También conocido como huapango huasteco, el son huasteco es una de las expresiones más representativas de la música de Puebla. Aunque solo una pequeña parte de la Sierra Norte del estado (Huachinango, Pantepec, Pahuatlán, Xicotepec, Jopala, Naupan y Zihuateutla) forma parte de la región huasteca.
Con una alineación formada originalmente por guitarra huapanguera, jarana y violín, el son huasteco se caracteriza por una base rítmica compleja (en la que el violín lleva un compás, el acompañamiento otro y el canto entra a destiempo, adelantándose al acompañamiento), una armonía sencilla y una línea melódica que se va alternando ágilmente entre el violín y el canto. Este último es a dos voces, y el violín deja de tocar mientras la primera canta los primeros dos versos y la segunda los repite o responde con dos versos distintos.
Originalmente los huapangos huastecos eran piezas con letra fija, mientras que los sones huastecos eran piezas donde se podía improvisar versos; sin embargo, con el tiempo a ambos se les empezó a llamar indistintamente sones huastecos. Entre los más populares en Puebla se encuentran La locomotora, El conejillo, La hueyapaneca, El apasionado, El palomo, Los enanos, La atolera, El durazno, El perico y El jorobado.
Improvisación y copleo en el jarabe poblano
Por otro lado, aunque el jarabe originario de Jalisco sea el más conocido a nivel internacional, Puebla es —junto con Guerrero, Michoacán, Nayarit, Oaxaca, Tlaxcala y Zacatecas— uno de los estados que posee el suyo propio. En este baile festivo formado por varios sones (como El guajito, Parianes, El perico, El durazno y El pulque) predominaba la improvisación tanto en el copleo como en los movimientos de los bailarines, pero con el tiempo terminó teniendo coreografías definidas.
El jarabe poblano era bailado tradicionalmente por el chinaco —cuyo atuendo fue antecesor del traje de charro— y la china poblana —cuya colorida vestimenta característica, que el dibujante costumbrista alemán Carl Nebel (1802-1855) ubicaba como de origen poblano, mientras que el escritor mexicano Manuel Payno (1810-1894) afirmaba que era de origen tapatío, se ha convertido en todo un símbolo nacional—.
Danzas y fiestas patronales
De indudable interés son también las danzas tradicionales. Éstas se interpretan en las fiestas patronales de las comunidades indígenas y mantienen vivos los rituales dedicados a los ciclos y elementos de la naturaleza —por ejemplo la lluvia, el solsticio de primavera y el inicio de la cosecha—. Debido a su colindancia, muchas de estas danzas son similares a las danzas típicas de Hidalgo, Tlaxcala, Morelos, Oaxaca y —sobre todo— Veracruz. Entre ellas se encuentran la Danza de los huehues, en la que se ridiculiza al conquistador español y donde los dos personajes más importantes son el Diablo (que se encarga de molestar a los espectadores) y el Huehuentzi (el abuelo sabio, que guía a los danzantes y utiliza una máscara con barba larga).
La Danza de los tocotines, donde se representa la derrota de los aztecas a manos de los españoles y la posterior unión de los dos pueblos. La Danza de los quetzales, que está dedicada al sol y en la que los danzantes visten pantalón de raso rojo con listones de colores, camisa de manta blanca y dos capas triangulares —una forzosamente roja y la otra verde, azul o amarilla—, además de portar unas enormes coronas de colores con flequillos dorados que asemejan los rayos del astro rey.
Y la Danza de los negritos, representativa de la cultura afromexicana y en la que se narra la cacería de una víbora por parte de un grupo de danzantes que portan máscaras de color negro y un sombrero de paja forrado de tela negra y con espejos redondos en su parte delantera que simulan los ojos del animal. Los participantes hacen sonar castañuelas —que representan el cascabel del ofidio— con un taconeo rápido. Mientras tanto, van rodeando cautelosamente a la maringuilla, único personaje que puede manipular a la víbora. Se trata de un hombre vestido de mujer que porta una vasija o canasta donde lleva al peligroso animal, el cual está elaborado con 17 pequeñas piezas de madera.
Los voladores: tradición de la huasteca
Otras danzas representativas del estado de Puebla son la Danza de los tecuanes. En ella se representan las actividades cotidianas de dos comunidades y su posterior unión para cazar a un tigre que está acabando con sus rebaños. La Danza de los tejoneros, caracterizada por los coloridos vestuarios de los bailarines y muy popular en el municipio de Ixtepec (no confundir con Ixtepec, Oaxaca). Y la Danza de los voladores, ritual de la fertilidad representativo de las comunidades indígenas de la región huasteca, sobre todo en Puebla y Veracruz.
En ella, cinco danzantes ascienden a la punta de un palo de aproximadamente 25 metros de altura. Amarrados de la cintura, cuatro de ellos —que representan cada uno de los elementos generadores de la vida— giran en un cuadro de madera que representa los cuatro puntos cardinales. Mientras que el quinto —el maestro guía— toca una flauta de carrizo y un pequeño tambor a la vez que baila en una minúscula plataforma de aproximadamente 35 centímetros colocada en el centro del palo. Cuando el maestro guía se sienta en la plataforma, los cuatro voladores empiezan a descender, de cabeza y con los brazos abiertos. Antes de llegar al suelo, cada uno debe haber completado 13 vueltas alrededor del palo para así sumar los 52 años del ciclo solar mexica.
Mención aparte en la música de Puebla merece aquella con la que se rinde culto a la muerte. Sobre todo en la zona sureste del estado —por ejemplo, en San Gabriel Chilac—. Aquí, las oraciones y cantos fúnebres se acompañan con dúos de violín y guitarra o con armonios de fuelle, trombones, trompetas y saxofón. Por lo general se trata de piezas solemnes, pero si el difunto es un bebé o un niño se interpreta música alegre.
Qué chula es Puebla: el himno no oficial
Por otra parte, es menester recordar que el destacado profesor, compositor y musicólogo Vicente Teódulo Mendoza (1894-1964), gran estudioso de la música folclórica mexicana, nació en Cholula. Y que la canción ¡Qué chula es Puebla!, considerada como el himno no oficial del estado, fue escrita por el compositor puertorriqueño Rafael Hernández Marín (1892-1965), mejor conocido como El Jibarito, y el poeta español Bernardo San Cristóbal (1910-1974).
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