Razón y realidad: música e Ilustración

por Francesco Milella Todas las transiciones culturales de nuestra historia suelen ser consecuencia de un estado de insuficiencia e inconcreción. Al cambio constante y fisiológico […]

Por Francesco Milella Última Modificación julio 8, 2019

por Francesco Milella

Todas las transiciones culturales de nuestra historia suelen ser consecuencia de un estado de insuficiencia e inconcreción. Al cambio constante y fisiológico de las sociedades no siempre corresponde una inmediata reacción del contexto que las rodea: llega un momento en donde los instrumentos culturales (el arte, la arquitectura, la literatura y, desde luego, la música) se quedan ‘atrás’ y ya no logran responder a las nuevas exigencias y necesidades del ser humano y de su mente. Un cambio se vuelve necesario: abandonar miradas pasadas, ideas, formas y lenguajes incapaces de reflejar la transformación para buscar nuevos caminos y poder entender el nuevo mundo. Así fue, por ejemplo, como el Renacimiento fue dejando su lugar al doloroso nacimiento del barroco. A finales del siglo XVI las artes comenzaron a reaccionar frente a un mundo en crisis: el descubrimiento de América, la crisis del mundo mediterráneo y su Iglesia Romana y las revoluciones científicas habían destruido los pilares del Occidente: la música abandonó las complejas polifonías renacentistas, demasiado abstractas para reflejar un mundo sin fronteras geográficas y culturales. Y así fue, también, como el barroco fue lentamente cediendo el paso al clasicismo entre la primera y la segunda década del siglo XVIII. 

A partir de los años 1730-40, muchos compositores empezaron a sentirse constreñidos por las rígidas y a menudo extravagantes reglas del barroco; incluso Antonio Vivaldi y Johann Sebastian Bach, en sus últimos años de vida, superaron los esquemas que hasta ese momento habían apoyado su inventiva musical para entrar en un universo musical más libre y personal (los conciertos de Viena de Vivaldi y las últimas obras de Bach son un ejemplo interesantísimo). Los excesos formales del barroco ya no lograban responder al creciente interés por lo real y racional que, precisamente a partir de esos años, había iniciado a poner las bases de lo que pronto sería, antes en Inglaterra y Francia, y luego en todo el mundo, la Ilustración. Se buscaba entender y representar de forma más racional el mundo y sus infinitas manifestaciones, desde la biología, la astronomía y química, hasta el derecho, la política y, obviamente el ser humano. Había que superar las creencias religiosas, los mitos, las retóricas, las extravagancias y las parafernalias con las que las sociedades barrocas habían observado y representado el mundo para dar espacio a la razón, el más eficaz y poderoso instrumento que el hombre ilustrado poseía, y con ella mirarlo todo. El mundo griego y romano -es decir, el mundo clásico- fue el modelo que había que seguir: la nueva cultura europea encontró en él elegancia y racionalidad, equilibrio y moralidad, moderación y buen gusto necesarios para revolucionar el mundo barroco y dar vida a la tradición cultural del clasicismo. 

En realidad, el cambio fue menos drástico y más lento del que había llevado al nacimiento del barroco dos siglos antes. Las ideas de la Ilustración y los principios estéticos del clasicismo tardaron en radicar y circular por Europa y América. Si las artes plásticas y la literatura reaccionaron de forma más ágil (ya a partir del 1740, podemos considerar ambas plenamente “clásicas”), la música tardó más tiempo en absorber las nuevas instancias culturales: entre 1740 y 1770 el barroco y el clasicismo coexistieron en los mismos espacios creando un panorama musical realmente difícil de definir e identificar con categorías históricas estables. Mientras que Franz Joseph Haydn (1732-1809) y Giovanni Paisiello (1740-1816), figuras claves del clasicismo musical, iniciaban sus importantes trayectorias musicales, compositores como Mondonville en Francia, Tartini y Galuppi en Italia, siguieron componiendo según los estándares barrocos de sus naciones. Los tres, de hecho, murieron después de 1770, año en que Ludwig Beethoven nació en Bonn. Pero no hagamos el panorama aún más complicado y comencemos nuestro nuevo capítulo.

El recorrido por el clasicismo musical va a comenzar precisamente por esos años (1740-1770) para ver, a través de los compositores más representativos, cómo el barroco fue paulatinamente cediendo su espacio en la sociedad europea a las nuevas estéticas de la Ilustración, transformando formas (la sonata, el concierto, la ópera) y creando nuevas, como la sinfonía. Vamos a dejar la mirada urbana que nos acompañó hasta ahora para enfocarnos en los compositores: la ciudad, espacio privilegiado de la revolución ilustrada, seguirá representando una referencia indispensable para entender los cambios de estos años, pero aún más importante será ver como cada compositor, con su propia identidad y razón, fue contribuyendo activamente a las transformaciones musicales del mundo occidental, desde Milán hasta Ciudad de México. 

Francesco Milella

Vivaldi: últimos conciertos para violín

Haydn: primeras Sinfonías (1-5)

Francesco Milella
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