Transfiguraciones barrocas: Debussy y Ravel

Por Francesco Milella Con la Revolución de 1789 y la llegada de Napoleón, la música barroca francesa, que hasta ese momento había continuado a ejercer […]

Por Francesco Milella Última Modificación junio 20, 2019

Por Francesco Milella

Con la Revolución de 1789 y la llegada de Napoleón, la música barroca francesa, que hasta ese momento había continuado a ejercer una fuerte influencia sobre el clasicismo local, fue paulatinamente olvidada y remplazada por nuevas sonoridades: el nuevo sistema burgués que surgió a principios del siglo XIX ya no lograba identificarse en las formas e imágenes aristocráticas que Lully y Rameau habían tan gloriosamente representado, y fue buscando nuevos lenguajes románticos. El barroco francés entró en la historia junto al régimen monárquico en el que había nacido y se había consolidado: el siglo XIX, con su positivismo cultural y su afán de grandeza, dejó muy poco espacio para poder recuperar, incluso con interés histórico, un pasado al que nadie parecía realmente interesado.

Fue necesario esperar a Claude Debussy y Maurice Ravel, a principios del siglo XX para que el mundo musical francés volviera a mirar a su tradición barroca y a recuperar sus grandes nombres. Su mirada, contrariamente a lo que estaba pasando desde hace varias décadas con Bach en Alemania, no fue ni histórica ni mucho menos nacionalista: su intención era la de recuperar su estética y reinterpretarla bajo la luz de las estéticas del nuevo siglo. Por esta razón, tanto Debussy como Ravel dejaron a un lado la ópera y el teatro, demasiado lejano de su universo musical, para focalizarse en el repertorio para tecla de los siglos XVII y XVIII cuya geométrica y abstracta intimidad respondía perfectamente a la nueva estética que ambos buscaron desarrollar a partir de 1900.

El primero fue Claude Debussy quien, entre 1901 y 1905, miró a Jean Philippe Rameau para homenajearlo en la Première Série de sus Images para piano con Hommage à Rameau.  La composición, una pieza extraordinaria en donde, por ocho minutos, el piano explora todos sus potenciales expresivos y técnicos, se divide en cuatro momentos distintos, respetando la estructura original de la suite barroca: una lenta, melancólica e incluso sensual sarabanda, un breve momento de sueño y transición, una danza hipnótica, y el lento, final y definitivo despertar de los últimos compases. A pesar del título y su clara intención celebrativa, en ningún momento Debussy parece copiar o elaborar formas, frases o lenguajes del repertorio para clave de Rameau. La intención de Debussy es, en realidad, menos retórica y más compleja: la memoria y la imagen de Jean-Philippe Rameau -su image– aparecen casi transfiguradas por la liquidez onírica y etérea de Debussy, casi como una sombra imperceptible.

Debussy: Hommage à Rameau

Maurice Ravel se acercó al barroco francés durante su fase neoclásica, al terminar la Primera Guerra Mundial a la que el mismo Ravel había participado, para conmemorar la muerte de sus amigos. Dolor, silencio y depresión hacen que Ravel se acerque a François Couperin, conocido también como Couperin Le Grand (1668-1733), para componer en 1917 Tombeau de Couperin para piano (Ravel orquestó partes de la obra en 1920). Si en Hommage a Rameau, la música barroca se esconde entre los juegos abstractos de Debussy, en Tombeau de Couperin Ravel parece ignorar casi por completo la influencia musical de Couperin para poderse expresar según sus reglas y sus criterios. En donde la influencia de Couperin y de toda la literatura musical francesa para clave del siglo XVIII aparece de forma clara es en la estructura de la composición misma: cinco partes -Prélude, Fugue, Forlane, Rigaudon, Menuet y Toccata- que Ravel dedica a cada uno de sus amigos fallecidos durante el conflicto mundial – Jacques Charlot, Jean Cruppi, Gabriel Deluc, Pierre y Pascal Gaudin (hermanos: para ellos escribe la Rigaudon), Jean Dreyfus, Joseph de Marliave.

Ravel: Le Tombeau de Couperin (piano):

Ravel: Le Tombeau de Couperin (orchestra):

Después de los ejemplos de Mozart y Beethoven, frente a las composiciones de Debussy y Ravel nos resulta mucho más complejo, incluso imposible, identificar gestos y ecos del mundo barroco al que se refieren. Retórico e innecesario sería mencionar las infinitas diferencias entre los siglos XVIII y XIX de Mozart y Beethoven y la modernidad inquieta e inquietante de Debussy y Ravel: en el primer caso la tradición barroca ofreció concretos apoyos melódicos y armónicos para el desarrollo musical de ambos compositores, con estímulos, ideas y nuevas soluciones; en el segundo, al contrario, el barroco se transforma en un filtro casi transparente para observar e interpretar el mundo de la realidad y de la propia individualidad. Debussy y Ravel no homenajean a Rameau y Couperin, al contrario: lo que ellos buscan es interpretar el mundo a través de sus lenguajes (Debussy) y sus formas (Ravel) y dar una nueva image a su interioridad. Al comenzar el siglo XX, el barroco deja de ser un instrumento o un objeto histórico para transformarse en una metáfora, en una idea imperceptible que ofrece nuevas miradas y voces en el ruidoso y trágico silencio de la nueva modernidad.

Francesco Milella
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