unos pocos años de historia y con un peso cultural extremadamente limitado. Madrid “nace” en 1561 cuando es elegida por Felipe II como nueva capital de España.
La ciudad era pequeña y pobre, con una estructura todavía medieval: había que renovarla completamente, abatir sus muros y transformarla en una ciudad digna de su Imperio. Y así fue: a partir de finales del siglo XVI y por todo el siglo XVII (sin contar los años en que la corte se trasladó a Valladolid del 1601 a 1606), mientras la corte seguía viviendo en el monasterio del Escorial, Madrid fue creciendo de manera sorprendente alcanzando finalmente su estatus de ciudad imperial.
Y ¿la música? Trasladar la corte de Toledo a Madrid significaba cargar con toda la gloriosa (y pesada) tradición del Renacimiento español: por un lado, la polifonía de Tomás Luis de Victoria y Cristóbal de Morales, junto a la noble tradición instrumental de Diego Ortiz (vihuela) y de Antonio de Cabezón (teclado); por el otro, el teatro de Lope de Vega y Calderón de la Barca. En 1561 dicha tradición estaba en pleno desarrollo: su desplazamiento hacia Madrid fue fundamental para consolidar la identidad de la nueva capital y conferirle un tono de alto nivel cultural a través, por ejemplo, de la construcción de teatros (los corrales de comedias) y espacios de convivialidad social, privada y pública.
A mediados del siglo XVII, con el inicio del barroco, la tradición renacentista fue alimentando nuevas ideas y lenguajes en un proceso de gradual transformación del patrimonio cultural preexistente: mientras que la música religiosa siguió manteniéndose fiel a la polifonía del siglo XVI, la tradición teatral de comedias y autos sacramentales en donde -es necesario recordarlo- la música ocupaba una posición dominante, fue dando vida, por varios caminos, a los dos géneros principales del teatro barroco español: la ópera y la zarzuela.
La primera, imitando la tradición italiana en la forma y la estructura, recuperó la tradición teatral del siglo XVI con elementos instrumentales típicamente locales para un público amplio y a menudo popular; la zarzuela, al contrario, aún surgiendo de la misma tradición teatral, se abrió a nuevas formas (danzas, coplas, coros) con elementos burlescos típicos de la comedia (el único género vocal profano realmente novedoso del barroco español serán los tonos humanos, es decir canciones, villancicos, y romanzas para dos o más voces y el acompañamiento instrumental de guitarras o arpas. Representarán un terreno fundamental de experimentación armónica y melódica).
Juan Hidalgo (1614-1685) fue, sin lugar a duda, el compositor más prolífico e interesante de esta primera etapa que dejó casi veinte composiciones teatrales, entre zarzuelas, comedias pastorales y óperas. Durante los mismo años, la finísima y noble tradición instrumental siguió un camino similar, conservando sus formas renacentistas en un gradual proceso de transformación: la guitarra y el órgano fueron los instrumentos principales alrededor de los cuales la sensibilidad y la técnica ibérica expresaron todo su genio alcanzando niveles sobresalientes con los tientos para órgano de Francisco Correa de Arauxo (1584-1654) y, casi un siglo después, con Santiago de Murcia (1673-1739) y sus danzas para guitarra. Casi ninguno de los compositores del primer barroco español (fuera de Hidalgo) nació o vivió en Madrid: sin embargo, sus composiciones viajaron por toda España contribuyendo indirectamente al desarrollo musical de su capital.
Con la llegada del siglo XVIII y de los Borbón como consecuencia de la guerra de sucesión española, Madrid vivió una nueva transformación: la intención de los nuevos monarcas era la de transformar el centro del Imperio en una verdadera capital europea. Como tal, Madrid tenía que imitar e importar todas esas modas que, desde Nápoles hasta Londres, pasando por Venecia y Viena, eran sinónimos de modernidad y prestigio. La música barroca italiana, en su máximo auge al comenzar el nuevo siglo, fue, para los Borbón, el emblema de esta transformación.
A partir de la segunda década del siglo XVIII, Madrid fue rápidamente acogiendo compositores, músicos y cantantes de la tradición italiana, la mayoría de los cuales venían de la ciudad de Nápoles. Sonatas, concerti Grossi y óperas italianas fueron construyendo la nueva identidad musical madrileña entre 1720 y 1770, gracias también a la presencia de figuras como Farinelli (1705-1782), el violinista italiano Giacomo Facco (1676-1753) y el célebre clavecinista Domenico Scarlatti (1685-1757). A pesar de su prestigio y su contribución a la vida musical de la capital de España y de su corte como compositores y maestros, ninguno logrará dejar una herencia suficientemente estable para garantizar un futuro musical igualmente glorioso al comenzar el clasicismo. Madrid no desaparecerá del mapa de la música europea y seguirá manteniendo viva su identidad musical, pero sin la genialidad e inventiva de su primer barroco (el más español) y la centralidad e importancia de su segunda fase, la italiana.
Juan Hidalgo (1614-1685): tono humano “Sólo es querer”
Juan Hidalgo (1614-1685): ópera completa “Celos aún del aire matan”
Santiago de Murcia: Tarantela
Francisco Correa de Arauxo: Tiento de tiple de séptimo tono
Giacomo Facco: Pensieri adriarmonici
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