El barroco musical madrileño

Por Francesco Milella Cerramos nuestro viaje por las capitales de la música barroca europea en la ciudad de Madrid, en el corazón de España y […]

Por Francesco Milella Última Modificación mayo 11, 2019

Por Francesco Milella

Cerramos nuestro viaje por las capitales de la música barroca europea en la ciudad de Madrid, en el corazón de España y del majestuoso Imperio que, a lo largo del siglo XVI, Carlos V y Felipe II fueron construyendo entre América y Asia, y en la misma Europa. Llegando a Madrid nos enfrentamos con una historia única, diferente a la de todas las ciudades que hemos visitado hasta ahora ya que, al iniciar el barroco, cuenta solamente con unos pocos años de historia y con un peso cultural extremadamente limitado. Madrid “nace” en 1561 cuando es elegida por Felipe II como nueva capital de España.

La ciudad era pequeña y pobre, con una estructura todavía medieval: había que renovarla completamente, abatir sus muros y transformarla en una ciudad digna de su Imperio. Y así fue: a partir de finales del siglo XVI y por todo el siglo XVII (sin contar los años en que la corte se trasladó a Valladolid del 1601 a 1606), mientras la corte seguía viviendo en el monasterio del Escorial, Madrid fue creciendo de manera sorprendente alcanzando finalmente su estatus de ciudad imperial.

Y ¿la música? Trasladar la corte de Toledo a Madrid significaba cargar con toda la gloriosa (y pesada) tradición del Renacimiento español: por un lado, la polifonía de Tomás Luis de Victoria y Cristóbal de Morales, junto a la noble tradición instrumental de Diego Ortiz (vihuela) y de Antonio de Cabezón (teclado); por el otro, el teatro de Lope de Vega y Calderón de la Barca. En 1561 dicha tradición estaba en pleno desarrollo: su desplazamiento hacia Madrid fue fundamental para consolidar la identidad de la nueva capital y conferirle un tono de alto nivel cultural a través, por ejemplo, de la construcción de teatros (los corrales de comedias) y espacios de convivialidad social, privada y pública.

A mediados del siglo XVII, con el inicio del barroco, la tradición renacentista fue alimentando nuevas ideas y lenguajes en un proceso de gradual transformación del patrimonio cultural preexistente: mientras que la música religiosa siguió manteniéndose fiel a la polifonía del siglo XVI, la tradición teatral de comedias y autos sacramentales en donde -es necesario recordarlo- la música ocupaba una posición dominante, fue dando vida, por varios caminos, a los dos géneros principales del teatro barroco español: la ópera y la zarzuela.

La primera, imitando la tradición italiana en la forma y la estructura, recuperó la tradición teatral del siglo XVI con elementos instrumentales típicamente locales para un público amplio y a menudo popular; la zarzuela, al contrario, aún surgiendo de la misma tradición teatral, se abrió a nuevas formas (danzas, coplas, coros) con elementos burlescos típicos de la comedia (el único género vocal profano realmente novedoso del barroco español serán los tonos humanos, es decir canciones, villancicos, y romanzas para dos o más voces y el acompañamiento instrumental de guitarras o arpas. Representarán un terreno fundamental de experimentación armónica y melódica).

Juan Hidalgo (1614-1685) fue, sin lugar a duda, el compositor más prolífico e interesante de esta primera etapa que dejó casi veinte composiciones teatrales, entre zarzuelas, comedias pastorales y óperas. Durante los mismo años, la finísima y noble tradición instrumental siguió un camino similar, conservando sus formas renacentistas en un gradual proceso de transformación: la guitarra y el órgano fueron los instrumentos principales alrededor de los cuales la sensibilidad y la técnica ibérica expresaron todo su genio alcanzando niveles sobresalientes con los tientos para órgano de Francisco Correa de Arauxo (1584-1654) y, casi un siglo después, con Santiago de Murcia (1673-1739) y sus danzas para guitarra. Casi ninguno de los compositores del primer barroco español (fuera de Hidalgo) nació o vivió en Madrid: sin embargo, sus composiciones viajaron por toda España contribuyendo indirectamente al desarrollo musical de su capital.  

Con la llegada del siglo XVIII y de los Borbón como consecuencia de la guerra de sucesión española, Madrid vivió una nueva transformación: la intención de los nuevos monarcas era la de transformar el centro del Imperio en una verdadera capital europea. Como tal, Madrid tenía que imitar e importar todas esas modas que, desde Nápoles hasta Londres, pasando por Venecia y Viena, eran sinónimos de modernidad y prestigio. La música barroca italiana, en su máximo auge al comenzar el nuevo siglo, fue, para los Borbón, el emblema de esta transformación.

A partir de la segunda década del siglo XVIII, Madrid fue rápidamente acogiendo compositores, músicos y cantantes de la tradición italiana, la mayoría de los cuales venían de la ciudad de Nápoles. Sonatas, concerti Grossi y óperas italianas fueron construyendo la nueva identidad musical madrileña entre 1720 y 1770, gracias también a la presencia de figuras como Farinelli (1705-1782), el violinista italiano Giacomo Facco (1676-1753) y el célebre clavecinista Domenico Scarlatti (1685-1757). A pesar de su prestigio y su contribución a la vida musical de la capital de España y de su corte como compositores y maestros, ninguno logrará dejar una herencia suficientemente estable para garantizar un futuro musical igualmente glorioso al comenzar el clasicismo. Madrid no desaparecerá del mapa de la música europea y seguirá manteniendo viva su identidad musical, pero sin la genialidad e inventiva de su primer barroco (el más español) y la centralidad e importancia de su segunda fase, la italiana.

 

Juan Hidalgo (1614-1685): tono humano “Sólo es querer”

 

Juan Hidalgo (1614-1685): ópera completa “Celos aún del aire matan”

 

Santiago de Murcia: Tarantela

 

Francisco Correa de Arauxo: Tiento de tiple de séptimo tono

 

Giacomo Facco: Pensieri adriarmonici

Francesco Milella
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